30ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Lc 13, 22-30
A Jesús le gustaba que le preguntasen, cuando la pregunta merecía la pena, como
cuando los apóstoles le preguntaban sobre el significado de alguna parábola. Pero a
veces le preguntaban a Jesús algo por curiosidad. Peor era cuando le hacían
preguntas tramposas, para ver si con la respuesta le podían acusar ante la gente o
ante las autoridades. Cuando era por curiosidad o por trampa, Jesús, sin responder
directamente, aprovechaba la pregunta para dar alguna enseñanza relacionada con la
pregunta. Esto es lo que sucede en el evangelio de hoy.
Jesús iba de camino. Es posible que esta circunstancia le sirviera para hablar del
camino que debemos andar para llegar a la salvación. El hecho es que alguien le
pregunta si son pocos o muchos los que se salvan. Jesús no responde directamente. Si
respondiese que son muchos y que la salvación es cosa fácil, sería un pretexto en
muchos para no esforzarse en lo más importante de nuestra vida. Si dijese que pocos,
mucha gente se desilusionaría pensando que no estaría entre los afortunados.
Jesús aprovechó para decirnos lo que debemos hacer para salvarnos. Porque no
todos llegarán a feliz término: Unos por flojedad o falta de esfuerzo, y otros porque se
fían de sus prácticas religiosas o de pertenecer a una familia religiosa. Así pues, lo
primero que debemos hacer es esforzarnos para ello. Claro, que debemos saber que
por mucho esfuerzo que hagamos, con nuestras solas fuerzas no podemos conseguir
la más pequeña gracia, mucho menos la salvación. Por eso al esforzarse, es elemental
el pedirlo a Dios, que es nuestro Padre, y que por lo tanto desea nuestro bien.
Sabemos que Dios desea la salvación para todos, aunque no todos lo logren. En la
carta de san Pablo a los romanos, en el capítulo 8º, se habla del plan hermoso de Dios
para la humanidad: “la manifestación de los hijos de Dios”. Este plan, para ser más
hermoso, cuenta con nuestra voluntad y las gracias que Dios nos va dando
continuamente. Con estas gracias podemos orar. Y como hasta el orar es difícil,
tenemos al Espíritu Santo que nos ayuda. Luego está el cumplimiento de los
mandamientos de Dios, especialmente del amor, que tiende a destruir todo egoísmo,
soberbia, odios, rencores... Vencer los vicios es difícil y por eso es necesario el
violentarse uno mismo para vivir según las enseñanzas del Evangelio.
Jesús había dicho, y lo vuelve a repetir, que el salvarse es para todos, sean de
cualquier raza o nación. Esto lo repetía contra los judíos, que creían que ellos sí
estaban salvados por ser descendientes de Abraham, mientras que a los demás les era
imposible o muy difícil. Jesús les dice que una característica para salvarse es practicar
la justicia. Esto lo dice porque los judíos, por el hecho de excluir a los de otras
naciones, estaban haciendo una gran injusticia. Y les dice que habrá gentes de todos
los rincones del mundo que se salvarán antes que ellos. Esta es una gran enseñanza
para nosotros, ya que hay católicos que creen que por el hecho de asistir a misa y aun
comulgar ya tienen ganada la salvación. San Pablo nos dice que el comulgar el Cuerpo
y la Sangre de Cristo puede ser para algunos causa de condenación, si al mismo
tiempo no nos esforzamos por seguir el camino que Jesús nos va trazando con su vida.
Termina hoy el evangelio diciendo Jesús que hay personas que se creen estar entre
los primeros en el Reino, y sin embargo serán los últimos según el criterio de Dios;
mientras que otros, que se creen estar entre los últimos, serán los primeros. Será
tremendo para algunos, que hemos creído estar entre los amigos de Jesús, por haber
recibido muchos sacramentos, pero no hemos sabido entrar por la puerta estrecha.
La puerta estrecha puede ser símbolo de austeridad, humildad y desprendimiento;
pero es sobre todo el cumplimiento de los mandamientos, especialmente el amor.
Podemos verla también a través de las bienaventuranzas. Son actitudes que nos hacen
imitadores de Jesucristo que por nosotros pasó por una puerta más estrecha.