24ª semana del tiempo ordinario. Sábado: Lc 8, 4-15
El evangelio de hoy nos habla de la parábola de “el sembrador” según san Lucas.
San Mateo en su evangelio la narra como la primera de las grandes parábolas en que,
por medio de una historia de la vida cotidiana, Jesús nos va descubriendo los misterios
del Reino de Dios. Jesús nos habla de la palabra de Dios y de la disposición que deben
tener las personas para acoger dicha palabra. Pero lo mismo que para que un terreno
fructifique debe estar “cultivado”, así el alma debe prepararse para recibir la palabra de
Dios. Fructificará según la actitud de las personas.
La parábola nos habla de un sembrador que, al sembrar a voleo según era el estilo
antiguo, su semilla cae en terrenos diversos. Señala cuatro clases de tierra. La primera
es infructuosa porque es parte del camino. Jesús luego se lo explica a los apóstoles.
A esta clase de tierra se semejan los que no entienden o no quieren entender la
palabra de Dios, los que no tienen interés en aceptar el “Reino”, porque exige cambios
en la vida, los que creen que lo que hacen está ya bien y no quieren molestias. Son los
que tienen el corazón duro para Dios y para los demás. También aquellos que
fácilmente admiten pájaros que se llevan la semilla buena, como pueden ser profetas
falsos o ideologías modernas engañosas. Al fin están vacíos.
La segunda clase de tierra parece buena, pero debajo está llena de piedras que no
deja ahondar la raíz. Son los inconstantes, los que no tienen fundamento. Hay
personas que se entusiasman enseguida, pero por poco tiempo; buscan en la religión y
en el culto sólo lo sensiblero, lo afectivo, sin contenido y sin base, sin una adhesión
profunda de su fe, que les ayude a resistir tantas tentaciones que hay en la vida. No
son personas de principios recios cristianos; por eso vemos tantos matrimonios que no
perduran o vocaciones que no se tienen por verdaderas para toda la vida. Son
entusiasmos efímeros, faltos de consistencia en sus buenos propósitos, que ante las
pequeñas dificultades, siempre retroceden.
La tercera clase es buena tierra, con hondura, pero con muchas zarzas y espinas.
Son los que tienen demasiadas “preocupaciones de la vida”, que si el sueldo no llega
porque quieren tener tantas cosas, que si viajes, fiestas, etc. Son los que están en
manos de las riquezas, o porque son ricos o porque lo quieren ser y no son capaces de
sacrificar nada del bienestar conseguido o deseado.
Parecería que la parábola fuese pesimista; pero la cuarta clase de tierra llena el
corazón de Jesús, y lo llenará más si nosotros nos esforzamos para pertenecer a esta
clase. Son aquellos que oyen la palabra, procuran entenderla y la acogen con amor en
su corazón. No sólo la acogen con humildad y con deseo de progreso en el bien, sino
que perseveran y piden gracia para perseverar. Entre estos hay mucha diferencia; pero
siempre ha habido y continúa habiendo muchos santos que aceptan plenamente la
palabra y la ponen en práctica. A ellos (y espero que a nosotros) les dice Jesús:
“Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”.
Jesús nos hace hoy reflexionar que no es lo mismo oír que comprender, no es lo
mismo ver que conocer. En este mundo hay muchas palabras interesadas, propaganda
egoísta, y se puede correr el peligro de escuchar la palabra de Dios como otra
cualquiera palabra interesada; pero Jesús empeñó su vida en sus palabras. Murió por
sus palabras o sus mensajes, que son vida que engendra nueva vida.
Cuando vamos a misa, especialmente los domingos, debemos preparar el alma
para que la palabra de Dios y su explicación penetre en nosotros y nos estimule a ser
mejores. Para ello hay que ir en paz, si es posible con anterioridad, para que con la
oración preparemos el espíritu. De esta manera los “pájaros” de esta vida no se
llevarán la semilla, podremos ahondar y evitaremos preocupaciones externas que nos
priven del bien que Dios quiere darnos continuamente en su presencia.