XXIX Domingo del TO/C
La oración de petición
La oración de súplica, como esa viuda a quien habían hecho una injusticia
(evangelio)
El domingo pasado la Palabra de Dios nos invitaba a dar gracias. Hoy, a
la oración de súplica, como esa viuda a quien habían hecho una injusticia
(evangelio). También Moisés en la primera lectura es modelo de oración de súplica
por su pueblo, acosado por los amalecitas. El salmo refuerza este mensaje, pues
toda ayuda nos vendrá del Señor, que nos guarda de todo mal. Toda oración debe
partir de la Palabra de Dios, que orienta y purifica nuestra oración de súplica (2ª
lectura).
Primero pensemos qué es la Oración. La oración cristiana es una relación personal,
filial e inmediata del cristiano con Dios . San Juan Clímaco entiende la oración como
“conversación familiar y unión con Dios” (MG 88,1129) . Evagrio Póntico como
“elevación de la mente a Dios” (Pseudo-Nilo: 79,1173). San Agustín la ve como
“conversación del corazón” con Dios (ML 34,1275) . San Ignacio de Loyola, como un
‘coloquio’, es decir, como un diálogo (Ejercicios 53-54). Santa Teresa de Jesús
entiende que orar es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas
con quien sabemos que nos ama” (Vida 8,5). Y Santa Teresa del Niño Jesús dice:
“Para mí la oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo,
un grito de gratitud y de amor, tanto en medio de la tribulación como en medio de
la alegría. En fin, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une
con Jesús” (Manus. autobiog. X, 17).
Petición, alabanza y acción de gracias son las formas fundamentales de la oración
bíblica, que no se contraponen, sino que se complementan. La petición prepara y
anticipa la acción de gracias, y en sí misma es ya una alabanza, pues confiesa que
Dios es bueno y fuente de todo bien. Y la acción de gracias brota del corazón
creyente, que pide a Dios y que recibe todo bien como don de Dios. Hoy sólo nos
enfocamos en la oración de petición, es el tema de la Palabra de Dios.
Pidamos en el nombre de Jesús (Jn 14,13). Esto significa dos cosas: 1) orar al
Padre en la misma actitud filial de Jesús, participando de su Espíritu (Gál 4, 6) , y 2)
pedir por Jesús (Rm 1,8) , esto es, tomándole como mediador y abogado (1 Tim
2,5) . “Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene” (Rm 8,26), y pedimos
mal (Sant 4,3) , pero Jesús nos comunica su Espíritu para que pidamos así en su
nombre: “Cuanto pidan al Padre se lo dará en mi nombre.
“A veces se hace mal la oración de petición, se hace con exigencias, como
queriendo doblegar la voluntad de Dios a la nuestra, con amenazas incluso. Así,
pervertida, la oración de petición es muy dañosa: apega más a las criaturas,
obstina en la propia voluntad, no consigue nada, genera dudas de fe, produce
hastío y frustración, y conduce fácilmente al abandono de la misma oración”.
Pidiendo a Dios, abrimos en la humildad nuestro corazón a los dones que él quiere
darnos . El soberbio se autolimita en su precaria autosuficiencia, no pide, a no ser
como último recurso, cuando todo intento ha fracasado y la necesidad apremia; y
entonces pide mal, con exigencia, marcando plazos y modos. En cambio
el humilde pide, pide siempre, pide todo, en todo intento lleva en vanguardia la
oración de súplica. Y es que se hace como niño para entrar en el Reino, y los niños,
cuando algo necesitan, lo primero que hacen es pedirlo. San Pablo nos da ejemplo:
él pedía «sin cesar», «noche y día» (Col 1,9).
San Agustín, dice que “lo que Dios quiere es que, mediante la oración [de petición],
avivemos nuestro deseo, a fin de que estemos lo suficientemente abiertos para
poder recibir lo que ha de darnos” (ML 33,499-500). Dios da sus dones cuando ve
que los recibiremos como dones suyos, con humildad, y que no nos
enorgulleceremos con ellos, alejándonos así de él. Es la humildad, expresada y
actualizada en la petición, la que nos dispone a recibir los dones que Dios quiere
darnos. Por eso los humildes piden, y crecen rápidamente en la gracia, con gran
sencillez y seguridad. Y es que “Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su
gracia. Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que a su tiempo los
ensalce. Echen sobre El todos sus cuidados, puesto que tiene providencia de
ustedes” (1 Pe 5,5-7).
Pidamos a Dios todo género de bienes, materiales o espirituales , el pan de cada día,
el perdón de los pecados, el alivio en la enfermedad (Sant 5,13-16) , el
acrecentamiento de nuestra fe (Mc 9,24). Pidamos por los amigos, por las
autoridades civiles y religiosas (1 Tim 2,2) , por los pecadores (1 Jn 5,16) , por los
enemigos y los que nos persiguen (Mt 5,44) , en fin, “por todos los hombres” (1 Tim
2,1). Pidamos al Señor que envíe obreros a su mies (Mt 9,38) , y que nuestras
peticiones ayuden siempre el trabajo misionero de los apóstoles (Rm 15,30s).