29ª semana del tiempo ordinario. Viernes: Lc 12, 54-59
Dios vive con nosotros y actúa en nuestra vida con todo su amor. Pero hay que
saberle ver con el espíritu y saberle comprender. Esta es una de las metas de nuestra
espiritualidad. Y la meta del apostolado es hacer que otros le puedan conocer y sentir
en la marcha de sus vidas.
Ha habido momentos claves en la manifestación del amor de Dios, como son: el
acto de la creación del mundo, la revelación de su palabra, la Redención por medio
de Jesucristo, el envío del Espíritu Santo, su amor en la Eucaristía. Pero Dios sigue
actuando en las cosas que nos parecen pequeñas, especialmente en lo que ahora se
llama “los signos de los tiempos”. No sólo hay que ver y vivir los sucesos, sino que
debemos aprender a interpretarlos a la luz de Dios.
En el evangelio de hoy Jesús llama “hipócritas” a muchos de los oyentes,
especialmente a los fariseos, porque El está manifestando los tiempos mesiánicos,
realiza claramente milagros y liberaciones espirituales y hay muchos que se cierran y
no quieren ver.
Y Jesús pone el ejemplo de la meteorología. Hay mucha gente del campo que, sin
haber estudiado, sino sólo por la experiencia, se da cuenta que va a llover o hacer
calor por la posición de las nubes o la dirección del viento. Y sin embargo muchos
(que actúan de forma farisaica) se empeñan en no querer creer las señales que Dios
les da en aquellos tiempos.
El Concilio Vaticano II hablaba sobre los “signos de los tiempos”: “Es deber
permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a
la luz del Evangelio...” Entre estos signos de los tiempos el Concilio enumera: la
solidaridad creciente de los pueblos, el ecumenismo, la preocupación por la libertad
religiosa, la necesidad de los laicos. A estos podríamos añadir: la defensa de los
valores ecológicos de la naturaleza, respeto a los valores humanos, revalorización de
la mujer en la sociedad.
Nosotros a veces conocemos muchas cosas de lo material, pero no de lo
espiritual. Sabemos quizá discernir los signos meteorológicos, pero no sabemos ver
la mano de Dios en los acontecimientos de la vida y en los pequeños acontecimientos
de nuestra propia vida.
Hay quienes quieren juzgar o pensar por nosotros; pero somos nosotros mismos
quienes debemos juzgar. Para ello nos puso la pequeña parábola de los dos
contrincantes. Es mucho mejor entenderse y solucionarse entre ellos que tener que ir
a un tribunal, donde al final los dos van a perder.
No es fácil comprender esta acción de Dios. Cuanto uno está más metido en Dios,
mejor lo entenderá. Y como tenemos tantas miserias y estamos tan metidos dentro de
las cosas materiales, necesitamos a veces abstraernos un poco de lo externo para
vivir más íntimamente con Dios. Pero sobre todo debemos recurrir a la oración y pedir
a Dios-Espíritu Santo que nos ilumine con su luz.
Habrá cosas pequeñas, para las que necesitamos una luz pequeña suficiente de
Dios; pero en nuestra vida suelen venir tormentas grandes que golpean fuertemente
nuestro espíritu. Entonces quizá necesitemos “gritar y clamar”, como nos dicen los
salmos. Y Dios bueno, que está en el fondo de nuestra alma, nos dará luz y nos dará
aliento para ver y poder sortear los diferentes contratiempos.
“Ver a Dios” es el gran ideal. No es necesario que Dios se nos manifieste de
formas milagrosas, sino que se nos va manifestando a través de esos
acontecimientos, a veces extraordinarios y muchas más veces en los acontecimientos
ordinarios de la vida. Saberle ver y vivir con El en esos acontecimientos es la gran
sabiduría del ser humano que ama a Dios.