Domingo, 14 de Noviembre de 2010; 33º ordinario: Lc 21, 5-19
Estamos prácticamente a fin del año litúrgico. El domingo próximo será la fiesta de
Cristo Rey para así terminar de contemplar en un año la vida y mensajes de Jesús.
Hoy, como todos los años, nos trae la Iglesia mensajes sobre el fin. En este año, ciclo
C, según el evangelio de San Lucas. Jesús estaba conversando en el templo los días
antes de su muerte. Estando allí le comentaron la belleza de ese templo. Jesús
profetizó que de todo ese templo no quedaría nada.
Mucho les tuvo que impresionar a los judíos esas palabras, ya que para ellos el
templo era la manifestación de su fe y la materialización de la alianza de Dios con su
pueblo. De hecho era una de las maravillas del mundo; pero sobre todo representaba el
hecho de que Dios les había elegido sobre todos los pueblos y les daba seguridad para
ir hacia Él. Por eso estas palabras dichas “contra” el templo fueron el motivo de la
acusación más grave que las autoridades judías le hicieron a Jesús. Pero Jesús, más
que de la caída material, o juntamente con ella, se refería al sistema como tal. Jesús
nos enseñaba que la relación con Dios es algo más personal, es una aventura vital
que, llevada con responsabilidad, nos toca a toda la persona. Hay cristianos que se
quedan perplejos cuando se derrumban “templos de un cristianismo sociológico”, como
dicen algunos. Es decir, que hay cristianos que ponen la esencia de la religión en
formas y estructuras externas, cuando lo importante es relacionarnos personalmente
con Dios y responder al compromiso vital de nuestra fe.
Ante el anuncio de la destrucción del templo, algunos le preguntaron a Jesús sobre
cuándo sucederá eso. Jesús, como en ocasiones parecidas, no responde a esa
curiosidad, sino que toma pie para darnos algún gran mensaje. Hoy lo une con el fin del
mundo. El fin del templo es como una señal del último fin. Y para hablar de ello, usa un
lenguaje, que entonces se usaba para hechos grandiosos, que es el apocalíptico. Es
una manera de hablar, mediante imágenes o símbolos, para comunicarnos en definitiva
la victoria de Dios sobre el mal. Como en otros escritos apocalípticos, se describen
dramas individuales o sociales en perspectivas definitivas. Aunque se habla de
conflictos últimos, en realidad se describen aspectos permanentes de todo tiempo.
El discípulo de Cristo siempre tiene que estar alerta y saber que vendrán muchas
dificultades. Pero las palabras de Jesús son de ánimo y de esperanza. Dios nunca
abandona el mundo a las fuerzas del mal. La actitud del cristiano debe ser el estar
siempre alerta para no dejarnos engañar por falsas propagandas y confusas ideologías.
La experiencia de la historia nos dice que de la persecución contra la Iglesia se
engendra más vida. Y nos dice que cuando se despoja a la Iglesia de privilegios y
ventajas, que se pueden llamar “legítimas”, se suele sentir más de cerca la presencia
de Jesús, que vivió pobre e indefenso. La historia nos dice que cuando la Iglesia
aparece desprotegida y aun dificultada o perseguida, ha tenido mayor fortaleza, libertad
real, creatividad y aun credibilidad en su acción evangelizadora. Hoy también se habla
de obstáculos y sufrimientos que acompañan el testimonio del cristiano, pero también
de la recompensa final que espera a quienes perseveran en la fe hasta el final. “No se
perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza”. Jesús no quiere atemorizarnos con
anuncios catastróficos, sino que quiere mover nuestras conciencias para que
cambiemos. Nos invita a la reflexión y a la cordura. Todavía no es el fin. Pero es que
además el fin de la historia es el comienzo de algo distinto mucho mejor.
Contra la Iglesia siempre ha habido y sigue habiendo momentos de grandes
persecuciones, que parecen como el final; pero siempre sigue presente, si es firme su
fidelidad a Cristo. La vida callada, pero llena de amor, es como un martirio o testimonio
a los ojos de Dios. Terminamos pidiendo, como en la primera oración de la misa:
“Concédenos vivir siempre alegres en tu servicio”.