II Domingo del Tiempo de Adviento, Ciclo A
El Espíritu del Mesías que viene
En el segundo domingo de Adviento resuena la Palabra de Dios con un canto a la
esperanza mesiánica y una llamada urgente a la conversión. Los textos de la
Sagrada Escritura de hoy (Is 11,1-10; Rom 15,4-9; Mt 3,1-12) presentan dos
grandes figuras del Adviento, Isaías y Juan Bautista.
La belleza literaria del poema de Isaías y su contenido teológico contribuyen a
expresar la gran esperanza en el Mesías sobre el cual reposa el Espíritu del
Señor para administrar justicia, para defender al desvalido y eliminar a los que
promueven la injusticia y hacen imposible la paz. La paz de su Reino se proyecta
en imágenes paradisíacas de convivencia armónica entre animales domésticos y
salvajes: el lobo y el cordero, la pantera y el cabrito,... y en medio un chiquillo
que los pastorea y que juega con ellos. Con este niño empieza una nueva
creación. Éste es el niño Jesús, cuyo nacimiento celebramos en Navidad, y por el
cual el corazón de los creyentes vibra con nueva intensidad y se pone alerta
para percibir su Espíritu, porque con él viene el Espíritu del Señor, un Espíritu
capaz de transformar esta humanidad atrapada en el mal, pero amada por Dios
de tal modo que encontrará caminos de redención.
El mensaje de esta poesía es de una actualidad palpitante pues nuestro mundo
actual, revestido de apariencias engañosas y de lucecitas fascinantes, está
atrapado en injusticias sin par, que van dejando continuamente y por doquier
una fila inmensa de desvalidos, de desamparados, de pobres y de descartados,
todos ellos hundidos en la miseria de un mundo que suspira y sueña con
experimentar la Misericordia de Dios y de los hombres. Cuando acabamos de
celebrar el año jubilar de la Misericordia conviene poner en práctica esta
misericordia. A lo largo del mismo hemos aprendido o recordado, con la Biblia en
la mano y con el papa Francisco, su gran evangelizador, que la Misericordia es el
amor entrañable del corazón que se vuelca hacia cualquier persona sumida en
algún tipo de miseria y le ofrece la ayuda concreta y adecuada para rehabilitarla
y regenerarla. El rostro visible de esta misericordia es Jesús, el Mesías anunciado
por los profetas, del cual Isaías destaca su Espíritu.
Al presentar el Espíritu del Señor que reposa sobre el vástago de la raíz de Jesé,
el Mesías de la estirpe de David, Isaías se recrea en describir las facetas del
Espíritu. A nosotros nos resulta fácil recordarlas pues son los siete dones del
Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor
de Dios. Estos dones pertenecen en plenitud al Mesías y son los que sostienen la
vida moral de los cristianos, tal como indica el catecismo católico (cf. CIC n.
1830-1831). Por la acción de ese espíritu mesiánico es como irrumpe
definitivamente en la historia el día nuevo en que la tierra se empieza a llenar
del conocimiento de Dios. Lo trae consigo Jesús en la verdadera Navidad y lo
comunica a todos nosotros para que sigamos haciendo frente a los violentos y a
los malvados, a los corruptos y a los injustos y de este modo puedan abrirse
paso la justicia que favorece a los pobres y la fidelidad en la misericordia que
favorece a los desvalidos y descartados.
El Evangelista Mateo cita a Isaías refiriéndose a Juan Bautista, como la “Voz del
que grita en el desierto: Preparad el camino al Señor”. De Juan podemos
destacar su figura profética (2 Re 1,8) y su discurso, pero lo esencial de su
actividad, según Mateo, no es bautizar sino predicar anunciando la conversión y
la cercanía inminente del Reinado de Dios.
Predicar en el desierto no alude principalmente a la palabra del profeta desoída
por el pueblo, sino al lugar teológico que el desierto significa en la tradición
profética. El desierto es el lugar de la íntima relación amorosa de Dios con su
pueblo (Is 40,3, Jr 31,2; Os 2,16-25) y evoca la Alianza nupcial entre Dios y la
humanidad. Para esa Nueva Alianza se requiere un cambio de mentalidad y de
conducta que debe partir del reconocimiento de nuestros pecados. Ésa es la
conversión.
A Juan también acuden dirigentes religiosos, los fariseos y saduceos, pero el
Bautista, los denuncia duramente: ¡Raza de víboras! Pues la conversión reclama
frutos y obras e implica una aceptación personal de Dios y del Mesías que viene.
Refugiarse en falsas seguridades religiosas no vale. Los religiosos de la época
recurrían a su pertenencia a la estirpe de Abrahán. Hoy se suele legitimar la
religiosidad por la vinculación a cualquier grupo o actividad, aunque éstos sólo
tengan de religioso la apariencia. Pero si no hay frutos, si no hay conversión,
todo eso sirve de poco. La salvación no está garantizada ni siquiera por el mero
rito del bautismo, ni por ningún otro rito, sino por la conversión del corazón y de
la mente según el espíritu mesiánico. De ahí que la conversión sea urgente...
pues el hacha ya está en el árbol para cortar por lo sano... porque en la Nueva
Alianza no todo vale.
En este sentido no podemos perder de vista la función discriminatoria de la
llegada del Mesías-juez. El Mesías que vino y que vendrá con el Espíritu del
Señor somete a un juicio la realidad de la vida humana para separar el trigo de
la paja y para cortar el árbol estéril. Cuando se acerca la Navidad es bueno
considerar este aspecto del mesías rey y juez, para que revisemos nuestra vida,
nuestra ética y nuestra conducta, enjuiciándolas desde el Espíritu de sabiduría y
de valor que caracteriza al Mesías como juez, cuya fuerza es la palabra que
defiende con justicia al desamparado, con equidad al pobre, y que se pronuncia
contra el violento y el malvado.
La verdad última que juzga a toda persona y que sin duda saldrá a la luz
implantando la justicia mesiánica es el sufrimiento de todas las víctimas de esta
historia injusta y la indigencia de los pobres de este mundo. Por ello, cada paso
que damos en la clarificación de esta verdad, en la búsqueda de los derechos
humanos en cualquier parte del planeta, en la defensa de los más débiles, en el
respeto a la vida de todo ser humano desde su concepción hasta la muerte
natural, en la denuncia y condena de cualquier tipo de explotación de los niños y
menores de edad, será un canto de Adviento al Mesías que viene y que vendrá.
Celebrar el adviento implica hacer nuestras las causas de los pobres, de los
oprimidos y de los explotados. Estamos convencidos de que la justicia triunfará y
entonces traerá la paz. Por eso la esperanza de los desheredados y de los pobres
es que serán defendidos con justicia. Porque viene un hombre con el Espíritu del
Señor y su Reinado se ha acercado definitivamente. Este Espíritu mesiánico es el
que fecunda y llena de consuelo y esperanza a nuestra Iglesia en el tiempo del
Adviento. Con ese Espíritu y sus siete dones de sabiduría, inteligencia, consejo,
fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios podremos celebrar la verdadera
Navidad. Pidamos esos dones del espíritu mesiánico para toda nuestra Iglesia y
también para los dirigentes del mundo y los que dirigen los destinos de los
pueblos.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura