27ª semana del tiempo ordinario. Martes: Lc 10, 38-42
Hoy nos quiere dar Jesús una gran lección. En nuestra vida quizá tenemos muchas
cosas que hacer, y eso es una bendición; pero a veces damos mucho tiempo a cosas
de poca importancia y por lo contrario damos poco o nada a lo que verdaderamente la
tiene. Hay personas que dicen no tener tiempo para hacer un bien a un enfermo o para
ir a la iglesia y se pasan horas viendo cosas de mínima importancia en la televisión.
Hasta para las cosas a favor de la iglesia quizá damos con voluntad mucho tiempo para
actividades externas, lo cual está bien; pero nos cuesta mucho cuando se trata de
pasar un rato a solas en oración con Jesús en el Sagrario o ayudando a los hermanos.
Un poco de todo esto nos quiere decir el evangelio de hoy. Jesús tenía unos
amigos, que tenían una casa relativamente confortable, a la que de vez en cuando iba
a descansar. Allí vivían tres hermanos: Lázaro, Marta y María. San Lucas nos cuenta
que un día llegó allí. Marta, que era la mayor, se sentía más obligada para atender en
las cosas externas, como la cocina, etc.; pero la pequeña, María, estaba muy tranquila
sentada a los pies de Jesús, escuchando sus explicaciones. Como era mucho lo que
tenía que hacer, Marta le dijo a Jesús que su hermana debía ayudarla; pero Jesús le
dice: “Marta, Marta, estás inquieta por muchas cosas; pero una cosa es necesaria y
María ha escogido lo mejor”. Esta es una indicación también para nosotros.
Desde siempre Marta y María han significado dos actitudes en la vida del espíritu,
que no tienen porqué contraponerse, si saben complementarse. Desgraciadamente a
veces sí están contrapuestas, porque hay personas, que se dicen buenas, que ponen
toda la ilusión y todo el esfuerzo en los trabajos materiales. Pero no sólo en lo
puramente material, sino también respecto al apostolado. En este sentido del
apostolado está muy claro que el esfuerzo material sin la gracia y la unión con Dios no
vale nada. Por eso toda persona que quiera trabajar en el apostolado o en las misiones
debe tener claro que lo principal es tener ratos de unión con Dios.
El evangelio no dice que lo que estaba haciendo Marta era malo. Era muy bueno y
Jesús había hablado muchas veces de atender al peregrino. Y Jesús se lo agradecería.
¡Cómo no iba a agradecérselo Jesús, si hasta un vaso de agua que se dé a uno que lo
necesita tendrá recompensa en el cielo! Atender a Jesús en lo material es lo que más
hizo la Virgen María durante los treinta años de Jesús antes de su predicación. Pero la
Virgen María no perdería la presencia de Dios cuando trabajaba. Esto es lo que
debemos llegar a hacer: que el trabajo se convierta en oración. Debemos llegar a que
durante el trabajo nuestro pensamiento pueda dirigirse fácilmente a Dios, que se lo
ofrezcamos, que le demos gracias, que le pidamos gracias, que le pidamos perdón
quizá. Porque lo más importante en nuestra vida es la unión con Dios. Pero para que el
trabajo pueda convertirse en oración, será necesario que hayamos pasado muchos
ratos sólo en la oración. Será necesario haber pasado muchos ratos, como aquella
mujer María, sentados a los pies del Maestro escuchando sus palabras. Esto lo
hacemos cuando con atención escuchamos el evangelio o las explicaciones de la
Iglesia, y sobre todo cuando de esas explicaciones hacemos oración a solas con Dios
que es nuestro Padre, o con Jesús, nuestro Hermano, o con el Espíritu Santo.
Para Dios no cuenta el trabajo más importante o cargo social, ni siquiera cuenta el
trabajo más bonito en lo espiritual. Para Dios el trabajo mejor es el que se hace con
más amor, el que se hace con mayor presencia de Dios y mayor servicio a los demás.
Jesús era un verdadero hombre: se cansaba y necesitaba descanso; pero sobre
todo se preocupaba del descanso de sus discípulos. Como verdadero hombre sentía
un deseo de la amistad y valoraba el hecho de tener un verdadero amigo. Por eso se
encontraba muy a gusto con aquella familia, que le atendía de mil amores; pero a sus
amigos también les da una lección, que hoy nos la da a todos nosotros.