Sea por Dios, nopal, no diste tunas.
Domingo 26 ordinario, Ciclo C
¿Qué tienen las parábolas de Cristo que después de veinte siglos nos siguen
haciendo pensar y nos quitan las vendas de los ojos? ¿Se puede seguir siendo
ciego después de haber escuchar algunas de las parábolas en las que Cristo nos
llama a la misericordia y nos previene contra el peligro de las riquezas en manos
de los hombres? Pues hoy con esas pinceladas que sólo Cristo puede conseguir,
nos pinta vivamente, diríamos despiadadamente la condición de dos hombres,
uno acomodado, rico, que dispondría de todo, sin ninguna limitación, estancias
espaciosas, mesa bien surtida, vinos y perfumes en abundancia, cuentas
bancarias y tarjetas de crédito a la orden del día y la otra era la desastrosa
condición de un pobre, llamado Lázaro, sentado a la puerta del rico, en
penosísima situación, pues no disponía absolutamente de nada, “yacía a la
entrada de su casa, cubierto de llagas, ansiando llenarse con las sobras que
caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas”.
Era esa la situación. El rico no era un explotador, no atentó contra el pobre de
su puerta, no fue un opresor ni un usurero ni un estafador, ni charpió de lodo al
pobre con su coche de rines de magnesio, sencillamente tendió un muro
invisible, mucho más grande, más fuerte y más impenetrable que el que el
candidato de Estados Unidos quiere construir en la frontera con nuestro país.
La segunda escena de la parábola de Cristo, es tan dramática como la primera y
ojalá que pueda abrirnos los ojos y el corazón, pues nos pinta el rico en un
estado de condenación y al pobre Lázaro en la sosegada tranquilidad del que ha
conseguido el lugar cerca del Buen Padre Dios. Y tenemos que ser claros al decir
que el rico se condenó no por ser rico, a causa de su riqueza, sino por haberse
mostrado frío e insensible ante la situación lastimosa del pobre a su puerta. Se
condenó porque no temió a Dios, porque prescindió de él y se negó a compartir
con el pobre de su puerta y hay que decir también que el pobre no se salvó
simplemente por el hecho de ser pobre, sino por estar abierto a Dios y esperar
la salvación de quien hace justicia al oprimido y da pan a los hambrientos, ama
a los justos y sustenta al huérfano y a la viuda, trastornando el camino de los
malvados, según afirma el salmo de este día.
La condición segunda de uno y otro no correspondió a su anterior estado
sociológico, al hecho de que uno tenía todo en abundancia y el otro no tenía
absolutamente nada. La causa de la condenación fue la actitud de ceguera, de
apatía de separación de uno y de aceptación reposada, sin reclamo, sin quejas
lastimeras del otro,
La llamada de Cristo en este día es un fuerte reclamo los que no saben amar,
que no saben compadecerse de la necesidad del prójimo y no quieren oír el
llamado a la conversión y al cambio de vida.
Bien a bien, hoy nadie se considera rico, pero la advertencia de Cristo sigue
siendo vigente: “Hay de ustedes los ricos… porque ya tuvieron su consuelo”.
El llamado entonces no será a comenzar a dar de lo superfluo, de lo que ya no
nos hace falta a nosotros, sino a propiciar condiciones nuevas para nuestra
humanidad, que hagan desaparecer esas situaciones vergonzosas de los que lo
tienen todo y los que no tienen nada.
Que no nos pase a nosotros lo que el rico de la parábola, que se dio cuenta muy
tarde de la triste situación en la que lo había tenido su propia riqueza.
Recordemos que se endurece más pronto el corazón ante el dinero que el huevo
en el agua hirviendo.
Cristo nos ha dicho que el cielo es de los pobres y que si en verdad queremos
un lugarcito cerca de nuestro buen Padre Dios, tendremos que pedir la ayuda,
quién lo dijera, de los pobres, para que ellos nos abran el Reino de los cielos.
Finalmente, podríamos pensar que Lázaro fue solo uno, y sin embargo, Lázaro
sigue estando presente en los pobres, en los ancianos abandonados que nos les
queda sino estirar la mano pues los hijos ya se han ido, olvidándose de toda una
vida entregada a su servicio. Lázaro está en los pobres enfermos sin seguro
social y sin seguro popular que vagan en busca de una ayuda fraterna. Lázaro
está también en aquella viuda que se quedó sin sostén con 4 hijos o abandonada
por el marido marihuano y borracho que se perdió en su vicio y en su placer. Y
Lázaro está también en los chamaquitos que lavan cristales en un crucero para
llevar tener algo que comer, algo que llevar a su boca y finalmente, darnos
cuenta que Lázaro está en esos migrantes que van a lo mejor es busca de un
espejismo, en busca de una mejor condición de vida, y que han sido echados sin
ninguna misericordia y sin ninguna consideración para su condición de hombres
y de personas. Cristo está en cada una de esas personas. ¿Seguiremos siendo
tan inhumanos de meternos a nuestros rezos, a nuestros novenarios, a nuestras
fiestas religiosas olvidados de la necesidad de que vive a nuestro lado?
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tu comentario en
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