XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Domund 2016: Misioneros de la misericordia
El lema de este domingo del Domund es “Sal de tu tierra”. Es la palabra de
Dios dirigida a Abrahám (Gn 12,1) para que saliera de su tierra y de su familia y
de sus posesiones y se dirigiera a la tierra prometida por Dios. Este gran
mensaje es el que la Iglesia, en el día de las Misiones, quiere poner de relieve,
pues tanto ser misioneros y misioneras como vivir la vida cristiana desde la
clave de la misionariedad consiste exactamente en eso, en salir de la tierra, de
la familia, de las seguridades del mundo, de las posesiones propias y de las
posibilidades invidualistas de crecimiento y desarrollo personal para centrar la
vida en Dios y en sus promesas, que tienen como principal objetivo la
transformación de esta tierra en una casa común de justicia, de igualdad, de
paz y de libertad, para todos los pueblos y para todo ser humano.
El papa Francisco, en el mensaje para este día del Domund del año de la
misericordia , nos dice: “El Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que la
Iglesia está celebrando, ilumina también de modo especial la Jornada Mundial de
las Misiones 2016: nos invita a ver la misión ad gentes como una grande e
inmensa obra de misericordia tanto espiritual como material. En efecto,
en esta Jornada Mundial de las Misiones, todos estamos invitados a “salir”, como
discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su creatividad,
su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de la compasión
de Dios a toda la familia humana. En virtud del mandato misionero, la Iglesia se
interesa por los que no conocen el Evangelio, porque quiere que todos se salven
y experimenten el amor del Se￱or. Ella “tiene la misión de anunciar la
misericordia de Dios, coraz￳n palpitante del Evangelio” (bula Misericordiae
vultus, 12), y de proclamarla por todo el mundo, hasta que llegue a toda mujer,
hombre, anciano, joven y ni￱o”.
Y él también nos ense￱a: “Todos los pueblos y culturas tienen el derecho a
recibir el mensaje de salvación, que es don de Dios para todos. Esto es más
necesario todavía si tenemos en cuenta la cantidad de injusticias, guerras, crisis
humanitarias que esperan una solución. Los misioneros saben por
experiencia que el Evangelio del perdón y de la misericordia puede traer
alegría y reconciliación, justicia y paz. El mandato del Evangelio: “Id, pues,
y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado” (Mt 28,19-20) no está agotado, es más, nos compromete a todos, en
los escenarios y desafíos actuales, a sentirnos llamados a una nueva “salida”
misionera, como he señalado también en la exhortación apostólica Evangelii
gaudium: “Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el
Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la
propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz
del Evangelio” (n. 20).
Para ello es necesario tener en cuenta las circunstancias actuales del mundo
donde millones de seres humanos se encuentran en situación extrema
de pobreza . Ante los múltiples rostros de los pobres en el mundo actual, los
hambrientos, los refugiados, los inmigrantes, los sin techo, los desahuciados,
desempleados permanentemente, los niños de la calle y todos los enfermos y
afligidos del mundo, hoy oímos un mensaje contundente del libro
del Eclesiástico (Eclo 35,15-22): “El Señor no es parcial contra el pobre,
escucha las súplicas del oprimido” . Este mensaje es el que debemos
anunciar como mensajeros del Evangelio.
Los textos bíblicos de este domingo nos dan, además, otra lección magistral de
Jesús acerca de la oración, como relación viva del hombre con Dios en la
verdad. Jesús se dirige hacia Jerusalén e instruye a sus discípulos y al mundo
con un mensaje sobre la oración cuya síntesis se encuentra en la sentencia final
del evangelio: “ todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla
será enaltecido” (Lc 18,14b) . Esta sentencia aparece otras dos veces en los
evangelios (Lc 14,11; Mt 23,12) y con una variante aplicada a los niños en Mt
18,4. La frase se ha convertido en proverbio gracias a su perfecta composición
literaria, pues se trata de un paralelismo antitético en forma quiástica, cuyo
centro de atención lo ocupan los humildes. Ante Dios y ante los demás no valen
las apariencias, ni las comparaciones con los otros, sino la más profunda verdad
de cada uno. La humildad es caminar en la verdad, decía la santa de Ávila.
