31ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Lc 14, 25-33 (Dom 23 C)
Varias veces decimos que el cristianismo no se basa en fórmulas o actos externos,
sino que es sobre todo una vida. Esta vida Jesús nos la presenta como opuesta a la
mentalidad mundana que busca estar por encima de los demás, tener prestigio y tener
placeres. Es opuesta en mentalidad para conseguir la misma finalidad que es igual
para todos, ya que todos deseamos la felicidad, verdadera o ficticia. Hoy consideramos
palabras de Jesús que nos hablan de aceptar el dolor, de seguirle con la cruz, de
preferirle a nuestros familiares; pero no es porque no quiera nuestra felicidad, porque
para eso nos ha creado, ya que El es Padre y desea lo mejor para nosotros.
Hoy nos enseña el camino real en las circunstancias que vivimos, en que nos
encontramos continuamente con cruces, unos más y otros menos, ya que vivimos
rodeados por pecados y maldades. Jesús es el camino, el ejemplo a seguir para poder
conseguir la verdadera felicidad. El es Dios, que nos ama inmensamente más que
nuestros familiares. Corresponder a su amor será nuestra felicidad y será el camino
cierto de nuestra salvación. Por eso hoy nos dice que si queremos ser sus discípulos
debemos amarle más que al padre, a la madre, la esposa, hijos y hasta la propia vida.
Quiero hacer una aclaración sobre algunas traducciones de esta frase anterior. En
algunas biblias, que traducen más al pie de la letra, y que a veces se lee en la Iglesia,
se dice: “Si uno quiere ser discípulo mío y no odia (o aborrece) a su padre, etc.” En
otras se dice prefiere. La razón de ese “odia” es que en la lengua original de Jesús, el
arameo, no existía el comparativo, como mejor o peor, y por eso tenían que usar
palabras extremas, como bueno o malo, y luego decir algo para expresar comparación
o atenerse a suponer lo que se dice por el sentido. Aquí claramente quiso decir que “el
que no le prefiera a El antes que al padre”, etc. Esto porque no nos puede decir otra
cosa para con nuestros padres o hijos, sino que les queramos. Si hay que amar hasta a
los enemigos, con mayor razón a la familia, que son nuestros más prójimos.
Pero hay que preferir a Jesús, sus criterios, su manera de pensar, sus enseñanzas
que deben ser criterios de nuestra vida, por encima de lo que nos puedan decir
familiares o amigos. Y si no le seguimos, no tenemos derecho a llamarnos cristianos.
Por eso debemos reflexionar sobre estos mensajes de Jesús. Hoy nos dice dos
comparaciones, la del que va a hacer una casa y debe calcular los medios que tiene, e
igualmente quien va a ir a una batalla. Por eso son tan buenos los ejercicios
espirituales: el poderse retirar unos días a solas o en grupos a meditar, en oración bajo
la guía del Espíritu Santo, sobre nuestra vida y las exigencias de Jesús. Si no podemos
por varios días, al menos estos momentos y tantos en que podamos, lo vivamos con
seriedad calculando las ganancias y pérdidas de una entrega mayor a la vida de la
gracia. San Ignacio en sus ejercicios era maestro en enseñar, con papel en la mano, a
calcular e ir anotando los pros y los contra de situaciones en nuestra vida: si estamos
en la parte de Dios o estamos en la parte del diablo, que sería en la parte mundana.
Jesús nos habla de tomar la cruz y seguir en pos de El. Todos tenemos cruces,
dolores, sufrimientos. Pero debemos descubrir el valor cristiano de la cruz. A Jesús le
costaba el dolor; pero lo asumió convirtiendo el dolor en instrumento de salvación. Así
todas nuestras enfermedades y sufrimientos, al mismo tiempo que luchamos contra
ellos, los podemos convertir en fecundidad de vida y de alegría interior. Cargar con la
cruz siguiendo a Jesús es saber afrontar con paz el rechazo de muchos. Es sobre todo,
hoy nos lo dice, estar dispuestos a estar desprendidos de muchas cosas, hasta del
afecto familiar, por seguir el mensaje de Jesús para nosotros y para dedicarnos más al
apostolado. Para caminar deprisa en el camino de Dios, necesitamos ir con poca carga
del mundo, que es sobre todo el apego desordenado a las posesiones y hasta a la
propia familia. Todo para conseguir nuestra felicidad y la de otros.