TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO III A
(22–enero–2017)
Jorge Humberto Peláez S.J.
jpelaez@javeriana.edu.co
¿Qué tan sólida es nuestra fe?
Lecturas:
o Profeta Isaías 8, 23—9,3
o I Carta de san Pablo a los Corintios 1, 10–13. 17
o Mateo 4, 12–23
Las lecturas de la misa dominical nos proporcionan la energía espiritual
para la semana que comienza. Así, pues, a lo largo de la semana es
conveniente volver a reflexionar sobre el contenido de estas lecturas. En
los textos que acabamos de escuchar, se destacan dos grandes temas: En
primer lugar, la luz como símbolo de lo que significa el don de la fe en
la vida de los individuos y las comunidades; en segundo lugar, el
llamado que Jesús hace a dos parejas de hermanos, que eran pescadores,
para que se vinculen al proyecto apostólico que está comenzando.
Empecemos, pues, por el primer tema teológico que aparece en las
lecturas de este domingo: la luz como símbolo de lo que significa el
don de la fe en la vida de los individuos y de las comunidades. Escribe
el profeta Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz.
Sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció”.
En la Biblia es frecuente encontrar esta imagen contrastante de las
tinieblas y la luz. Las tinieblas describen la realidad de la existencia
humana sin una referencia a la trascendencia. ¿Por qué esta afirmación?
Si Dios no es el referente por excelencia de nuestras vidas, se quedarán
sin respuesta las preguntas más hondas del ser humano: ¿de dónde
vengo?, ¿para dónde voy?, ¿qué es lo que me impulsa en la búsqueda
insaciable de la verdad?, ¿hay algo más allá de la muerte? Si la
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trascendencia no constituye nuestro horizonte de sentido, el cosmos y
la existencia humana son un simple resultado del azar que permitió unas
interacciones físico–químicas. Eso es todo.
Por eso el mundo sin Dios es sinónimo de tinieblas; por el contrario, el
don de la fe llena de luz la existencia humana, y nos ofrece una
respuesta coherente y satisfactoria a las grandes preguntas de la
existencia. El profeta Isaías lo expresa con elocuencia:
o El don de la fe ilumina el camino: “El pueblo que caminaba en
tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de
sombras, una luz resplandeció”.
o La presencia de Dios es causa de alegría: “Engrandeciste a tu
pueblo e hiciste grande su alegría. Se gozan en tu presencia como
gozan al cosechar”
o La fe es una fuerza liberadora: “Tu quebrantaste su pesado yugo,
la barra que oprimía sus hombros”
Igualmente, el Salmo 26 desarrolla esta imagen de la luz como símbolo
de lo que significa el don de la fe en nuestras vidas: “El Señor es mi luz
y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de
mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?” Sin Dios, los seres humanos
somos absolutamente vulnerables y frágiles; por el contrario, el don de
la fe nos da fuerzas para afrontar los obstáculos de la vida, porque
sabemos que Dios no nos abandona a nuestra suerte. Por eso el salmista
expresa su petición: “Lo único que pido, lo único que busco es vivir en
la casa del Señor toda mi vida”
Vayamos ahora al segundo tema teológico que nos proponen las
lecturas de este domingo: la vocación de los primeros discípulos. Este
texto nos sitúa en la fase inicial de la vida apostólica de Jesús. Necesita
formar un equipo básico de trabajo. ¿Cuáles son los criterios de
selección que utiliza Jesús? No va a buscar a sus futuros colaboradores
entre los grupos de eruditos que conocían de memoria los numerosos
preceptos de la ley. Tampoco inicia su proceso de selección entre las
élites económicas, políticas y religiosas de Jerusalén. Ciertamente la
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metodología de Jesús no se ajusta a la ortodoxia de las empresas caza–
talentos que son tan frecuentes en nuestro tiempo. Lo que hace Jesús es
caminar por la orilla del mar de Galilea, donde muchos pescadores se
dedicaban a su oficio. Allí no está la clase dirigente; allí sólo están los
pescadores, hombres sencillos que pertenecen al pueblo raso. Por allí
empieza Jesús la constitución de su equipo de colaboradores.
Entre los numerosos pescadores que faenaban junto a la orilla, Jesús
escogió a dos parejas de hermanos: Simón, que más tarde será llamado
Pedro, y Andrés; Juan y Santiago. El evangelista no nos da más detalles
de esta selección. Seguramente, la mirada penetrante del Maestro valoró
la calidad humana y espiritual de estos hombres, a quienes formará
durante los años de su futuro ministerio apostólico y les confiará la
construcción de la Iglesia.
Como los elegidos son pescadores, les habla en su lenguaje; por eso los
invita a ser pescadores de hombres. Aunque era imposible que en ese
momento comprendieran toda la hondura de esta invitación, no
vacilaron en dar una respuesta positiva. Ellos lo dejaron todo para
seguir a este singular personaje que los invitaba a unirse a su causa.
Aunque no lo conocían, Jesús les produjo una inmensa confianza.
La generosidad de la respuesta de estos sencillos pescadores debe ser
motivo de reflexión para los que nos proclamamos seguidores de Jesús.
Continuamente, el Señor nos muestra el camino, nos invita a seguirlo; y
esto lo hace de muchas maneras: a través de las mociones internas del
Espíritu Santo, o en la meditación de la Palabra de Dios, o en las
conversaciones que sostenemos con las personas que nos rodean.
Tenemos que reconocer que somos muy lentos y reticentes en dar
respuesta a estos llamados del Señor. Rechazamos todo aquello que
implique algún sacrificio y que cambie nuestro estilo de vida.
Que estas sencillas reflexiones sobre la luz como símbolo de lo que
significa el don de la fe en nuestras vidas, y el llamado de Jesús a sus
primeros discípulos nos ayuden a profundizar en la solidez de nuestra
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vida como creyentes, y la coherencia entre la fe que profesamos con los
labios y lo que manifestamos con nuestras acciones.
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