2ª semana de Adviento. Domingo A: Mt 3, 1-12
Todos los años en el 2º y 3º domingo de Adviento sale a relucir la figura de san
Juan Bautista y sus mensajes, que nos deben servir a todos para prepararnos a la
verdadera venida de Jesús a nuestro corazón y al mundo entero. El evangelista, al
describir a Juan Bautista, recuerda la figura y actitudes de Elías, el gran profeta, que se
decía debía volver. Hoy en la 1ª lectura nos habla otro gran profeta, Isaías, y nos invita
a soñar con él en un paraíso que recuerda el de Adán; pero que es un deseo para los
tiempos mesiánicos. Es un símbolo de la paz que Jesús quiere darnos a todos.
Jesús vino en la Navidad. Jesús vendrá solemnemente al final de los tiempos, como
vimos el domingo pasado; pero lo cierto es que viene constantemente y que la Navidad
debe ser un motivo para que venga más profundamente a nuestro corazón. Para ello
debemos prepararnos como se prepara un camino para la llegada de un gran rey,
como lo describían los profetas. Hoy el Bautista para prepararnos a esa venida nos
habla de CONVERSIÓN. Quizá algunos no necesiten una conversión del gran pecado
a la gracia; pero todos necesitamos convertirnos a una mayor amistad con Dios.
Debemos convertirnos a una vida de mayor intimidad y unión con Dios, nuestro
Padre, y de servicio, amor y perdón con nuestros semejantes. Debemos desterrar cada
vez más el egoísmo para que vivamos en una atmósfera de mayor amor. Hoy san Juan
pronuncia palabras fuertes contra algunos fariseos y saduceos, que habían acudido
para ser bautizados. La razón es que aquel bautismo externo no daba nada si no había
conversión de corazón. Aquellos fariseos habían acudido para quedar bien con la
gente, pero no querían cambiar de vida: Los fariseos querían seguir siendo orgullosos y
los saduceos querían seguir atados a su dinero. Así que, aunque cumplían la ley en
cuanto a la forma externa, su corazón estaba alejado de Dios, alejado del amor.
Una verdadera conversión se debe ver en los frutos sanos; porque los frutos de
actos externos de religión pueden estar podridos por el egoísmo. Dios no nos juzga
según las clases sociales, sino según sea nuestra conducta. Para expresar este
cambio de vida san Juan Bautista usaba el bautismo. No es que lo inventó él, pues
estaba entre las prácticas religiosas de los judíos, pero sí lo dio un aspecto nuevo no
sólo de formulismo, sino de unión a una sincera conversión. Sin embargo era algo
transitorio, porque allí mismo el Bautista anuncia que vendrá pronto el Mesías, que no
va a bautizar sólo con agua, que representa el lavado interior, sino que lo hará con el
Espíritu y fuego. Jesús limpiará de verdad el alma. Para ello quiere que nosotros
colaboremos poniendo de nuestra parte el seguir el camino que Jesús nos enseña.
El Adviento es tiempo de esperanza, que no es sólo espera, sino unión con Dios,
que es amor. Por eso la esperanza verdadera engendra una gran alegría. No sólo
porque llega la Navidad con su parte atractiva en lo externo, que pasa y a muchos les
deja un tanto de amargor, por haber puesto sólo en ello su pequeña esperanza.
Cuando la esperanza se pone en Dios amor, que se vive de manera especial en la
Navidad, debe dejar el alma más llena. Y eso es lo que da la alegría.
Hoy en el salmo responsorial se repite una frase del profeta Isaías: “Que en
nuestros días florezca la justicia y la paz abunde eternamente”. Esto será verdad si nos
vamos convirtiendo cada vez más al Amor. Mucho es lo que la humanidad debe crecer
en la justicia y la paz. Comencemos por nosotros mismos, ayudados por la gracia de
Dios. Después trabajemos un poco o mucho para que en el mundo haya más justicia y
paz. Todos tenemos derecho a soñar, como lo hacía el profeta; pero también tenemos
obligación de trabajar para que ese sueño se vaya cumpliendo cada vez más.
Nosotros solos no podemos; pero Dios puede sacar “hijos de Abraham de las
piedras”. Es hacer que el corazón de piedra se convierta en corazón de carne, o que
broten retoños nuevos del árbol seco, o que el árbol estéril dé frutos buenos.