«TESTIGOS DE LA MISERICORDIA» [II]
Carta de monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el 28º domingo durante el año
[9 de octubre 2016]
Continuamos este domingo reflexionando el mensaje del Papa Francisco enviado para la
Jornada Mundial de las Misiones titulado «Iglesia misionera, testigo de misericordia».
El Papa nos dice: «Muchos hombres y mujeres de toda edad y condición son testigos de
este amor de misericordia, como al comienzo de la experiencia eclesial. La considerable y
creciente presencia de la mujer en el mundo misionero, junto a la masculina, es un signo
elocuente del amor materno de Dios. Las mujeres, laicas o religiosas, y en la actualidad
también muchas familias, viven su vocación misionera de diversas maneras: desde el
anuncio directo del Evangelio al servicio de caridad. Junto a la labor evangelizadora y
sacramental de los misioneros, las mujeres y las familias comprenden mejor a menudo los
problemas de la gente y saben afrontarlos de una manera adecuada y a veces inédita: en el
cuidado de la vida, poniendo más interés en las personas que en las estructuras y empleando
todos los recursos humanos y espirituales para favorecer la armonía, las relaciones, la paz,
la solidaridad, el diálogo, la colaboración y la fraternidad, ya sea en el ámbito de las
relaciones personales o en el más grande de la vida social y cultural; y de modo especial en
la atención a los pobres.
En muchos lugares, la evangelización comienza con la actividad educativa, a la que el
trabajo misionero le dedica esfuerzo y tiempo, como el viñador misericordioso del
Evangelio [cf. Lc 13.7-9; Jn 15,1], con la paciencia de esperar el fruto después de años de
lenta formación; se forman así personas capaces de evangelizar y de llevar el Evangelio a
los lugares más insospechados. La Iglesia puede ser definida “madre”, también por los que
llegarán un día a la fe en Cristo. Espero, pues, que el pueblo santo de Dios realice el
servicio materno de la misericordia, que tanto ayuda a que los pueblos que todavía no
conocen al Señor lo encuentren y lo amen. En efecto, la fe es un don de Dios y no fruto del
proselitismo; crece gracias a la fe y a la caridad de los evangelizadores que son testigos de
Cristo. A los discípulos de Jesús, cuando van por los caminos del mundo, se les pide ese
amor que no mide, sino que tiende más bien a tratar a todos con la misma medida del
Señor; anunciamos el don más hermoso y más grande que él nos ha dado: su vida y su
amor.
Todos los pueblos y culturas tienen el derecho a recibir el mensaje de salvación, que es don
de Dios para todos. Esto es más necesario todavía si tenemos en cuenta la cantidad de
injusticias, guerras, crisis humanitarias que esperan una solución. Los misioneros saben por
experiencia que el Evangelio del perdón y de la misericordia puede traer alegría y
reconciliación, justicia y paz. El mandato del Evangelio: “Id, pues, y haced discípulos a
todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” [Mt 28,19-20] no está agotado, es más,
nos compromete a todos, en los escenarios y desafíos actuales, a sentirnos llamados a una
nueva “salida” misionera, como he señalado también en la Exhortación
apostólica Evangelii gaudium : “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el
camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la
propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del
Evangelio”» [20].
Desde esta reflexión recemos por nuestro compromiso de ser una Iglesia discípula y
misionera, sabiendo que sólo podemos realizar este camino desde la caridad y la
misericordia.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas