34ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Lc 21, 12-19
Estamos en la última semana del año litúrgico, y en este ambiente la Iglesia nos
presenta en el evangelio mensajes de Jesús sobre el fin del mundo o el de Jerusalén
con el gran símbolo del templo. Todo fin, en religión, es el comienzo de una nueva fase.
Al fin del mundo sucede la vida definitiva con Dios en el cielo. Al fin del predominio de
la religión del templo, debe suceder el predominio de la religión del Espíritu, porque
Dios habita en nosotros mismos. Esta sucesión y predominio del Espíritu en esta vida
mortal no es fácil, ya que estamos envueltos en pecados. Por eso van a venir muchas
persecuciones para aquellos que quieran ser de verdad discípulos de Jesús.
Jesús no les promete a sus discípulos triunfos humanos ni aplausos, ni les dice que
será fácil el camino. Pero lo que sí les asegura es la salvación de su vida, si son fieles.
Les dice y nos dice a nosotros que, si sabemos dar testimonio de Él ante la gente, Él
dará testimonio de nosotros ante el Padre Celestial. Esta advertencia la volvería a
repetir en la Ultima Cena. Por esto necesitamos estar preparados. Estas palabras del
evangelio de hoy no son para asustarnos, sino para darnos confianza y para animarnos
a ser fuertes en las luchas de cada día y quizá en alguna prueba más especial.
De hecho cuando san Lucas trascribía estas palabras de Jesús, ya habían sucedido
muchas persecuciones contra la Iglesia. En primer lugar por parte de los judíos que
pensaban que los cristianos eran un peligro para la religión oficial. Luego serían los
romanos los grandes perseguidores, pensando que los cristianos eran un peligro contra
el imperio romano. El mismo san Lucas describiría varias persecuciones contra los
apóstoles, como cuando Pedro y Juan fueron llevados a la cárcel y dejados libres,
después de que les hubieran azotado. Ya para entonces san Esteban había muerto
mártir. Poco después sería el apóstol Santiago, y entre persecuciones iba progresando
la Iglesia dando testimonio de su fe con alegría, como se nos manifiesta cuando los
apóstoles salían contentos de haber sufrido algo dando testimonio de Jesús.
Extraña a veces que personas que pretenden hacer siempre el bien, sean acusadas
y perseguidas tan brutalmente. El hecho es que la vida de los justos es como un
reclamo contra la vida de los que buscan la maldad. Dicen algunos que cuando el
poder no está contra la Iglesia o contra los discípulos de Jesús, es que éstos de alguna
manera están atados al poder. Y eso no es bueno. El hecho de ser discípulo de Jesús
no nos quita las dificultades, pero nos ayuda a soportarlas. Dios no se puede gozar con
que sus fieles estén sufriendo. Jesús sólo nos dice una realidad: habrá persecuciones.
Pero son palabras de aliento, de esperanza y optimismo. Son consejos dichos con
amor, para que podamos vencer con el amor al egoísmo. Las persecuciones son una
ocasión para dar testimonio de Jesús, para anunciar el Evangelio, como lo hacía san
Pablo cuando estaba encarcelado: con los carceleros, y hasta con las autoridades.
Los buenos cristianos no han temido a las persecuciones, porque Cristo prometió
estar con nosotros. Jesús promete ayuda para cuando haya que hablar en la
persecución. Y así ha sido desde el principio. Es bueno recordar cómo los mismos
perseguidores se extrañaban de la sabiduría que expresaban san Esteban y todos los
apóstoles cuando les llevaban a la cárcel. Tenemos la presencia del Espíritu Santo con
todos sus dones. Para ello es el sacramento de la Confirmación. Debemos tener fe en
esta presencia del Espíritu. Y por eso debemos reavivarla, como hacían los santos.
Son innumerables los mártires de todos los tiempos que nos estimulan con su
valentía para defender la fe. Y no sólo los que derramaron su sangre por Cristo, sino
todos los mártires callados que son testimonio con su vida de cada día. Jesús termina
hoy diciendo que salvaremos la vida con la perseverancia. Normalmente los mártires
más famosos son fuertes al final, porque han sido “testigos” de Cristo en toda una vida
testimonial de su amor y entrega a la causa de Jesucristo.