DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
QUE LA PAZ VUELVA A SU CURSO.
Pablo evangelizó en Tesalónica entre el otoño de 49 y la primavera del 50;
Timoteo su mejor discípulo fue enviado para una visita pastoral a la
comunidad; trayendo noticias de la campaña contra Pablo en toda la ciudad,
las preocupaciones de los creyentes, si sería o no inmediato el retorno del
Señor y el futuro de los que habían muerto sin paz en medio de tantas
dificultades. Pablo, en el primer escrito del Nuevo testamento les exhorta a
guardar fielmente la fe que les ha sido transmitida: “Que el Dios que os ha
amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo permanente y una feliz
esperanza, conforte los corazones de ustedes y los disponga para toda clase
de obras buenas y palabras de paz” (segunda lectura). Pablo oraba por los
tesalonicenses y pedía que oraran por él para que “La palabra de Dios siguiera
su curso”. Lo mismo pedimos los creyentes a Dios para que en nuestro país
no siga en curso la violencia, la venganza, la retaliación política o la
corrupción mal acostumbradas sino la reconciliación como el camino normal
hacia la paz. A Pablo le encantaba la imagen del “curso, la carrera en los
deportes” para decir que un buen corredor, con la palabra de Dios en mano,
era capaz como la antorcha de iluminar e interiormente de inflamar a mucha
gente. El músico que interpreta una obra puede inundar de emoción a los
asistentes hasta arrancarles palmas. “Oren para que la palabra de Dios se
propague con rapidez y sea recibida con honor. Así el Señor que es fiel les
dará fuerza a ustedes y los librará de la violencia. Que el Señor dirija sus
corazones para que amen a Dios y esperen pacientemente la venida de Dios
en paz” (segunda lectura).
En nuestras dificultades, no superables solo con procesos políticos
interesados, debe contar también la esperanza por la fidelidad de Dios con
nuestro pueblo “el se￱or es fiel”, basta hacer memoria de lo que Dios ha
hecho como salvación; en nuestra historia; para aumentar la fe que requiere
toda esperanza; teniendo en cuenta que tenemos más tradición de fe y
esperanza que de violencia y desaciertos institucionales.
LA RESTAURACIÓN TIENE QUE SER COLECTIVA
El texto de la primera lectura nos traslada entre los años 175 y 163, la época
del rey sirio Antíoco Epifanes cuando éste intenta unir su reino a un mosaico
de pueblos de modelo griego contrario a las costumbres judías; la mal
intención lo llevó a abusar de la tortura. La historia de los siete hermanos
arrestados acompañados al martirio con su madre, es un bello ejemplo de
cómo la experiencia de la fidelidad de Dios con sus antecesores y ahora con
ellos los convenció de la existencia de la resurrección. Esto que parecía
imposible, es menos interesante al indiferentismo de hoy; pero da una gran
esperanza para todos nosotros y de máxima importancia para nuestros
muertos por la violencia y sus familias. Ezequiel pensaba en la restauración de
Israel no solo como individual sino para Israel de entonces y el nosotros de
hoy; al profeta lo confundía el desastre de la perdida en forma violenta de la
tierra y el exilio como desplazamiento y destierro. Su fe le permitió soñar en
un campo de batalla, como muchos de nosotros llenos de huesos de
cadáveres de una armada vencida; “vuestro pueblo se parece a esto; pero el
Dios de la vida cubrirá los huesos de carne con músculos y piel como si la
sangre corriera por sus venas (Ez 37) Recordemos que no se trataba de una
resurrección individual sino comunitaria.
LA RECONSTRUCCIÓN Y RECONCILIACIÓN.
Para nosotros el resucitado, el Espíritu Santo, ha realizado y nos promete
mucho más de lo que se imaginó Ezequiel. Nuestro compromiso es reconstruir
nuestro tejido social por la reconciliación hacia la paz como signo de la
resurrección futura. Si no somos capaces de reconstruir nuestra sociedad
actual, no reconoceremos la vida eterna en el cielo. Nosotros seremos
resucitados con un cuerpo transformado y glorificado que nos es imposible
concebir ahora. Nosotros somos herederos de la resurrección porque
participamos de la suya; seremos trasformados como lo fue Él, el día en que
venció la muerte y resucitó, pasó de la muerte a la vida, lo que llamamos
“Pascua”.
Jesús en su discusión con los Saduceos, quienes negaban la resurrección y la
vida futura, confirmando su increencia con el menosprecio de la fe, pero sin
arruinar la vida como los victimarios nuestros; nos advierte que el proyecto
de reconstruir la vida social mediante la reconciliación hacia la paz, anticipa
en esta vida, la vida futura; porque “Él no es solo Dios de muertos, sido de
vivos, pues para Él todos viven” (evangelio).
El Dios de la vida no permitirá que nosotros que somos la extensión de su
vida, se pierda; o en ella que la última palabra la tenga la muerte. Karl
Rahner, te￳logo cat￳lico, alemán, decía: “Cuando lleguemos a la plenitud de
la vida, nos veremos sorprendidos al comprobar que todo era casi de otra
manera distinta de cómo lo habíamos pensado, pero esa diferencia se
mostrará concordante con nuestra vida actual. Yo espero Señor con paciencia
y con confianza. Yo te espero como un ciego a quien le han prometido el
comienzo de la luz. Yo espero en la resurrecci￳n de los muertos”.
“Se￱or, hazme justicia y a mi clamor atiende; presta oído a mi súplica, pues
mis labios no mienten. Mis pies en tus caminos se mantuvieron firmes, no
tembló mi pisada. A ti mi voz elevo, pues sé que me respondes. Atiéndeme,
Dios mío, y escucha mis palabras. Protégeme Señor como a las niñas de tus
ojos, bajo la sombra de tus alas escóndeme, pues yo, por serte fiel,
contemplaré tu rostro, y al despertarme, espero saciarme de tu vista” (Sal
16)
Padre Emilio Betancourt