3ª semana de Adviento. Viernes : Jn 5, 33-36
Estamos aún en la parte central del Adviento. En estos días, el evangelio nos ha
hablado sobre san Juan Bautista, el precursor del Señor, para estimularnos en la
preparación espiritual a la Navidad. Hoy es el último día de esta parte media, ya que
mañana comienza el octavario, casi novena, de evangelios que son la inmediata
preparación a la Navidad.
Hoy, con palabras del mismo Jesús, tenemos una comparación entre san Juan y
Jesús. Los “judíos”, así llama el evangelistas a los contrarios a Jesús, estaban
deseando matarle. Jesús debía defender su doctrina, la cual debía quedar permanente
por los siglos. Por ello hoy habla del testimonio de Juan.
Juan Bautista había sido muy apreciado por todos, especialmente por la gente
sencilla. Le tenían por un verdadero profeta. Ello se debía a que Juan Bautista
aparecía como un hombre íntegro y, por su manera de hablar y de vivir, era un hombre
digno de todo crédito. Hasta para los mismos fariseos. Éstos temían hablar algo mal
del Bautista, cuando Jesús les instó a ello, porque temían a la gente que le tenía a
Juan por un verdadero profeta.
Ahora Jesús apela en primer lugar al testimonio de Juan. Éste le había señalado un
día solemnemente con el dedo indicando al enviado de Dios. Había hablado también
sobre el “que estaba presente entre ellos”, del cual no era digno ni de desatar la
sandalia, proclamando con ello la grandeza de Jesús.
Hoy Jesús dice que Juan dio testimonio de la verdad. Dice que no era la luz, pero
era una “Lámpara que ardía y brillaba”. Como tampoco era la palabra salvadora, pero
era la voz que grita en el desierto. En verdad que los oídos de muchos judíos eran
como un desierto en la siembra de la buena semilla.
Ahora Jesús da un paso más en el testimonio. Porque, si era importante el
testimonio de Juan Bautista, mucho más importante es el testimonio de Dios Padre. Y
este testimonio aparece en las obras que le ha concedido a Jesús realizar.
Esta relación fundamental entre Jesús y Dios como Padre es fundamental para ir
comprendiendo el misterio y grandiosidad de la Navidad. Es una relación única. Las
actuaciones de Jesús son actuaciones del Padre. Las obras que hace Jesús dan
testimonio de que el Padre le ha enviado.
Nosotros también estamos destinados a ser lámparas que alumbren con la luz de
Jesucristo. Nosotros, en la Navidad y siempre, debemos dar testimonio de la verdad.
Pero cuanto más unidos estemos a la luz verdadera, que es Cristo, podremos iluminar
más. O, mejor dicho, Jesús iluminará más a través de nosotros. El mundo necesita de
luz que les oriente sobre las grandes verdades de la vida, su sentido vital y el por qué
de tantos problemas en la existencia.
Y esto para todos. Hoy en la primera lectura el profeta Isaías, que estaba con su
pueblo en el destierro, iba teniendo más luz sobre la universalidad de la palabra de
Dios. Comprende que todos, si escuchan la voz de Dios, pueden ser admitidos en su
santuario, que significa su presencia, aunque todavía no estaba afirmada la
universalidad del amor de ese Dios, que es sobre todo Padre.
Jesús abriría las ventanas a la luz esplendorosa del Amor. El amor no fuerza, pero
insinúa y ofrece. Esto es lo que la Navidad quiere de todos nosotros, que nos abramos
a la luz y seamos portadores de esta luz, de modo que por medio de aquellos que
desean vivir la fe con mayor plenitud, todos puedan comprender el amor tan grande de
Dios Padre hacia la humanidad, que quiso mandar a su Hijo para que fuese uno de
nosotros, mostrando de ese modo la bondadosa benignidad de Dios, nuestro Señor y
Padre.