27ª semana del tiempo ordinario. Viernes: Lc 11, 15-26
Hoy se habla de una crítica muy dura de algunos contra Jesús y de la respuesta de
Jesús para ellos. Aquí no se dice si eran fariseos o pertenecientes a otros grupos; pero
sí que tenían una muy mala intención contra Jesús, quien acababa de hacer una
curación milagrosa a un mudo.
Era ésta una “enfermedad” muy rara, pues no veían síntomas externos o causas
como en otras enfermedades. Por lo cual lo atribuían al demonio. Para la gente curar a
un mudo era lo mismo que echar a un demonio. Por lo cual la gente sencilla se
admiraba. Y por ello se iban más tras Jesús.
Había algunos, llenos de odio y envidia contra Jesús, que se pusieron a decir que lo
hacía por el poder del jefe de los demonios. Esto era como decir que el más
endemoniado era Jesús y por lo tanto sus actos eran perversos. Esto era lo que Jesús
había dicho sobre el pecado contra el Espíritu Santo, pecado que no se podía perdonar
porque quien lo tuviera está directamente oponiéndose a la gracia de Dios.
Aquí vemos la actitud de aquellos que están contra Dios, que cierran sus oídos y
por lo tanto son mudos respecto a las cosas divinas. A veces nos pasa a nosotros, que
nos cerramos tanto en nuestros vicios, que es como cerrarse a la palabra de Dios. Es
lo que tantas veces los profetas habían dicho del pueblo de Israel: que eran sordos
para escuchar la palabra de Dios.
Jesús se atiene al sentido común y quiere hacerles ver la sinrazón de su razón. Y
es que: ¿Cómo puede hacer algo Jesús contra el demonio con la connivencia del
mismo demonio? Eso sería ir contra sí mismo, eso sería la desunión y por lo tanto la
ruina. Eso es lo que quiere el espíritu del mal: crear en nosotros la desunión, la mentira.
Y eso es lo que encontramos muchas veces: matrimonios que se desunen, padres que
no se entienden con los hijos y tantas peleas en la sociedad ocasionadas por drogas o
tantos vicios. Esos son los demonios que tenemos que echar con la gracia de Dios.
Para ello tenemos que estar unidos con Jesús. El es el más fuerte, no por la
violencia, sino por el amor. Debemos dejarle entrar en nuestro espíritu y estar con Él. Si
estamos bien unidos con Él, como termina hoy el evangelio, seremos invencibles. Hoy
se nos dice que para estar unidos con Jesús debemos no estar sordos ni mudos en el
espíritu.
Jesús argumenta con la maldad de la guerra interna. Quizá estaba en el ambiente el
mal que había producido a través de la historia la separación de los reinos de Judá e
Israel. Eran conscientes de que una guerra civil hace mayor mal que un ataque desde
el exterior. Por eso pasa a considerar lo que puede pasar en nuestro interior.
A veces luchamos contra el mal que tenemos, que es el pecado. Posiblemente
hayamos vencido con ayuda de la gracia de Dios. Pero debemos ser perseverantes,
debemos continuamente luchar contra el mal, porque mientras estamos en esta vida,
nunca le apartamos del todo. Lo peor es cuando nos figuramos que le hemos vencido y
nos descuidamos, porque “nos dormimos”, como dice en otros lugares el evangelio.
Entonces el demonio viene con otros y, si no tenemos buenas defensas, se posesionan
fácilmente de nuestra alma. En este caso la recaída es mucho peor.
Había otros, que no eran tan malos como los primeros, pero que pedían un gran
signo para creer. Seguro que, si entonces Jesús hace un gran signo en los astros,
tampoco hubieran creído, porque “no hay mayor sordo que el que no quiere oír”.
Hubieran dicho que era cosa de magia o por obra del mismo demonio. Por eso,
pongamos más atención a la palabra de Dios. Recordemos que escuchar no es sólo
oír, como sólo estar en misa no es lo mismo que participar. Por eso muchos, después
de un acto religioso, seguimos mudos: no sabemos hablar de Dios, porque no hemos
hablado con Él.