DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
EL LEPROSO Y NAAMÁN AGRADECIMIENTO Y MEMORIA
En el relato del evangelio de hoy Jesús continúa con los discípulos camino
hacia Jerusalén, término de su misión, pasión, muerte y resurrección. Antes
de entrar en la ciudad se presentaron diez leprosos que vivían extra-muros,
sin poder acercársele a Jesús por el peligro de contaminarlo antes de la
celebraci￳n de la pascua, gritándole con fe: “Jesús maestro ten compasi￳n de
nosotros”; la ley permitía un grito diferente: “El afectado por la lepra llevará
los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza e irá gritando: impuro, impuro.
En el tiempo que dure la llaga habitará solo, fuera del campamento tendrá su
morada” (Lv 13,45). La súplica de compasi￳n conmovió a Jesús por lo que
tenía de exclusión
NUEVE SANADOS Y DOS SALVADOS.
Jesús no los cura de inmediato, sino que les ordena presentarse a los
sacerdotes, quienes son los únicos que pueden sanar en Israel. En el camino
se sienten por la palabra de Jesús curados y purificados del obstáculo de
convivencia que era su lepra; y Naamán por el baño en el Jordán, inspirado
por Eliseo, el profeta. “Se ba￱￳ siete veces en el Jordán” Siete veces es el
poder total de Yahvé. Sólo uno, el samaritano-extranjero excluido y Naamán
el general del ejército sirio, considerados idólatras y traidores de Israel a
quienes no llegaría la promesa, tuvieron gratitud y memoria por su sanación y
salvación, dando gloria a Dios. Dar gloria a Dios es celebrar su presencia
salvífica en la historia personal y social. “Tu fe te ha salvado” y “Ahora sé que
no hay más Dios que el de Israel”, enfatizan la diferencia entre quienes a lo
largo de la historia han querido apoderarse por la religión de la capacidad
terapéutica de Jesús, como los nueve leprosos. Quedan dos que reconocen el
poder salvífico de Dios como experiencia de fe. Jesús le dice al samaritano:
“levántate y vete. Tu fe te ha salvado” (evangelio); “a ningún otro dios
volveré a ofrecer más sacrificios, Yahvé ha dejado mi carne como la de un
ni￱o” Naamán. (primera lectura). Luego no permiti￳ a Eliseo recompensas a
nombre de la gratitud. “Lo que habéis recibido gratuitamente compártanlo con
gratitud” (Mt 10,8).
NO PERDAMOS LOS MEMORIALES.
En los momentos de dificultad personal o social hagamos memoria en esta
tierra, don de Dios, de tanto amor que ha pasado por nuestra vida urbana y
rural; para no perder la memoria de todo cuanto hará en nuestro futuro
personal y social si confiamos en su renovada compasión con nosotros. Dios
todo lo que hace es, por medio de personas, como fidelidad a la Encarnación,
para que mantengamos vivos los memoriales de gratitud y de esperanza que
hagan creíble el amor de Dios. La gratitud del leproso y el memorial de
Naamán fueron menos complicados y eficaces que la dependencia religiosa y
política del Sanedrín de Jerusalén o del ejército romano en Damasco; a ambos
la política intentaba oscurecerles el memorial de gratitud. Naamán no
absolutizó el signo del agua sobre el poder de Dios, ni el leproso el poder
político del Sanedrín que entregado a Roma engañó Israel con la mentira de
la paz romana hecha de amedrentamiento, falsas expectativas y circo.
Aún queda en pie la pregunta final del evangelio a todos cuantos hemos sido
sanados y malagradecidos como los nueve leprosos: “ᄀNo eran diez los que
quedaron limpios! ﾿D￳nde están los otros nueve?” No ha habido nadie fuera
de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios o hacer un memorial
como Naamán quien con el Espíritu Dios en su carne solo le interesó que
Eliseo le donara unos sacos de tierra del lugar para usarla en la construcción
de un altar, memorial, al Señor, Dios de Eliseo y Naamán.
“Después le dijo Jesús al samaritano: levántate y vete. Tú fe te ha salvado”.
Actualicemos este Salmo de la liturgia de hoy: “Cantemos al Se￱or un canto
nuevo, pues ha hecho maravillas. Su diestra y su santo brazo le han dado la
victoria. El señor ha dado a conocer su victoria y ha revelado a las naciones
su justicia. Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad a Israel. La
tierra entera ha contemplado la victoria de nuestro Dios. Que todos los
pueblos y naciones aclamen con júbilo al Señor. (Sal 97).
Padre Emilio Betancourt