DOMINGO 4º. ORDINARIO, Ciclo A
Cada uno ha de escoger con qué cuchara quiere comer.
¿Quiénes eran los oyentes de Jesús? No eran de las gentes que diariamente
concurren a nuestras iglesias, generalmente gente mayor y que tienen años y
felices días concurriendo con asiduidad a las celebraciones litúrgicas. Eran gente
pobre, necesitada, casi analfabeta, diríamos que sin “cultura”, que tenían hambre y
sed, pero que buscaban afanosamente una solución para su vida. Y escuchaban a
Jesús con un lenguaje que les debe haber sabido muy extraño, y que en fondo
quizá no le entendieron, pues hablaba de pobreza, de hambre, de sed, de
persecución por la justicia, pero no para convalidar o consagrar situaciones de
injusticia y de dolor, sino que alababa a personas activas, a personas que llevan
adelante una tarea dolorosa o se comprometían con los que sufren. El mensaje de
Jesús no es adormecedor de conciencias y favorecedor del mantenimiento de
situaciones de injusticia en beneficio de los dominantes.
Sin embargo, son respuesta de Jesús al deseo de todos los hombres de encontrar
la felicidad y no la encontraremos por mucho que se busque, entre las cosas que el
mundo te ofrece como la solución al problema de tu felicidad. La felicidad la
encontraremos en nuestro interior y en esa búsqueda de un Dios que se deja
alcanzar en el Hijo que se hace hombre para compartir nuestras angustias y
debilidades pero también nuestros deseos y nuestras esperanzas.
Las bienaventuranzas, pues así comienza siempre Cristo, su “sermón de la
montaña”, son 8 propuestas, todo un programa para la paz, la felicidad y la
armonía entre todos los hombres. Si pudiéramos escucharlas con el corazón,
podríamos esperar un mundo nuevo, de convivencia, de paz, de armonía, donde
los hombres no guarden sus riquezas ávida y afanosamente, sino que llegaríamos a
considerar como la máxima riqueza lo que podemos poner en manos de los demás,
y así aseguraríamos que a nadie le falte el pan de cada día, pues si somos sinceros,
a nuestro mundo y a nuestro planeta no le faltan medios para sostener a nuestra
población, sino que la riqueza está acaparada en unas cuántas manos y en unos
cuántos países.
En este sentido, las bienaventuranzas, sus 8 propuestas, no son promesas para el
más allá, sino para vivir en el más acá. Sería tremendo que Cristo se hubiera
empeñado en hacer vivir a las gentes en condiciones adversas, sólo con la promesa
de que en la otra vida “otro gallo les cantaría”. Sería desilusionante una vida de
promesas y promesas para situaciones que nunca llegaríamos a ver. San Lucas solo
habla de cuatro bienaventuranzas, pero tiene otras tantas amenazas que dejan
muy mal parados a los que confían totalmente en sus riquezas y en sus posesiones.
Aclaramos también que cuando se promete el Reino de los cielos, se está
prometiendo a Dios mismo como recompensa de los que confían en él.
No es fácil darse cuenta del contenido del sermón de la montaña, de la misma
manera que intentáramos conocer el funcionamiento y la constitución de nuestro cerebro, o siquiera la estructura interna de una sola de nuestras células, y sin
embargo, si queremos en verdad acercarnos a la felicidad anhelada y si queremos
un mundo nuevo para los que vivimos en el hoy en el aquí, tenemos que leer y
meditar una y mil veces, el contenido del mensaje.
Fue dirigido en lo alto de una montaña Y el hecho de que se nos diga que el
mensaje de las bienaventuranzas fue pronunciado en lo alto no obedece a razones
geográficas, sino para decirnos que su mensaje es para todos los hombres y sin
embargo la plena comprensión de su contenido, requeriría un encuentro personal
con Jesús que nos daría la fortaleza suficiente para vivir en la pobreza, en la
carencia de bienes materiales, en la persecución, pero sin angustia, sin
resentimiento, sino con el deseo real de una situación nueva, distinta para todos los
hombres en donde hagamos realidad ese deseo de vivir en la felicidad, en la paz y
en la armonía entre todos ellos.
El mensaje de la montaña no es una varita mágica que transforme las penas en
alegrías, pero sí nos enseña que la victoria se conseguirá si sabemos amar como
Cristo nos amó, sabiendo que si queremos poner en práctica las bienaventuranzas,
encontraremos la persecución y la burla, de la misma forma que hicieron con
Cristo.
Con todos estos preámbulos, ya podemos ir desgranando muy despacio,
reverentemente, cada una de las propuestas de Cristo Jesús: “dichosos los pobres
de espíritu, dichosos los que lloran, dichosos los sufridos, dichosos los que tienen
hambre y sed de justicia, dichosos los que trabajan por la paz….porque de ellos es
el Reino de los cielos”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx