29 de Septiembre. Santos Miguel, Gabriel y Rafael: Jn 1, 47-51
Hoy en el evangelio nos dice Jesús que los ángeles de Dios suben y bajan del cielo
continuamente. Bajan trayendo los mensajes de Dios y suben con nuestras oraciones.
La palabra “ángel” significa mensajero. Son espíritus que están alabando y adorando a
Dios; pero nos traen sus mensajes. Si estos ángeles anuncian acontecimientos muy
extraordinarios, se llaman “arcángeles”. Los tres más célebres cuyo nombre nos trae la
Sda. Escritura, entre los siete que están junto a Dios, son Miguel, Gabriel y Rafael.
San Miguel es el principal y el primero a quien se llama arcángel. Su nombre
significa: “¿Quién como Dios?”, recordando la expresión de fidelidad a Dios en contra
de la rebelión de Satanás y demás demonios. Es como el jefe supremo del ejército
celestial, a quien se le sigue considerando así en la lucha contra el mal. Ya era patrono
de la sinagoga de los judíos y ahora lo es de la Iglesia. Se le nombra 5 veces en la
Sda. Escritura, siempre en el sentido de luchador contra el mal, Este mal en el
Apocalipsis está representado por un dragón con sus ángeles malos. A san Miguel se
le representa como un ángel guerrero con armadura dorada en continua lucha contra el
demonio. Por eso, porque siempre seguimos en lucha contra el demonio, la Iglesia
desde muy antiguo le ha tenido mucha devoción y le ha dedicado muchas iglesias y
también varios montes famosos. Pongámosle, pues, como protector contra las
acechanzas del demonio y que sea nuestro modelo en la fidelidad a Dios. De él hemos
de aprender el celo por las cosas de Dios, y que sepamos actuar con prontitud y
grandeza de alma cuando veamos que Dios es ofendido por sus enemigos.
San Gabriel es el gran anunciador de las revelaciones de Dios. Su nombre significa
“fuerza de Dios”. Es el que revela al profeta Daniel cómo vendrá la restauración, desde
el retorno del exilio hasta la venida del Mesías. Es quien revela a Zacarías, cuando está
oficiando en el templo, el nacimiento de su hijo Juan Bautista. Y es sobre todo quien
tiene la misión más tierna y transcendental: el anuncio de la encarnación del Hijo de
Dios. El saludo a María lo repetimos nosotros continuamente en el “Ave María”; y él
recibió las palabras dulces y transcendentales de la que comenzaba a ser Madre de
Dios. De San Gabriel debemos aprender a predicar sin miedo los mensajes de Dios a
nuestros hermanos y a ser testimonio de las maravillas de Dios. Por eso debemos
pedirle ayuda para ser fieles a la palabra de Dios al hablar y al actuar.
De san Rafael, cuyo nombre significa “medicina de Dios”, conocemos el hecho
hermosísimo que nos cuenta el libro de Tobías. Su padre Tobit se ha puesto enfermo
(ciego) por hacer el bien. Están pobres, pero un primo que vive lejos le debe mucho
dinero. El joven Tobías quiere ir, pero no sabe el camino. Se encuentra con un joven
dispuesto a ayudarle. Y bien que le ayuda, pues era el arcángel san Rafael. Le
conduce, le libra de peligros de muerte, logra que se case felizmente con Sara, le cobra
el dinero, le trae de vuelta con muchas riquezas y animales que le ha dado su suegro,
le cura al padre ciego, logra la felicidad completa de la familia. No es extraño que entre
padre e hijo le quieran dar al menos la mitad de toda la riqueza que han traído. Pero él
les descubre que es Rafael, uno de los siete ángeles servidores de Dios, que ha sido
enviado para premiar todo el bien que había hecho Tobit al enterrar a los muertos,
cuando estaba prohibido. Él era quien presentaba las oraciones de esa familia ante
Dios. Por eso les invita a que sigan bendiciendo a Dios. San Rafael representa la
mano providente de Dios que no olvida a sus hijos que sufren. Le pidamos a san Rafael
que sepamos curar muchas heridas de cuerpo y sobre todo del alma.
Y aprendamos de estos tres grandes arcángeles que lo más grande y gratificante
que podemos hacer en esta vida es servir a Dios, sabiendo, como Jesús nos enseñó,
que servir a Dios es servir al hermano. Y también dejarnos servir por el hermano,
porque ¿Quién sabe si en el hermano está un ángel?