31ª semana del tiempo ordinario. Viernes: Lc 16, 1-13
San Lucas es el evangelista que más habla sobre las riquezas como impedimento
para conseguir la vida eterna. Dicen que, al ir con san Pablo por regiones de Grecia,
vio una diferencia entre ricos y pobres mayor que la que había visto en Palestina. El
hecho es que profundizó más en los temas que Jesús había hablado sobre las
injusticias y el peligro de las riquezas.
Como en otras parábolas, hoy Jesús describe un caso extremo, para que
comprendamos mejor su mensaje. Se trata de un hombre que está a punto de ser
despedido de su trabajo y que necesita actuar urgentemente para garantizarse el futuro
antes de quedarse sin empleo. Para ello plantea una estratagema. Acusado de
derrochar los bienes de su amo, decide rebajar la cantidad de la deuda a los
acreedores de su amo. Dicen algunos entendidos que esto lo hace renunciando a la
comisión que le pertenece como administrador. A veces era muy grande y desorbitada
esta comisión porque el mismo administrador lo ponía extorsionando a los acreedores.
Por eso el amo no le llama ladrón, sino que le despide por las quejas de estafa que
tenía de sus clientes. El caso es que el amo le alaba, no por el fraude que hacía, sino
por la astucia que estaba teniendo, aun con el dinero injusto, para poder tener luego
una vida tranquila.
No es que Jesús esté alabando a aquel administrador por la acción, como si fuese
un ejemplo de honradez, sino que Jesús aprovecha la narración para darnos un gran
mensaje: que la gente del mundo actúa con mayor astucia y esfuerzo para poder tener
más dinero y demás cosas materiales, que nosotros, los que queremos ser “hijos de la
luz”, para conseguir los bienes celestiales.
Ser astuto es ser inteligente para conseguir lo que uno cree que es su felicidad.
¡Cómo se esfuerza la gente para conseguir un poco más de dinero, para saber cómo
va la bolsa o los nuevos vientos económicos! Pues así los cristianos debemos conocer
la Biblia, la Palabra de Dios, para saber por qué caminos seguir mejor para conseguir el
Reino de Dios en nosotros y en la tierra.
Si se condena en el evangelio a aquel administrador es porque la astucia es para
su propio bien sin importarle demasiado las injusticias anteriores. Ahora, aunque la
injusticia sea menor, se aprovecha de los bienes de su amo para usarlos en provecho
propio. No satisface de una manera directa los males anteriores.
Somos administradores de los bienes que Dios nos da. Entre los bienes está la
inteligencia. Lo que hoy más nos quiere decir Jesús es que usemos la inteligencia para
lo que “vale la pena”, que es el futuro. No un futuro de pocos años, sino el que será en
la vida eterna.
Quizá nos colocamos entre los que llama Jesús “hijos de la luz”. Seamos de verdad
hijos de la luz verdadera. Jesús dijo: “Yo soy la luz”. Cuanto más imitemos la vida de
Jesús y sigamos sus mandatos, seremos más luz, para nosotros y para los demás.
Imitarle es sobre todo vivir en el amor y la caridad. Esto es también servir al Señor con
los bienes que El nos ha dado.
Servir a Dios no es lo mismo que servirse de Dios, pues hay quienes quieren servir
al dinero y pretenden servirse de Dios. Servir a Dios es aceptar que Dios es el todo, y
que nada ni nadie puede ocupar su lugar. Y servir a Dios es hacer lo que El nos
mande. Pero como El es todo amor, lo que nos manda es que nos amemos unos a
otros. Cuando se sirve al dinero, es muy difícil amar a los demás con verdadera
fraternidad. Además Dios libera y el dinero nos hace esclavos.
Otra enseñanza del evangelio es que para administrar bien los bienes celestiales,
que es lo mucho, hay que saber administrar lo poco, que es lo terreno. Debemos
administrarlo con la principal misión nuestra, que es la salvación propia y la ajena.