El que se humilla puede hacer referencia tanto al estado de humillación y
explotación en que se encuentran muchas personas como a la virtud de la
humildad en cuanto comportamiento adecuado a la voluntad de Dios en la vida
religiosa y social.
Tanto los unos como los otros son escuchados por Dios en la oración para
ser rehabilitados por él, que es un Dios justo y en su justicia no es parcial
contra el pobre ni contra el humilde. De la oración de los pobres se ocupa el
texto del Eclesiástico revelando que las súplicas de los oprimidos y los gritos
de los pobres alcanzan a Dios, el cual no desoye los gritos del huérfano ni de la
viuda, mostrando así su justicia (cfr. Eclo 35,15-22). La Iglesia toma especial
conciencia de su identidad misionera en este día del Domund para comunicar
al mundo entero que el Dios de la salvación y de la justicia es el Dios que se
enfrenta a los malhechores, que está cerca de los atribulados y salva a los
abatidos (Sal 33) y que en Jesús de Nazaret nos ha demostrado su prioridad
indiscutible por los pobres y humildes de nuestra tierra. Por eso los últimos
de nuestra sociedad, los humildes y los humillados , los que se abajan y los
abajados, pueden encontrar en él consuelo y esperanza. Jesús, humilde y
humillado hasta la cruz, hizo visible en la historia la cercanía amorosa y
misericordiosa de Dios hacia los pobres.
Por su parte la parábola evangélica del fariseo y el publicano (Lc 18,9-
14) trata la cuestión de con la cual se ilustra de modo formidable el aforismo
final, de modo que antes de llegar a la conclusión ya se percibe el mensaje de
Jesús: el que se humilla será enaltecido. Ante Dios y ante los demás no valen
las apariencias, ni las comparaciones con los otros, sino la más profunda
verdad de cada uno .
Y ahí es precisamente donde el publicano , a pesar de su mala conducta, como
estafador, corrupto o ladrón, se encuentra personalmente con su propia verdad
y pidiendo misericordia y perdón. Por eso su oración le valió la rehabilitación
de parte de Dios y también su oración fue escuchada en virtud de su humildad.
Esta lección es válida para todos, pues ante Dios hasta el más rico sigue siendo
una criatura necesitada de Dios y de su salvación. El paso necesario que debe
dar todo ser humano para ser escuchado por Dios es el de la humildad . El
publicano era una persona pública, que se enriquecía aprovechándose del
dinero de los demás, en un sistema económico y político que se lo permitía. Su
redención empieza al tomar conciencia ante Dios de su miseria moral y de su
conducta injusta y corrupta. Ahí empieza su salvación, y el elogio de su
conducta no es por lo había hecho antes, sino por lo que a partir de este
momento nuevo ha empezado a hacer: tomar conciencia de su mal y pedir
perdón.
Predicar este Evangelio es dar la posibilidad a todos de encontrar el camino de
la salvación. Esta es también la gran tarea misionera .
Si ayudamos a que los enriquecidos tomen conciencia de su miseria
moral y pidan perdón como el publicano del Evangelio, empezará para
ellos el camino de la redención que los conducirá a ser coherentes con la
justicia de Dios que escucha siempre a los pobres, a los oprimidos y a
los humillados.
Colaboremos con la Iglesia Misionera en este día, haciendo
nuestra aportación económica para que la Iglesia siga cumpliendo su misión
evangelizadora, apoyando a todos los misioneros y misioneras en especiales
dificultades, y orando por todos ellos para la alegría del Evangelio sea siempre
la fuerza imparable de su entrega.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura