24ª semana del tiempo ordinario. Domino C: Lc 15, 1-32
El mensaje que predomina hoy en todas las lecturas es: la MISERICORDIA de Dios.
De una manera especial en el evangelio, en que Jesús nos describe algo esencial en
Dios, como es el perdón y la acogida hacia el pecador, de modo que el hecho de volver
a la casa paterna de un solo pecador causa en Dios una gran ALEGRIA. Jesús nos lo
mostró con parábolas y con el mismo ejemplo de su vida.
La ocasión para exponer estas hermosas parábolas fue el hecho de que los fariseos
y los escribas andaban murmurando porque junto a Jesús se reunían pecadores y
publicanos y él los trataba con bondad. No comprendían que uno que se tuviera como
portavoz de Dios pudiera sentarse a la mesa con pecadores. Los fariseos creían en
Dios justo; pero confundían la justicia con el castigo y la venganza. Creían en un Dios
grande; pero de tal manera que le sentían alejado. Para ellos Dios era demasiado
severo y aburrido, preocupado sobre todo de su gloria y honor. Para Jesús Dios está a
favor de los pequeños, los humillados y despreciados., Es sobre todo AMOR y por eso
se alegra cuando alguien apartado, vuelve al amor. Lo único que le molesta de verdad
a Dios es el sufrimiento que unos hombres causan a otros.
Para Dios todos somos inmensamente importantes. Por eso en las parábolas habla
de la alegría de Dios por un solo pecador que se convierte, de la alegría por encontrar
una oveja perdida, por una moneda encontrada, o por un hijo que vuelve arrepentido.
El contraste es la actitud de los fariseos reflejada en el hermano mayor. Parece
mejor porque siempre está en la casa de su padre trabajando; pero luego resulta peor
porque no sabe acoger al hermano menor, prefiriendo que se hubiera quedado lejos.
Así pasaba con los fariseos. Parecía que honraban a Dios porque cumplían todos los
pequeños preceptos; pero no cumplían lo principal que es parecerse al Padre del cielo
que tiene compasión de todos y sale a buscar a quien se ha perdido.
Estas parábolas tienen dos grandes enseñanzas para nosotros. En primer lugar,
vemos que muchas veces somos como la oveja perdida o el hijo pródigo que buscamos
la felicidad por caminos diversos de los que nos señala Dios, caminos equivocados que
nos perjudican en vez de ayudarnos. En ese caso debemos acordarnos que Dios es
nuestro Padre y nos acoge. Aprovechemos el tiempo que tenemos de vida para
corresponder a la bondad de Dios y llegar a sus brazos de padre.
Otra gran enseñanza es el deber parecernos lo más posible a Jesucristo para tener
amor y misericordia con los que nos han podido ofender. Y en el campo del apostolado
de la Iglesia, no contentarnos con conservar lo que tenemos, sino salir a buscar la
oveja perdida. Esto es difícil porque nos resulta incómodo. El mismo hecho de perdonar
a veces es muy difícil ante una persona que puede ser que haya destrozado nuestra
vida o haya perjudicado gravemente a alguien muy querido por nosotros.
Hoy en la 1ª lectura (Ex 32, 7-14) aparece Dios perdonando al pueblo de Israel.
Este, pensando al estilo farisaico no se merecía el perdón, porque, habiendo hecho un
pacto de alianza con Dios, se olvida de El construyendo un toro de metal a quien
declaran ser su dios. Dios demuestra su malestar porque ese pueblo merece el
exterminio. Pero allí está Moisés, el hombre fiel a Dios, que intercede por su pueblo y
logra que Dios (que lo está deseando) perdone al pueblo, dándole la oportunidad de
arrepentirse. Aquí tenemos otra enseñanza de este día. Quizá no nos sintamos tan
pecadores ni tan perdonadores; pero todos podemos ser y debemos ser intercesores.
Habrá casos en que podemos ayudar a un pecador para que vuelva al Señor. A veces
podemos hacer que dos personas enemistadas puedan sentir la alegría de Dios en el
perdón de ellos mismos. En otros muchos casos lo único que podremos hacer es pedir,
interceder ante el Señor bueno, para que se organicen las circunstancias, de modo que
el extraviado pueda encontrar el camino recto hacia la bondad de Dios.