DOMINGO 28 ORDINARIO CICLO C
A PERRO HAMBRIENTO NO LE IMPORTAN LOS PALOS
¿De dónde surgió en Israel la idea de que la enfermedad y sobre todo las
enfermedades de la piel y en concreto la lepra eran un castigo de Dios por los
pecados personales? No lo sé, pero me imagino que era por el horror que causaban
las manchas blancas en la piel, síntomas de lepra que en esa época era contagiosa
y sin cura posible. Era esa la idea que llevaba a los dirigentes del pueblo, casi
ministros de salud pública, a declarar impuro y pecador al leproso e incluso a su
familia. Pecador o no, el leproso tenía que salir de su respectiva comunidad para
vagar por los montes y las serranías, alimentados con lo que la caridad de los
demás podía proporcionarle, pero lo más grave no era el hambre ni la sed ni la
desnudez ni siquiera el verse sin techo y sin cobijo, sino la soledad a la que eran
condenados.
En las condiciones que hemos descrito, San Lucas nos cuenta que en el camino a
Jerusalén, Jesús que tenía como encomienda personal el cuidado y la curación de
los enfermos y los pecadores, se encontró con 10 leprosos que sin poderse acercar
a los acompañantes de Cristo, gritaron con todas sus fuerza al Se￱or: “Jesús,
maestro, ten compasi￳n de nosotros”. No hubo necesidad de más palabras, Jesús
entendía perfectamente lo que aquellos desgraciados hombres necesitaban y así
les pidió que fueran a presentarse a los sacerdotes, para que ellos testificaran su
curación y pudieran volver a abrazar a los suyos. Dice el texto que en el camino
se dieron cuenta que estaban curados. Me imagino que se abrazaron con alegría
y se despidieron sintiendo que no se volverían a ver a pesar de los lazos de amistad
que habían logrado. Yo me imagino que si aquellos hombres hubieran sido
mexicanos, en lugar de ir con los sacerdotes habrían pensado: “porqué mejor no
celebramos nuestra curación, yendo a echarnos unas cuantas `cheves` y se
olvidaron de su purificación, de dar gracias y de volver a abrazar a sus familiares.
Lo importante del texto que estamos comentando viene a continuación cuando
nos refieren que sólo uno de los leprosos volvió a dar gracias a su liberador. Se
hace notar que era un samaritano, que para los judíos era un extranjero y un
extranjero mal visto. Regresó dando muestras de gran alegría y de profunda
gratitud por el favor tan señalado que le acababan de hacer. Y vienen a
continuación tres preguntas de Cristo, que nos hacen ver que Jesús era hombre y
que por tanto sentía en carne propia la ingratitud de los hombres. Con todo y la
gran generosidad que Cristo mostró en toda ocasión, no era insensible a esa
ingratitud humana.: “¿Qué no eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están
los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero que volviera para
dar gloria a Dios?”. ¿Verdad que se siente en las palabras de Cristo la ingratitud
de la humanidad? Pues si hemos de ser sinceros, nosotros no somos menos que
los judíos que se sentían poseedores de la verdad absoluta y de la confianza
ilimitada de Dios y por lo tanto no se sentían con la obligación de volver a dar
gracias a su salvador.
Y la segunda consideración que me merece el texto evangélico, es que aunque ya
la lepra no es algo común entre nosotros, sí nos tomamos la libertad de considerar
leprosos a los que no sienten o actúan como nosotros y los apartamos de nuestras
vidas y de nuestra sociedad como si verdaderamente fueran apestados. No
vayamos muy lejos, en las familias se dan verdaderos calvarios, porque el papá
se cree el “papá de todos los pollitos”, y se toma la libertad de disponer o
pretender disponer a su antojo de los bienes y de las personas de su propia familia.
¿Cómo terminó el asunto del leproso curado? Lo escuchamos en labios del mismo
Cristo. Dirigiéndose hacia él le dijo: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”. Más
sencillo, los 9 leprosos recibieron la curación para su persona, para su piel, pero
el samaritano agradecido recibió algo muy valioso, la salvación para su alma. ¿No
será el momento de que los cristianos reaccionemos para conseguir una verdadera
acción de gracias, un verdadero agradecimiento por la salvación que Cristo nos
da, con otra cara distinta de la que mostramos en la celebración de la Misa cuando
no hacemos otra cosa que ver el reloj deseando que pronto termine el tormento
de la Eucaristía a la que se asiste por verdadero compromiso? ¿Y no habrá llegado
el momento de levantar el castigo voluntario al que hemos sometido a los que no
piensan como nosotros?
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios
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