Domingo 31 ordinario Ciclo C
Ni boda sin canto, ni sepelio sin llanto.
Si hay un encuentro que me emocione en todo el Evangelio, es el que nos
narra el día de hoy el Evangelista San Lucas, el encuentro de Cristo con
Zaqueo. Con esas pinceladas que sólo Lucas nos da, nos describe a Zaqueo
como un hombre acomodado, bien acomodado diríamos, porque era “capo”
los recaudadores de impuestos para Roma, profesión muy mal vista que
dejaba a tales gentes, los publicanos, como enemigos del pueblo pues
mermaban considerablemente la economía del pueblo pobre ya de por sí.
Zaqueo disfrutaba, pues de su riqueza, si se puede decir disfrutar en la
soledad pues su riqueza había ahuyentado a sus amigos y sólo lo quedaba
uno que otro adulador. Además, Zaqueo, tenía un defecto, era bajo de
estatura, chaparro diríamos en México, y lo único bueno que el evangelista
descubre es que Zaqueo tenía curiosidad por ver a Jesús. Y como nadie
quería cruzar ni siquiera la mirada con él, y por supuesto sabiendo que
entre las gentes no le harían ni siquiera “un lugarcito”, sabiendo que Cristo
pasaría por su ciudad, Jericó, ideó subirse a un pequeño árbol para ver
pasar a Jesús. Sólo eso bastó. Él tenía curiosidad por ver a Jesús, pero éste
estaba interesado nada menos que en la salvación de Zaqueo. Jesús no
tenía “curiosidad” por ver a Zaqueo, él quería su salvación, y efectivamente
al pasar Jesús rodeado de mucha gente, todos con cara de alegría, de
acogida y de respeto, volteando hacia Zaqueo le mandó imperiosamente:
“Zaqueo, bájate pronto porque hoy quiero hospedarme en tu casa”. Eso fue
todo, y comenzó el cambio, la conversión de un hombre que encontraba por
primera vez la felicidad que no le había podido proporcionar su riqueza, su
comodidad y su influencia.
Por supuesto vino la reacción de la multitud: ¿por qué a casa de éste, que
no sabrá Jesús con quién se mete, que no sabe que es un pecador, un
explotador y un enemigo del pueblo, porque no a mi casa que soy hombre
decente, o en la mía que soy fiel y respeto a mi marido?
Las miradas inquisidoras de la multitud ayudaron para que cuando Cristo
entrara a aquella casa, Zaqueo declarara públicamente que daría en ese
momento la mitad de sus bienes a los pobres y devolvería cuatro veces más
las cantidades que él había defraudado en el camino. ¿Ya veis que la
conversión de Zaqueo fue real? No fue un sentimentalismo infructuoso lo
que motivó su reacción, sino un logro de Cristo: “Lo que es imposible para
los hombres, es posible para Dios”, pues Cristo mismo había dicho: “Qué
difícil es para los ricos entrar en el Reino de Dios”. Y Cristo declara en esa
ocasión, delante de los que criticaban que ese día había llegado la salvación
a la casa de Zaqueo. Ojalá que podamos decir nosotros lo mismo de nuestra
propia casa, cuando bendecimos al Señor cada día al levantarnos o a la
hora de la mesa o al terminar nuestra jornada, no sin antes haber devuelto
al esposo o a la esposa lo que le debíamos de cariño, de comprensión o de
perdón, devolviendo también a los hijos el tiempo, el cariño y la dedicación
que les habíamos negado, yendo incluso más allá, hasta devolver al patrón
lo que le habíamos defraudado, o a los empleados a los que les habíamos
esquilmado algunas prestaciones, llegando incluso a emplear
adecuadamente los dones, las cualidades y aficiones personales que
considerábamos patrimonio exclusivo nuestro y que en realidad les
pertenecen en gran medida a los que nos rodean, para que efectivamente
podamos exclamar a los cuatro vientos: “HOY HA LLEGADO LA SALVACIÓN
A ESTA CASA”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
en alberami@prodigy.net.mx