Domingo 32 ordinario, Ciclo C
Quien come para vivir, se alimenta; quien vive para comer,
revienta .
Cuando ya se acercaba la recta final para Cristo, estando en la ciudad de
Jerusalén que sería testigo de su pasión y de su muerte, los enemigos
arreciaron su lucha para hacerlo desaparecer por la “inutilidad” de su vida
y por oponerse a los planes de la nación y del templo judíos. Es por esto
que los saduceos, una secta muy importante en el terreno político y
también en el religioso, que negaban la resurrección de los muertos,
quisieron poner en ridículo a Cristo, frente al otro partido también
importante, el de los fariseos, que sí afirmaban la resurrección de los
muertos. La cuestión que le planteaban, la de una mujer que había tenido
siete maridos sucesivamente, y que no había podido tener sucesión, era la
de saber de quién sería mujer en la otra vida.
Internamente a Cristo de daría risa el planteamiento de aquellas gentes
que por estar en una condición económica, social, política y religiosamente
muy acomodada, se veían imposibilitados para pensar en otra vida
distinta de la que estaban viviendo. Pero había que dejar en claro una
cuestión muy importante que era de la de resurrección de los muertos, y
usó una cita precisamente del libro del Éxodo (3, 6) que ellos
admitían, donde se hablaba de los antiguos patriarcas de su pueblo que
necesariamente tendrían que estar vivos. Esta cuestión para nosotros los
creyentes, es básica, es esencial, pero tendremos que determinar
precisamente que la resurrección de los muertos no equivale a una simple
inmortalidad, no se trata de volver a la misma vida, sintiendo que nos
movemos entre los extremos de los que no podemos desengancharlos, el
inicio de la vida, en el seno de la madre y la muerte corporal, pues vista
de esta manera, la vida del hombre no sería sino un comenzar a morir
desde el momento del nacimiento. Se trata de otra cosa distinta, se trata
de un salto cualitativo, pues la resurrección es otra cosa distinta, en la que
ya no estaremos sujetos a las necesidades que hoy nos perecen
imprescindibles y así ya no necesitaríamos comer y dormir, ya no
necesitaríamos los lentes para leer, ni la dentadura postiza para masticar,
ni más medicinas para las enfermedades que ya no existirían, ni sería
necesaria la formación de una familia y la procreación de los hijos para
asegurar nuestra presencia en este mundo, porque el Señor Dios, el Padre
de toda la Creación, llenará los corazones de todos y así seremos una gran
familia.
Esto es difícil de entender pero lleva implicada toda nuestra vida, pues
según la mente de Cristo, la vida de hoy tiene que ser un reflejo de lo que
esperamos vivir en la vida nueva de los hijos de Dios, en la generosidad,
en la entrega de cada día, en una palabra llena de amor a los demás, pues
así estaremos viviendo anticipadamente la vida de resucitados. Esto da
lugar a dos maneras de vivir: “Los que buscan la felicidad en esta tierra y
los que tienen los ojos puestos en la eternidad”, sintiendo que: “No resulta
fácil para todos creer en la otra vida. Unos viven tan bien que difícilmente
pueden imaginar otra vida mejor. Otros viven tan sumidos en la pobreza
que ni les dejamos imaginación para pensar en otra vida. A pesar de todo,
son muchos los que tarde o temprano y por distintas razones, reconocen
que ésta no es vida, que tiene que haber algo, que esto no es todo. ¿Hay
otra vida? Los creyentes confesamos otra vida, la vida eterna”.
Entendiendo la resurrección de los muertos, es lógico preguntarnos por qué
para muchos hombres hoy es tan fácil morir o matar, porqué no
encuentran las razones para vivir que tan claras resultan en el mensaje
de Jesús. Sólo en el amor, la entrega y la generosidad, podremos ser como
Cristo, que dio su vida para que nosotros tuviéramos razones de
esperanza, virtud que no será un soporífero o una droga, sino el incentivo
para luchar por un mundo mejor, un mundo de paz, de amor, de entrega y
de justicia.
Ojalá que sea esta la vida a la que aspiran todos mis queridos lectores.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
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