TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO XXVII C
(2-octubre-2016)
Jorge Humberto Peláez S.J.
jpelaez@javeriana.edu.co
Vacilaciones de la fe
Lecturas:
o Profeta Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4
o II Carta de san Pablo a Timoteo 1, 6-8. 13-14
o Lucas 17, 5-10
Colombia es un país que goza de una gran variedad de paisajes. Desiertos,
cumbres nevadas, zonas con la mayor precipitación pluvial. Todos los
climas. Dos mares y tres cordilleras. Podemos comparar el camino de la
vida con un recorrido por nuestro país, ya que en nuestro devenir
encontramos todo tipo de situaciones, unas amables y otras difíciles. A
través de estas luchas se va templando nuestro carácter y aprendemos a
solucionar problemas.
Algo semejante sucede con el camino de la fe, el cual empezamos a
recorrer a partir de nuestro bautismo y que terminaremos cuando
lleguemos a la Casa de nuestro Padre común. Hay periodos en los cuales
vivimos de manera serena nuestra relación con Dios. Pero hay otros
momentos de la vida en los que pareciera que Dios se ha ausentado; nos
sentimos terriblemente solos y con la fragilidad de un barco de papel en
medio del oleaje. Esto sucede cuando nos sentimos amenazados, y nos
agobia aceptar la precariedad de nuestra existencia por causa de las
enfermedades, las crisis económicas, los conflictos familiares, etc.
Cuando pensamos en la tragedia vivida por millones de víctimas de los
conflictos armados, que han perdido todo, intentamos leer en lo profundo
de sus corazones. ¿Qué estarán sintiendo? Han sido olvidados por el
Estado y por la sociedad. En este contexto de pérdida total es frecuente
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que surja la pregunta ¿dónde estaba Dios cuando me sucedió todo esto?
¿Por qué me pasó esto a mí? ¿Qué castigo he merecido?
Estos son los sentimientos que expresa el profeta Habacuc en la primera
lectura que acabamos de escuchar. El profeta pone de manifiesto una
profunda crisis: “﾿Hasta cuándo, Se￱or, pediré auxilio, sin que me
escuches, y denunciaré a gritos la violencia que reina, sin que vengas a
salvarme? ¿Por qué me dejas ver la injusticia y te quedas mirando la
opresi￳n?”.
Estas palabras del profeta Habacuc no deben escandalizarnos pues las
vacilaciones en la fe hacen parte de la condición humana. Si recorremos
nuestra historia personal, identificaremos periodos en los cuales nos
hemos sentido en medio de una espesa niebla y hemos perdido los puntos
de referencia.
¿Qué podremos decir sobre estas situaciones? ¿Cómo salir de estas crisis?
Para encontrar respuesta, vayamos a la segunda lectura. Allí el apóstol
Pablo, en su II Carta a Timoteo, nos ofrece unas pistas interesantes. Pablo
le dice a Timoteo: “Querido hermano: te recomiendo que reavives el don
de Dios que recibiste cuando te impuse las manos”. La fuerza de este
texto está en el verbo reavivar .
Usamos el verbo reavivar cuando vemos que una hoguera se está
apagando y debe ser alimentada con leña o carbón. Hablamos de
reavivar cuando tenemos frente a nosotros un proyecto importante que,
por alguna razón, ha perdido su impulso original y está a punto de
fracasar.
En el contexto de la vida espiritual y meditando sobre el don de la fe, es
muy pertinente el verbo que utiliza Pablo en su exhortación a Timoteo:
“Te recomiendo que reavives el don que recibiste cuando te impuse las
manos”. Con frecuencia, nuestra relación con Dios va perdiendo
intensidad, como una hoguera que se extingue, pues aparecen otros
intereses que se apoderan de nuestro corazón. Dios queda olvidado en
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algún rincón, y solo nos acordamos de Él cuando nuestras seguridades
materiales se derrumban.
¿Cómo reavivar el don de la fe que recibimos en el bautismo? A través
de la lectura meditada de la Biblia, la participación eucarística, la oración
sencilla mediante la cual nos ponemos en las manos de Dios (“Hágase tu
voluntad”) y el servicio a los hermanos.
Las palabras angustiadas del profeta, que se siente abandonado de la
mano de Dios, es expresión de una profunda crisis de confianza en Él.
Por eso Habacuc y todos nosotros, necesitamos reavivar nuestra fe,
necesitamos que nuestra confianza vacilante se fortalezca.
En el texto del evangelio de Lucas que nos propone la liturgia de este
domingo, encontramos una petición que los apóstoles le hacen al Señor
y que está en total sintonía con lo que venimos reflexionando:
“Auméntanos la fe”. Nos sorprende esta petici￳n de los apóstoles pues
ellos compartían la vida con el Señor, escuchaban todos los días sus
enseñanzas, eran testigos de sus milagros, percibían su poderosa vida
interior que se nutría de su intimidad con el Padre. Si ellos, que estaban
en las condiciones ideales para el crecimiento interior, exclaman
“ᄀAuméntanos la fe!”, ﾿qué podremos decir nosotros, que caminamos
entre sombras?
¿Cómo responde el Señor a esta petición de sus discípulos? “Si tuvieran
fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir
a ese árbol frondoso: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y los
obedecería”. Ciertamente, tenemos que reconocer que tenemos una fe
inmadura, vacilante. Nuestra confianza, en parte está puesta en el Señor,
y en parte está puesta en nosotros mismos y en los recursos materiales.
Nos queda un largo camino por recorrer. Como la fe es un don, pidámosle
al Señor la gracia de ir avanzando en su conocimiento. Pidamos que, poco
a poco, vayamos leyendo el mundo a través de sus ojos, que los valores
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del Reino vayan reemplazando nuestros cálculos interesados, que nuestra
agenda vaya despareciendo y solo busquemos la mayor gloria de Dios.
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