31ª semana del tiempo ordinario. Domingo C: Lc 19, 1-10
Hoy el evangelio nos habla de la conversi￳n de Zaqueo. Este hombre, “peque￱o
de estatura” se nos hace atrayente, porque muestra un gran deseo de ver a Jesús,
quien derrama sobre él toda su misericordia. Zaqueo respondió con una conversión
efectiva, demostrando al final que era de una estatura moral mucho más grande que
algunos fariseos cumplidores, pero llenos de injusticias y soberbia.
San Lucas, que es el evangelista que más trata de la misericordia de Jesús, nos
trae este suceso de la conversión de Zaqueo como una expresión de la misericordia
de Dios. Es la característica principal del amor de Dios, en cuanto que se relaciona
con nosotros, que somos pecadores. Es bueno meditar hoy en la primera lectura de la
misa (Sabiduría 11, 22-12,2). Para muchos Dios era y sigue siendo el terrible, el
guardián del orden, el ordenador del mundo, el freno de los delitos sociales, el
omnipotente que necesita esclavos. Y el autor sagrado del último libro del Ant. Test.
nos dice hoy que Dios es sobre todo amor, que Dios ama todo lo que ha creado. Es
amigo de la vida, no de la muerte ni del dolor; nos ama aunque no le amemos; nos
ama porque es bueno, no porque nosotros lo seamos. Y porque nos ama, podemos
ser mejores y dejar de ser pecadores. A nosotros nos cuesta perdonar; pero El
manifiesta su poder y su grandeza perdonando. El perdón es un signo de poder.
Bajo este signo de la misericordia hoy se narra el suceso de Zaqueo. Este hombre
era muy mal visto por los fariseos y el pueblo en general, ya que su oficio daba pie
para ello, pues era nada menos que el jefe de los recaudadores de impuestos en
aquella zona de Jericó, lugar de bastante comercio. Por ese oficio tenía que tratar con
los romanos, que eran los opresores, y además solía aprovecharse de su oficio. Por
eso luego dirá a Jesús: “Si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces
más”. A pesar de lo que digan de él, su coraz￳n no es tan cerrado. Y tiene deseos de
ver a Jesús: un deseo tan grande que, para poder hacerlo, no teme hacer el ridículo
subiendo a un árbol. Jesús, como Dios, no se fija en las apariencias, como los
hombres, sino que mira más al corazón. Se intercambian las miradas y, como la
misericordia debe ser atrevida, por encima del qué dirán de la gente, Jesús se
autoinvita a la casa de Zaqueo, quien lo recibe con gran alegría.
Luego vendría la conversación, el penetrar de la gracia de Dios y la verdadera
conversión. Conversión es la transformación radical de nosotros mismos; es pensar,
sentir y vivir como Cristo. Convertirse es comprometerse con el proceso de liberación
de los pobres y explotados. Por eso Zaqueo, que se convierte, no se queda en
buenas intenciones, sino que pasa decididamente a la acción: reparte, devuelve todo
lo que ha robado e incluso más. Y esto suele ser muy difícil para un rico. Toda
conversión verdadera no es sólo individual, sino que tiene consecuencias sociales.
Por eso Jesús la interpreta como gracia y liberaci￳n: “Hoy ha entrado la salvaci￳n a
esta casa”, porque no s￳lo se salv￳ él, sino que repercuti￳ en su familia.
Hoy se nos enseña que el principio de la conversión es el deseo de ver a Jesús; y,
aunque parezca que hacemos el ridículo, debemos poner los medios para ver a
Jesús. Cualquier esfuerzo que hagamos por acercarnos a El, será ampliamente
recompensado por su misericordia infinita. Para ello debemos invitarle a nuestra casa,
que es nuestro corazón, estar disponibles a su llamada. Después saber que el
encuentro con Cristo nos debe hacer generosos con los demás. Zaqueo comprendió
que para seguir a Jesús, es necesario el más completo desprendimiento.
La misericordia de Dios se hizo realidad en Jesús que “vino a salvar lo que estaba
perdido”. No vino para condenar. Y recordemos que los que practican la misericordia
“alcanzarán misericordia”. Por eso nuestra salvaci￳n está condicionada al esfuerzo
que hagamos por ayudar a los demás en su propia salvación.