31ª semana del tiempo ordinario. Jueves: Lc 15, 1-10
Comienza hoy el evangelio resaltando la oposición que había entre la manera de
pensar de los fariseos con la de Jesús. Ellos, los escribas y fariseos, se creían los
justos, algo así como los propietarios de Dios y de todo lo divino, y por lo tanto se
ponían como una barrera de separación con los que llamaban pecadores. Para ellos
era un escándalo el hecho de que Jesús acogiera a los pecadores y comiera con ellos.
Ya el hecho de que los pecadores se acercaran a Jesús les molestaba, porque estaban
llenos de envidia; pero lo peor es que Jesús les acogiera y comiera con ellos, porque
comer con una persona significaba como compartir ideales, tenerse por amigos y como
de familia. Todavía si se viera que esos pecadores estaban arrepentidos...; pero no se
dice que Jesús les reprendiera y exigiera su conversión, en el sentido de seguir las
prácticas de la religión judía. Para los fariseos eso era violar la Ley. Pero Jesús no
pretendía violar la Ley, sino revelarnos al Dios lleno de misericordia.
Y para enseñarnos la misericordia de Dios nos cuenta varias parábolas. Hoy nos
fijamos en la parábola de la oveja perdida y en la dracma perdida y hallada. La
delicadeza de Jesús aparece en poner como protagonistas a un hombre y a una mujer.
En aquel tiempo donde las mujeres estaban postergadas, Jesús retrata la misericordia
y la alegría de Dios en aquella mujer. Hay varios aspectos importantes: el esfuerzo de
la búsqueda, la ternura; pero destaca sobre todo la alegría , que es alegría de Dios.
No quiere decirnos que no estime el hecho de que muchos justos perseveren en el
bien. Hoy quiere Jesús acentuar la alegría que siente Dios por cada uno de nosotros, si
nos apartamos del mal y volvemos a El. Dios nos ama a cada uno de nosotros con un
amor particular, nos busca, da el primer paso. Si le aceptamos, la alegría es grande en
el cielo. Porque la alegría de Dios debe ser para todos sus amigos, los ángeles en el
cielo y nosotros, si nos sentimos amigos suyos, cada vez que un pecador se arrepiente.
De hecho la alegría es el clima de la unión con Dios. Hay personas que, cuando
piensan en el evangelio, lo unen siempre con cruz, renuncia, exigencia, siendo así que
en el evangelio aparece esplendorosa la alegría. Nada se puede hacer grande sin un
corazón feliz. El esfuerzo sin alegría genera crispación y resentimiento. Hoy se nos
invita también a la esperanza, porque muchas veces nos comportamos como “ovejas
perdidas”, quizá no porque nos alejemos del todo del camino de Dios, sino porque nos
vamos desviando de ese camino. Dios nos busca; dejémonos encontrar.
También nos invita a que nos parezcamos más a Dios en la misericordia. Lo
primero a dejar actitudes farisaicas y a tener el corazón abierto a todos. Luego a tener
entrañas de misericordia, que es saber perdonar con alegría. A veces nos parecemos
algo a los fariseos, que por querer cumplir con toda justicia, menospreciamos la misma
misericordia. Si examinamos la historia del pueblo antiguo de Israel, vemos que es una
historia de la misericordia de Dios, como ahora lo vemos con nosotros. Sin embargo
nosotros a veces creemos que perdonamos, pero seguimos echando en cara los fallos
del antiguo pecador. Hay que aprender a perdonar con la elegancia de la alegría.
Ya en el Ant. Testamento se mostraba a Dios como Padre; pero a muchos, como a
los fariseos, les costaba comprender la misericordia de Dios. Por eso, para todos los
legalistas, los perdidos y alejados tenía poco valor. Jesús nos revela plenamente la
misericordia de Dios y nos dice que Dios espera siempre y acoge y perdona, y que esa
vuelta a la casa del Padre es una gran noticia.
Si Dios se alegra cuando un pecador se convierte, es porque ha tenido mucho dolor
por el pecado cometido. También a nosotros nos tienen que doler nuestros pecados y
los ajenos; pero hoy se nos invita a buscar la conversión, primero directamente con
Dios, y luego por medio del sacramento de la confesión. Y nos invita a participar de su
alegría, como anticipo de la alegría que esperamos tener en el cielo.