DOMINGO 3º. DE ADVIENTO, Ciclo A
NO ES LO MISMO ARREAR QUE LA CARGA LLEVAR.
¿Cómo era la religión que Juan Bautista encontró, toda centrada en el templo de
Jerusalén y a la qué le ganó tantos adeptos entre los judíos? Pues era una religión
hecha a base de ritos, de sacrificios de animales, hecha a la medida del hombre,
alcahueta y consentidora de los poderosos, impuesta desde arriba, y ella misma
opresora del pueblo, y que hablaba de castigos, para los malos, los injustos y los
violentos, y en donde los buenos eran premiados. Se sentía el miedo a la justicia
divina y se exaltaba en gran medida la majestad de Dios, su poder y su gloria,
pretendiendo ganárselo a base de oraciones, de ofrendas y de limosnas. Juan,
deja ese ámbito sagrado y se va al desierto cerca del río Jordán, a predicar la
necesidad de un cambio de vida, de una conversión al Dios de los cielos y
anunciando un bautismo en el fuego y en el espíritu. Tuvo un éxito rotundo. Lo
que conmovía a las gentes la sencillez de su vida y la convicción con que
presentaba su mensaje, anunciando, eso era lo importante, la presencia entre los
hombres del Mesías, del Salvador, del Enviado de lo alto. Un día, después del
sobresalto natural que eso le causó, tuvo que bautizar al mismo Cristo que se
presentó ante él y después del Bautismo asistió a la presentación que el Padre y
el Espíritu Santo hicieron del Hijo de Dios entre los hombres. Las Noticias que le
llegaban a la cárcel de la vida pública de Cristo Jesús, lo decepcionaron por el
hecho de que Cristo no daba ninguna señal de lo que él había señalado
fuertemente, pues no veía en él ninguna señal de liberación de su patria y ni
siquiera había movido un dedo para librarlo de la cárcel. Y se decidió a mandar a
sus discípulos a preguntarle si él era verdaderamente el enviado. Por toda
respuesta, simplemente pidió a los discípulos enviados, que lo acompañaran un
día en su vida, para que vieran por sus propios ojos lo que ya el Profeta Isaías
había anticipado varios siglos antes: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos
quedan limpios… y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquél que no
se sienta defraudado por mí” Juan se quedó sin saber qué hacer cuando
Cristo predicaba una religión interior, cuando exaltaba a los dóciles, a los
pacíficos, a los misericordiosos. Era una religión totalmente nueva., pues Cristo
no actuaba como libertador. Él no vino a libéranos de los imperialismos terrenos,
sino a liberarnos del imperio del demonio y del pecado. No vino a liberarnos de la
cruz, sino a darnos fuerza para tomarla y caminar con él con nuestra propia cruz
y no vino a liberar físicamente a los ciegos, sordos, leprosos y muertos
físicamente, sino para incitarnos a mover un pie o los dos para ayudar a los demás
a que puedan andar, para que puedan ver, para que oigan y estemos interesados
en los que sufren y ayudarlos a liberarnos de la lepra del pecado para quedar
limpios y resucitar a una nueva vida, que todos crezcan como personas y
progresen en todos los sentido, ante las lepras actuales, ante los marginados, ante
las sorderas que aíslan en soledad, y ante los muertos a toda esperanza. Lo de
Cristo era una semilla pequeña, un fermento escondido.
¿Cuál es la propuesta de Cristo?
Un Reino donde se valore a la persona por encima de todo, antes que las
instituciones, las estructuras, donde no se viva bajo el signo de la tristeza y el
miedo, donde la amistad y la solidaridad sean algo más que palabras, y donde el
progreso no encumbre a unos y explote y abaje a otros, donde la naturaleza no
sea violada ni destruida, en provecho de unos cuántos, donde las armas no sean
otra que la paz, la solidaridad, la fraternidad hasta sus última consecuencias, la
verdad y el amor, donde se den razones válidas para vivir y para morir, y donde
en el corazón del hombre estén precisamente los ideales que Cristo que mostró
con su propia vida después de pasar por el trago amargo de la cruz, del sufrimiento
y el dolor, una vida plena de amor y de felicidad. ¿Parece inalcanzable, verdad?
Pues a ese Cristo es al que nosotros esperamos en esta Navidad, el que nos
anunciaba Juan el Bautista. ¿Lo esperamos?
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios
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