23ª semana del tiempo ordinario. Lunes: Lc 6, 6-11
El evangelio de hoy comienza con estas palabras: “otro sábado”. Es que
inmediatamente antes había narrado el evangelista cómo los fariseos espiaban a Jesús
en un sábado y le habían criticado por no impedir que sus discípulos arrancaran
espigas para comer. Este hecho, según las normas estrictas de los fariseos, estaba
prohibido como un trabajo realizado en día de sábado o de descanso.
Otra de las normas que tenían sobre el sábado era la prohibición de hacer
curaciones. Normalmente las curaciones solían ser trabajosas y por lo tanto preferían
que el enfermo sufriese y no que sufriese la gloria de Dios. Jesús nos viene a enseñar
hoy en qué consiste esa gloria de Dios.
Siguiendo en este espionaje, podíamos decir pecaminoso, los fariseos están junto a
Jesús en la sinagoga para celebrar la alabanza al Señor. La posición espiritual es
totalmente diversa. Para los fariseos glorificar a Dios significaba cumplir con exactitud
normas concretas impuestas para ese día. Para Jesús, además de alabar al Señor con
salmos y cánticos, era hacer el bien y dar alegría.
En la sinagoga estaban los buenos israelitas dispuestos a escuchar la palabra de
Dios. Entre éstos está un hombre que sufre porque tiene una mano paralizada. Sufre
por sí y seguramente porque no puede ayudar a la familia, como él quisiera. Está en
silencio, pero quizá sus ojos descubren un anhelo de sanación. Jesús, que es la
misericordia viva, se encuentra con la miseria o la necesidad.
Jesús tenía un don especial de penetrar en los pensamientos ajenos. Podía ser un
don divino especial o simplemente se refiere a una agudeza psicológica. De todas las
maneras, sabiendo un poco lo que pensaban los fariseos y lo que le habían dicho en
otras ocasiones, poco bastaba para que Jesús comprendiera sus pensamientos.
Hay personas que conocen bien a otras, de modo que un pequeño movimiento les
indica lo que conviene hacer. De hecho muchos no comprendemos a la otra persona
porque nos centramos demasiado en nosotros mismos y no somos capaces de
ponernos en el lugar del otro.
Así pues Jesús, antes de hacer el bien a aquel enfermo, les pregunta a los fariseos
si en sábado se puede hacer el bien o el mal. Con esto nos da una lección, pues
muchas veces el abstenerse de hacer el bien ya es un mal. Por eso el no salvar una
vida puede considerarse como perderla. Ellos se callaron de momento. Si el curar
creían que suponía trabajo, Jesús lo va a realizar con pocas palabras. Podíamos decir
que más trabajo era cualquier conversación entre los mismos fariseos. Y mucho más
trabajo supondría el hecho de explicar la palabra de Dios.
Ahora Jesús actúa. Simplemente Jesús dice al enfermo que extienda su mano y
ésta queda curada. La alegría le debe inundar a aquel hombre y seguro que aquel día
sería para él una ocasión de glorificar mucho más a Dios. Esta alegría no sería sólo
para el que había sido enfermo, sino que toda su familia se alegraría por verle sano y
porque ya les podría ayudar.
Los fariseos deberían alegrarse, porque un hermano en la fe está alegre. Pero no:
la envidia no les deja alegrarse, sino que se llenan de amargor y de odio, hasta el punto
de que maquinan la manera de matar a Jesús. Sigue sucediendo: Quienes predican
contra una religión fácil y cómoda se exponen a la persecución. Jesús nos quiere libres;
no quiere la religión oprimida y opresora de los fariseos.
Esta posición opresora es lo contrario de la esencia de Dios que, como dice la
Escritura, se alegró al ver terminada la obra de la creación y para quien el día de
descanso prolongado es el día de derramar sus gracias y misericordias. Estas
misericordias resplandecen en el día del Señor, día de alabanzas y de alegría. Esto ha
querido insistir la Iglesia al declarar el domingo como día de la alegría.