. 4ª semana del tiempo ordinario. Martes: Mc 5, 21–43
Hoy nos trae el evangelio dos milagros de Jesús muy importantes y bastante
conocidos: la resurrección de la hija de Jairo y la curación de la hemorroísa. Un
mensaje importante es el progreso de la fe, que al verlo en aquellas personas y
especialmente en los apóstoles, debe servirnos para nuestro propio crecimiento en la
fe. Ésta no es sólo un entender intelectual, sino sobre todo un adherirse a Jesús con
amor y dejar que Dios penetre en nuestro corazón como un don especial de Dios.
Se acerca a Jesús un jefe de la sinagoga para pedirle la curación de su hija enferma
de doce años. Jesús estaba mal visto por muchos responsables de sinagogas y hasta
había sido “excomulgado” por algunos. Pero Jairo confía en Jesús. En ese momento no
encuentra otro remedio para su hija. Cierto que tiene fe; pero su fe es un poco material,
se aferra a Jesús como puede hacerlo a algo mágico. Jesús en ese día le hará crecer
en la verdadera fe. Lo primero que le enseña Jesús es que siempre está dispuesto a
ayudar. Por eso se pone en camino hacia su casa, seguido de mucha gente.
Mientras va en camino se realiza una curación extraña. Una mujer, que lleva
muchos años con una enfermedad un tanto rara, tiene fe que si toca el manto de Jesús,
va a ser curada. No quiere presentarse en público, porque seguramente la ley de aquel
pueblo se lo impedía. Había una serie de enfermedades que constituían una impureza
legal, mucho más tratándose de una mujer. Por eso quiere pasar desapercibida; pero
su fe la impulsa a llegar donde está Jesús. Y por detrás, sin que nadie se entere, le
toca el manto. En ese momento sale una virtud especial de Jesús y la mujer se siente
curada. Ya está para marcharse; pero Jesús pregunta quién le ha tocado. Es curiosa
esa pregunta, como así les pareció a los apóstoles, pues todo el gentío le estaba
tocando. Hay muchas formas de tocar a Jesús, como hay muchas formas de asistir a
Misa o de estar ante el Sagrario o de recibir a Jesús en la comunión. El fruto dependerá
de la fe. Jesús podría haberla dejado marchar. Ella se habría quedado muy contenta y
agradecida; pero Jesús quería purificar esa fe y quería presentárnosla como ejemplo.
Es muy posible que la fe de aquella mujer fuese un poco como los que tienen a la
religión como algo mágico. Pero la fe es un encuentro con Dios. Jesús quería que la fe
pasase de una creencia mágica a una fe de relación personal.
También Jesús tuvo en cuenta otro aspecto importante. Muchas veces procuraba
enseñar a los apóstoles, y a nosotros, que la ley del amor está por encima de los
miedos ocasionados por costumbres y leyes de impurezas legales, aunque hubieran
sido transmitidos de generación en generación. Jesús está siempre dispuesto a acoger
a los que son rechazados o marginados por la sociedad sin culpa de ellos.
En ese momento llegan criados de Jairo para decirle que todo es inútil porque la
niña ha muerto. Jesús va educando en la fe a Jairo y a sus discípulos. En este día va a
acrecentar la fe un poco tímida y descorazonada por el final trágico en una fe que tiene
que superar insultos y burlas. Jairo debe pasar de creer en Jesús cuando su hija está
enferma, a creer cuando sabe que está muerta. Jesús realiza un milagro asombroso:
una resurrección, constatada por el hecho de que “debe comer”, signo de vida. Y como
Jesús no busca sensacionalismos en los milagros, no quiere que se propague el hecho.
Seguramente, si se propagaba, muchos pensarían no en un acto fruto de la fe, sino
de magia. Esta fuerza de Jesús debemos verla hoy en la Iglesia por medio de los
sacramentos. No son acciones de magia y mucho menos acciones sin importancia. El
Bautismo, la Reconciliación y la Unción de enfermos sabemos que nos unen a Dios y
muchas veces se dan gracias externas. Necesitamos la fe. En la Comunión tocamos
realmente a Jesús; también en la comunión espiritual de una manera espiritual. ¿Cómo
es nuestra fe? Pidamos a Dios humildemente que acreciente nuestra fe para que nos
sintamos unidos a El en amor y en deseos de ayudar a los demás.