DOMINGO 33 ORDINARIO, CICLO C
No hables mal del puente hasta haber cruzado el rio
¿Qué moverá a tantas gentes a propalar por las casas que el fin del
mundo está cerca? ¿Por qué hay sectas enteras que parece que el miedo
es su motivación para decirle a las gentes que ellos son los únicos y que
fuera de ellos a todos los demás “se los llevará la tostada”? Motivos no les
faltan, pues invocan en su favor, las guerras, la tremenda desigualdad
social, los huracanes, las inundaciones, las epidemias, el hambre que
afecta a grandes sectores de nuestro mundo, y ahora si quisiéramos
ponerle patitas y manitas al asunto, también se podrían alegar los
terremotos que tienen asolada a toda Italia, e incluso Roma,
precisamente el día que el Papa no estaba en casa, pues no estaba en el
Vaticano, pues asistió en Suecia al V centenario de la Reforma
Protestante, buscando caminos de unidad y de paz.
Pues todas esas cosas juntas y otras que podríamos añadir, no bastarían
para hacernos perder la calma, pues si conociéramos el mensaje de
Cristo, en sus palabras encontramos esa profunda verdad. El fin del
mundo no lo sabe nadie, sino sólo el Padre, y queda firme también que la
presencia de Cristo en el mundo no obedece sino a su deseo de que todos
quedemos convencidos de que Dios nos quiere, que no está decretando a
cada momento castigo sobre castigo y que lo único que quiere estar cerca
de los pobres, de los necesitados y de todos los que requieren de su
ayuda.
Precisamente en una ocasión, llegando de galilea, los que iban con él,
aldeanos por cierto, deslumbrados por la belleza del templo de Jerusalén,
que brillaría esplendoroso en el momento en que iban llegando, le
comentaron a Cristo precisamente de la grandiosidad del templo, de tal
manera que Cristo no pudo más, y aunque él también era judío y amaba
a ese símbolo de su nación, tuvo que manifestar delante de todos, que
algún día no muy lejano, de aquella profunda belleza, no quedaría piedra
sobre piedra. Para ellos debe haber sido un momento de pleno
embarazo, pues el templo lo era todo para ellos, sin embargo, Cristo
sabía que el templo había llegado a ser un gran enemigo del pueblo, pues
siendo el único lugar de culto y de ofrendas, había llegado a ser símbolo
de poder político, religioso e incluso económico, donde los sacerdotes y
los que dirigían el pandero, vivían espléndidamente, y el pueblo fiel, los
que iban llevando su ofrendita, se las verían negras para subsistir en esas
condiciones. Cuando se dieron cuenta de la revelación de Cristo,
inmediatamente se atrevieron a preguntarle el “Cuando” sucedería
aquello, y de nueva cuenta la respuesta fue tajante: “cuídense de que
nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando ni nombre y dirán
Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado. Pero no les hagan caso. Cuando
oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico,
porque eso tiene que a contener, pero todavía no es el fin”.
Queda claro, pues en labios de Cristo que lo único que él desea es la
fidelidad de los suyos, y él se encargará de lo demás, es verdad que
tendrán persecuciones por su causa, pero atención a esto: “Sin embargo
ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán
la vida”. Éste el mensaje de Cristo, la entrega a los demás, la
generosidad, la donación a cada uno de los que nos rodean, hasta dar la
camisa por los demás, fomentando situaciones nuevas que hagan que la
tremenda desigualdad entre los hombres divididos entre los que no tienen
que son la mayoría y los que disfrutan y gozan y derrochan, pueda ser
cosa de la historia y podamos reproducir desde ahora la vida que
llevaremos cerca del Buen Padre Dios. De manera que fuera miedos,
angustias y sinsabores sobre el fin del mundo, porque estamos en las
manos misericordiosas de Cristo Jesús.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera tus comentarios en
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