DOMINGO XXIV TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
LA COMPASION SE CELEBRA EN FAMILIA.
La parábola es una forma poética de catequesis y un recurso pedagógico para
enseñar; no se usa mucho en la predicación por ser ésta doctrinal y no requerir
ni siquiera de ejemplos. La parábola es un relato en el que siempre sucede algo
que llena el corazón de gozo por lo encontrado, la oveja, la moneda y el
retorno del hijo acogido con ternura; y el mayor que por celos no logró
arruinar la compasión del padre. Tanta alegría no sería completa si solo le
volviera el alma al cuerpo a alguien en particular por su hallazgo, pero faltando
la celebración amistosa y comunitaria, como aparece en las tres parábolas de
hoy. Con razón la liturgia las proclama en la Eucaristía con significados que
superan la objetividad porque sirven para cambiar la imagen justiciera de Dios
por la de un Dios padre y compasivo que nos permite mirar la propia vida y la
de los demás de una manera igualmente compasiva y humana. Además, que
desde las parábolas de Jesús podemos mirar también nuestra vida y los
cambios que requiere como una parábola
QUEREMOS SER COMPASIVOS
Eso fue lo que no aceptaron los escribas y fariseos en relación a la acogida de
los pecadores por parte de Jesús. Todos llevamos en el corazón un escriba por
el apego a la ley, un fariseo por la falta de la misericordia, pero que podemos
llegar a ser creyentes compasivos formados por la compasión de Jesús. La
primera lectura nos dice que “Moisés trató de aplacar al señor su Dios,
diciéndole: Porque ha de encenderse Señor tu ira contra este pueblo que tú
sacaste de Egipto con gran poder y vigorosa mano… acuérdate de quien juraste
de ti mismo diciendo; Multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo
y les daré en posesión perpetua toda la tierra que les he prometido. Y el señor
renunció al castigo con que había amenazado a su pueblo” (primera lectura).
Fue la misma experiencia que Pablo tuvo en damasco, del crucificado-
resucitado; la misma que nosotros tenemos por la acción del Espíritu desde
nuestro bautismo, que debemos revivir y reanimar siempre para ser
compasivos: “Dios tuvo misericordia de mí, porque en mi incredulidad obré por
ignorancia, y la gracia de nuestro Señor se desbordó sobre mí, al darme la fe y
la compasión que provienen de Cristo Jesús” (segunda lectura). En el libro de
Ezequiel (34,15-16) “encontramos un camino de reposo para la parábola de
nuestra vida: cuando Yahvé se da cuenta que las ovejas están desprotegidas de
sus pastores se convierte en su único pastor con el fin de apacentarlas,
llevarlas a reposar y buscar las que se han perdido y junto con el descarriado
para curarlas y confortarlas”
INGRATITUD, CELOS Y COMPASIÓN.
Jesús concluye el gozo de la oveja y la moneda perdida y encontrada con una
celebración de la compasión en familia cuando un padre compasivo y creyente
permite la disculpa de una herencia para que su hijo asuma su propia historia
sin salir a buscarlo y menos con intención de atraerlo. Ingrato es el hijo que se
ha marchado de la casa de su padre, que es el cielo (Dios) regalado a todos en
el don natural de la familia. A pesar de todo, su conducta ha sido una opción
libre; la herencia que por mal administrada terminó siendo una ruina más
personal que material por haber perdido su vida, resquebrajado la de su padre
y enardecido en celos la de su hermano mayor... “Me levantaré, volveré a mi
padre y le diré: padre he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco
llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores”. (evangelio).
Aún distante de la casa de familia, a su padre se le conmovieron las entrañas
cuando lo vio de lejos; por la compasión no se había entorpecido el sentido del
encuentro haciendo inútil el castigo, no por justo necesario. Sólo el hermano
mayor por celos quiso impedir la alegría del reencuentro, pero también la
compasión del padre cubrió al primogénito. “Hijo: tú siempre estás conmigo y
todo lo mío es tuyo” “Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque
este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo
hemos encontrado” (evangelio).
Estas parábolas más que explicarlas hay que dejarlas que hagan eco en el
interior del creyente para que transformado el corazón por la compasión haga
compasivos a quienes escuchan la predicación. Cuando las parábolas se
exceden en explicaciones entorpecen la escucha que es lo que transforma y
alegra el corazón. “Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor apiádate
de mí y olvida mis ofensas” (Sal 50).