25ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Lc 9, 1-6
Los apóstoles llevaban un tiempo siguiendo a Jesús y viviendo ya con Él. Era
tiempo de que comenzasen a predicar lo que Él ya les había enseñado. Esto les
serviría como un ensayo de lo que harían por todo el mundo después de subir Jesús al
cielo. Y Jesús les da autoridad para ello y al mismo tiempo unas normas que eran
especialmente para aquel tiempo, pero que sirven como normativa para todos los
tiempos. La autoridad sigue siendo algo actual. Es verdad que todos los cristianos por
el hecho de estar bautizados tenemos un envío de Jesucristo para trabajar por el Reino
de Dios; pero a algunos la Iglesia les da una autoridad especial, como a los sacerdotes
para perdonar pecados, que es la principal expulsión de demonios, y un buen seglar,
además de la llamada, puede sentir una ayuda especial para ser misionero.
Esa autoridad que tenían los apóstoles y que mostraba Jesús en su predicación, es
sobre todo la autoridad moral de una vida ejemplar que refuerza lo que se predica con
la palabra. Esa es la autoridad con la cual los apóstoles arrojaban demonios. Estos
eran sobre todo el egoísmo y la soberbia que nos atan en nuestro camino hacia Dios.
Dos eran las finalidades del envío: predicar el Reino de Dios y hacer curaciones. La
Iglesia pretende en primer lugar predicar el Reino de Dios, que es reino de paz, de
amor, de justicia, de caridad; pero precisamente, por ser reino de caridad, debe
distinguirse por buscar el bien también material para los que están desprotegidos y
para los más olvidados de la tierra. Así lo han hecho todos los santos. Algunos de ellos
se han distinguido por predicar el reino de Dios de una manera externa. Otros lo han
hecho de una manera más espiritual por el ejemplo de entrega total a Dios de su vida
retirándose del mundo en forma solitaria o en grupos. Otros sin embargo se han
distinguido por sus obras de caridad, por preocuparse externamente por hacer el bien,
especialmente a los enfermos. Muchas veces Dios ratifica esta entrega de vida
realizando curaciones milagrosas, que nos recuerdan el poder que Jesús está dando a
sus discípulos y a todos los que con su entrega son verdaderamente discípulos suyos.
Una de las normas principales que les da Jesús a los apóstoles es que vayan a
predicar en suma pobreza. Es muy difícil aplicar esas normas en su totalidad para el
día de hoy. En aquel tiempo llevar dos túnicas era una señal de no pobreza, no llevar
báculo era señal de ir en son de paz, ya que el báculo era sobre todo para la defensa
personal. Hoy sería muy difícil determinar en concreto lo que se haya de llevar o no,
porque depende de muchas circunstancias; pero la actitud siempre es válida. Y la
actitud es que hay que tender hacia la pobreza. Una de las razones principales es
porque la predicación es sobre todo obra de la asistencia divina. Por eso hay que tener
mucha confianza en Dios. Claro que es necesaria la preparación intelectual. Cuanto
más sepa uno del Reino de Dios, normalmente mejor lo predicará; pero es más
necesaria que nada la confianza en el Señor y la entrega de la persona. Habrá que
tener ciertos recursos materiales; pero confiar demasiado en ello sin tener la suficiente
gracia de Dios y entrega del ser y de los bienes, puede ser un impedimento.
Por eso se exige el desapego de las comodidades y la esperanza de que Dios
proveerá lo que el apóstol necesite para cumplir con su labor. Esto va unido a la
recomendación de que los fieles cooperen para acoger y ayudar a los misioneros. Esto
no es cosa de un momento determinado cuando hay un misionero en su actividad, sino
esta recomendación es continua, por ejemplo ayudando a los seminarios, donde se van
formando los futuros misioneros y ayudando a otras necesidades de la Iglesia.
Termina Jesús las recomendaciones diciendo que cada uno confíe los resultados a
Dios y no dependa totalmente de las ayudas humanas. Por eso cada uno haga lo que
está de su parte. Esto es lo que quiere decir con la frase curiosa de “sacudir el polvo de
los pies”. Es como decir: yo al menos he cumplido con mi deber.