IV DOMINGO DE ADVIENTO, Ciclo A
Is 7, 10-14; Sal 23; Rm 1, 1-7; Mt 1, 18-24
La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María,
estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se
encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era
justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en
sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu
mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un
hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de
sus pecados." Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del
Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un
hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: "Dios
con nosotros." Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor
le había mandado, y tomó consigo a su mujer.
“…Celebramos hoy el cuarto domingo de Adviento, mientras se intensifican
los preparativos para la fiesta de Navidad. La palabra de Dios, en la liturgia,
nos ayuda a centrar nuestra atención en el significado de este
acontecimiento salvífico fundamental que es, al mismo tiempo, histórico y
sobrenatural. "Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por
nombre Emmanuel, que significa: Dios con nosotros" (Is 7, 14). Esta profecía
de Isaías reviste una importancia capital en la economía de la salvación.
Asegura que "Dios mismo" dará un descendiente al rey David como "signo" de
su fidelidad. Esta promesa se cumplió con el nacimiento de Jesús de la Virgen
María…” (Juan Pablo II, Ángelus, 23 de diciembre de 2001).
El acontecimiento del Emmanuel es una realidad que más identifica al cristiano,
nosotros creemos en Dios que dialoga con el hombre y que además se hace
hombre y se queda entre nosotros. Dios que ama tanto al hombre, nos entrega
a su Hijo y entra de lleno en nuestra historia. San Beda el Venerable dice: ᆱ… El
nombre que el profeta da al Salvador, «Dios-con-nosotros», indica la doble
naturaleza de su única persona. En efecto, el que es Dios nacido del Padre antes
de los tiempos, es el mismo que, en la plenitud de los tiempos, se convirtió, en
el seno materno, en el Emmanuel, esto es, en «Dios-con-nosotros», ya que se
dignó asumir la fragilidad de nuestra naturaleza en la unidad de su persona.
Cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, esto es, cuando de
modo admirable comenzó a ser lo que nosotros somos, sin dejar de ser lo que
Era, asumiendo de forma tal nuestra naturaleza que no le obligase a perder lo
que él era…ᄏ (SAN BEDA EL VENERABLE, Homilía 5 en la vigilia de Navidad,CCL
122, 32-36).
El Evangelio nos presenta a María que ha concebido, ha quedado en cinta, por
obra del Espíritu Santo: es la señal que el propio Dios nos dio por medio del
profeta; en este Niño nos viene la salvación. José, como María en la Anunciación,
experimenta turbación y temor ante el misterio, porque cuando Dios se acerca,
desconcierta. Por eso también escuchar esta llamada es abandonar los temores,
para entrar en el Misterio de Dios, que significa dejar nuestro «pequeño mundo»
y aceptar que otro nos envuelva, nos preceda y nos lleve en la historia según su
voluntad y no según la nuestra.
Nuestro Salvador entra en la historia, se hace hombre el Dios-Salvador,
redimiendo de esta manera el tiempo. José, a través de su paternidad legal,
tiene la función de presentar a Jesús como descendiente del linaje de David, y
de esta manera proclamar que ha llegado el cumplimiento de la profecía del
profeta Isaías. En José, se prefigura a todo hombre que acogiendo la palabra de
Dios.
El Evangelio nos invita, como a José, a acoger el misterio que significa aceptar el
plan de Dios para con nosotros. Una invitación que se nos dirige a nosotros, que
nos invita a romper nuestras construcciones y planes, y abrirnos a lo
desconocido. Abrirnos al otro -inesperado, desconcertante, que es abrirnos a
Dios.
Al respecto San Agustín dice: ᆱ… Celebremos con alegría el advenimiento de
nuestra salvación y redención. Celebremos el día afortunado en el que quien era
el inmenso y eterno día, que procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta
este día nuestro tan breve y temporal. Este se convirtió para nosotros en
justicia, santificación y redención: y así –como dice la Escritura–: El que se
gloríe, que se gloríe en el Se￱or…ᄏ (SAN AGUSTÍN DE HIPONA, Serm￳n 185, PL
38, 997-999). Y como nuestro Papa emérito Benedicto XVI dice en su última
encíclica, Spe Salvi: ᆱ…quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples
esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene
toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que
resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha
amado y que nos sigue amando « hasta el extremo », « hasta el total
cumplimiento » (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a
intuir lo que sería propiamente «vida». Empieza a intuir qué quiere decir la
palabra esperanza (Cristo Nuestra Esperanza)…ᄏ (n.27).
Que en estas fiestas de Navidad la posada que José y María buscaron para que
nazca nuestro Salvador la encuentren en nuestros corazones, para que nazca y
habite en nosotros, y, así, siendo uno con nosotros, ilumine nuestra vida y
renueve nuestra existencia.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar, reza por mí que soy polvo.