26ª semana del tiempo ordinario. Martes: Lc 9, 51-56
El evangelio de hoy comienza con una fórmula solemne: “Estando para cumplirse
los días de ser llevado de este mundo, se dirigió resueltamente a Jerusalén”. Se
formula una decisión importante y deliberada, al comprender Jesús que va llegando “su
hora”. Con ello se nos dice que Jesús se entregó libremente por nosotros. Y comienza
ese último camino de Galilea a Jerusalén. Mucha gente temía a los samaritanos y
hacía el camino dando un rodeo; pero Jesús quiere pasar por Samaría, pues El ha
venido a salvar a todos y para todos es su mensaje. Resulta que los judíos
despreciaban y tenían por enemigos a los samaritanos, porque éstos habían construido
un templo rival del de Jerusalén en el monte Garizín; pero los samaritanos se vengaban
ocasionando molestias a los peregrinos que iban hacia Jerusalén. Jesús nos enseña a
tomar valientemente decisiones en nuestra vida, cuando comprendemos, sobre todo en
la oración, que se trata de cumplir la voluntad de Dios para mayor gloria suya.
Jesús manda a algunos mensajeros para que preparen alojamiento en una aldea de
samaritanos. Es muy posible que no supieran expresar bien el encargo de Jesús, que
iba a enseñarles el camino del bien y que se dirigía a Jerusalén a “encararse” con los
jefes de los judíos. Es muy posible que les dijeran que se dirigían a Jerusalén quizá
donde Jesús se coronaría como rey de los judíos. Esto nos pasa a veces que, cuando
decimos que hablamos en nombre de Dios, quizá buscamos nuestro propio interés.
El hecho es que no les quisieron recibir. Y Santiago y Juan con ardor, pues por eso
les llamaban “los hijos del trueno”, le dicen a Jesús que Dios debería mandar fuego
contra esa aldea. Es muy posible que se acordasen del profeta Elías que había
mandado fuego contra unos enemigos. Sobre todo porque algunos creían que Jesús
era Elías que había vuelto a la vida. A Jesús le molestó esto mucho: más que el
rechazo de los samaritanos. Se volvió hacia ellos (quizá ya estaba caminando delante)
y “los reprendió”. La palabra literal es “les conminó”: algo así como cuando arrojaba
demonios, porque en realidad estaban “poseídos” por una ideología contraria a la de
Jesús. Aquellos apóstoles, aún no formados, se dejan llevar por la venganza o, como
suele decirse, por la intolerancia religiosa y por la exaltación nacionalista. Pero lo peor
era que se imaginaban que ese debía ser el comportamiento de Dios.
Pero Jesús no ha venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. Jesús nos
enseña que Dios es todopoderoso, pero no interviene como potentado para doblegar a
los enemigos, sino que humildemente espera la conversión como un padre o una
madre. Jesús sabe que una respuesta agresiva va en contra de la finalidad de su
misión, que no se identifica con el fanatismo religioso, sino con el perdón y la
misericordia. Él no pretende imponer a la fuerza su voluntad y sus mandatos, sino
transmitirlo a través del diálogo y la comprensión. El espíritu de Jesús no es de
violencia, sino de misericordia. A veces pretendemos convertir casi a la fuerza; pero
hay que dar su tiempo para ello, porque el descubrimiento de la verdad suele ser lento.
“Y se marcharon a otra aldea”. Es como la marcha de los pobres cuando se les
despide. Jesús les había dicho a los apóstoles: cuando os echen de una ciudad, id a
otra. A veces nos impacientamos demasiado o nos dejamos hundir por un fracaso. Hay
mucho por evangelizar: si no es en un sitio, será en otro. Y Jesús seguiría adoctrinando
a sus discípulos para que la gracia hiciera sus efectos, como la gota de agua en la
piedra. Jesús cuenta con las flaquezas y defectos de los discípulos de todas las
edades. A todos hoy nos enseña que en nuestra religión no sirve la venganza y el odio,
sino la misericordia y el perdón; que no hay que apresurarse a querer separar el trigo
de la cizaña. Ya llegará la hora del juicio. Mientras tanto aprovechemos el paso del
Señor por nuestra vida para escuchar su palabra y poder poner en práctica sus
mensajes, cosa que no quisieron hacer aquellos samaritanos.