DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
CLAUSURA DEL AÑO SANTO DE LA MISERICORDIA
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
13 de noviembre de 2016
Mal 3, 19-20; 2 Tes 3, 7-12; Lc 21, 5-19
No es fácil comprender este fragmento del Evangelio que acaba de ser proclamado.
Pero acerquémonos al texto, hermanos y hermanas, con humildad para sacar algún
provecho espiritual.
Jesús habla primero de la destrucción del templo de Jerusalén como de algo cercano,
si bien la creencia popular consideraba que duraría para siempre. El templo era muy
nuevo; prácticamente había sido acabada la construcción pocos años antes. Pero el
Señor anuncia su ruina porque el pueblo de Israel había rechazado acogerlo a él como
enviado de Dios. Y, ciertamente, el templo fue destruido, junto con la ciudad de
Jerusalén, por las legiones romanas en el año 70 después de Cristo; del templo, no
quedó piedra sobre piedra , tal como había dicho, sólo quedó su pie un fragmento de
uno de los muros, que aún se puede contemplar hoy. De todos modos, en la economía
de la nueva alianza, el templo quedaba superado porque el nuevo templo de Dios en
medio de la humanidad es Jesucristo (cf. Jn 2, 21). Jesús anuncia la destrucción del
templo, pero dice que esto no será todavía el fin del mundo.
En un segundo lugar, les habla del tiempo que habrá entre la destrucción del templo y
el fin del mundo. Es decir, habla de nuestros tiempos. Y dice que habrá falsos mesías,
falsos profetas que hablarán con una autoridad similar a la de él pero que querrán
corregir su palabra evangélica, prometerán la salvación de todos los males y
anunciarán la inmediatez del fin del mundo. No se les debe hacer caso: no vayáis tras
ellos , dice Jesús. Son todas las ideologías que ha habido a lo largo de la historia y las
que hay todavía hoy que prometen el bienestar fácil y el paraíso en la tierra; son las
ideologías de tipo económico, social, político, filosófico, etc. que pueden parecer
atrayentes pero que están en contradicción con la palabra de Jesús.
En tercer lugar, habla de las guerras, de las revueltas, del hambre, de la peste y de las
catástrofes naturales. Tampoco todo esto no pertenece al fin del mundo, dice.
Pertenece a la historia humana con sus ambiciones y con su falta de respeto a las
personas sencillas y a los pueblos, y con la voluntad de dominar, de hacer dinero, de
imponer un sistema de vida que margina a los pobres y a los pequeños. Tampoco
pertenecen al fin del mundo, dice Jesús, los desastres naturales; pertenecen a la
debilidad de la naturaleza, de la creación, que son realidades maravillosas, pero no
son perfectas, continúan en proceso de evolución. Y lo mismo se puede decir de la
fragilidad de la condición humana. No es en esta tierra donde la humanidad tiene la
ciudad definitiva.
Y, finalmente, Jesús habla de cómo sus discípulos debemos vivir todas estas
situaciones antes de que llegue el fin del mundo. No nos promete una vida tranquila;
encontraremos acusaciones falsas, persecuciones, traiciones y odio, a veces incluso
dentro de la familia y entre los amigos. Constatamos como esto es así en muchas
partes del mundo donde los cristianos son perseguidos a causa de su fe y de su
defensa de la justicia. También en nuestras latitudes aparecen incomprensiones,
actitudes hostiles, amenazas. Ante todo esto, Jesús nos dice lo que tenemos que
hacer, y este es el mensaje central del evangelio de hoy: con vuestra perseverancia
salvaréis vuestras almas . Es decir, vivir las situaciones difíciles y dolorosas con
perseverancia, arraigados firmemente en su palabra, confiando en su asistencia en lo
más íntimo de nosotros: yo -dice- os daré palabras y sabiduría . Y confiando, también,
en la providencia misericordiosa del Padre que nos asegura que: ni un cabello de
vuestra cabeza perecerá.
No nos debe sorprender, pues, que de vez en cuando rebroten en la sociedad
actitudes hostiles al hecho cristiano y al anuncio que hace la Iglesia. Forma parte del
programa que nos ha prometido el Señor. Pero esto no es camino de derrota sino de
ganar para siempre nuestra vida. Estamos en un mundo convulso, con amenazas y
con miedos a nivel internacional, con incertidumbres sobre el futuro más inmediato a
nivel económico, social, político; con los dramas de los refugiados y de los países en
guerra. La situación en un lado y al otro del Atlántico así como en Oriente Medio y en
diversos lugares de África no es muy halagüeña. El cristiano que quiere ser fiel a la
palabra de Jesús, camina, pues, en medio de las dificultades del mundo presente pero
con la certeza de que avanza hacia un futuro divinamente feliz, que ya ha empezado a
hacerse presente y que experimenta en su interior por la fe y la oración. Y esto le hace
vivir con esperanza, con alegría y con el deseo de comprometerse a construir un
mundo mejor, más justo y pacificado. Nosotros lo tendremos que hacer hasta que
llegue el término de nuestra vida sobre la tierra. Después otros cristianos continuarán
viviendo la fe, sufriendo con perseverancia , y trabajando a favor de los hermanos y
hermanas en humanidad. Y así hasta el final de la historia. No sabemos cuándo será,
pero sabemos que vendrá un momento en el que se acabará nuestro sistema solar.
Mientras, sin embargo, los discípulos de Jesús tendremos que continuar la tarea que
él nos encomendó con la certeza de que él nos acompaña y con la esperanza de que
él nos dará la vida para siempre .
Hoy se concluye en las Iglesias particulares del Año Santo de la Misericordia. Ha sido
un tiempo de gracia para tomar conciencia del amor misericordioso que el Padre nos
tiene, para acogerlo y para ser testigos y agentes de misericordia en nuestro entorno y
en la construcción de la sociedad. Al término de este Año Santo, damos gracias a Dios
por los dones que ha hecho a tantas y tantas personas, particularmente por los que ha
otorgado en esta nuestra basílica. Y con la acción de gracias, renovamos el
compromiso de continuar acogiendo la misericordia del Padre y de perseverar con
constancia, tal como pide el evangelio de hoy, ante las dificultades que puedan venir.
Se acaba el año dedicado a profundizar la misericordia que Dios tiene a la humanidad;
pero no se acaba la misericordia de Dios. Por eso siempre podemos volver a confiar
en su misericordia, que él no se cansa nunca de amarnos y de abajarse hasta nuestra
situación concreta.
La prueba es el sacramento de la Eucaristía, en el que día tras día y año tras año,
hasta el fin del mundo, nos comunica su amor entrañable y eterno.