V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
SAL Y FAROL
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.– La verdad de los textos bíblicos, su mensaje de salvación, según el sentir de la
Iglesia, no es la transcripción de un dictado literal, a la manera de los papeles de
un taquígrafo, es la transcripción de un mensaje de Dios a un autor escogido, que
llamamos hagiógrafo. De aquí que cuando en la proclamación de la Palabra en la
liturgia, afirmemos al iniciarla: de San Pablo a los corintios, por ejemplo y al
acabarla digamos: Palabra de Dios. Las dos afirmaciones son auténticas. Creemos
que Dios quiere darnos a conocer una doctrina e, interiormente, mueve el parecer
del elegido que dócilmente accede a trasmitírnoslo. Ahora bien, lo hace
condicionada por su tiempo, su estilo, el entender de sus primeros receptores, etc.
De manera que si uno desea saber lo que Dios nos quiere enseñar, será preciso que
estudie el sentido del lenguaje usado y las características de la sociedad que lo
recibe.
2.– Lo que he planteado, mis queridos jóvenes lectores, viene a cuento de la
primera parte del evangelio de la misa de hoy, es decir, de la referencia que hace
Jesús a la sal. Permitidme que divague un poco sobre diversas cuestiones
referentes a esta sustancia, que no quiero que creáis que lo hago por pedantería. El
Maestro se refiere a la sal. Curiosamente, es la única piedra que existe en la
naturaleza, que sea comestible. No lejos de donde vivo, en Cardona,
concretamente, hay una montaña de sal. En realidad se compone de tres clases de
sal, que cristalizaron ordenadamente, cada una a su manera. La que nos importa
hoy es blanca y llamamos sal gema, o cloruro de sodio. (Las otras dos son cloruros
de potasio o de magnesio y su coloración es rosada o roja, tirando a marrón. Cada
una forma un estrato).
3.– Los mineros las veden separadas, ya que su utilidad es diferente). La sal común
es la de consumo humano. Se utiliza para dar buen sabor a los alimentos. Si a
ciertos manjares, por exquisitos que nos parezcan, les falta sal, decimos que están
sosos, que no apetecen, que los dejamos. Se trata de un aderezo presente en la
mayoría de los manjares. Tiene además otra utilidad, es un buen conservante.
Todos sabemos que ciertas carnes se envuelven en sal para que se conserve el
alimento y no se pudra. Arenques o anchoas, se someten a este procedimiento y se
pueden guardar mucho tiempo y trasportarlas lejos.
(Os advierto que no he querido mencionar el jamón o los embutidos porque son
productos porcinos que un semita aborrece, y el Maestro lo era. También quiero
que recordéis que procedimientos como la conserva enlatada o la liofilización eran
técnicas totalmente desconocidas, por poner algún ejemplo).
4.– En tiempos de Jesús, en el Mar Muerto, cristalizaban en sus orillas, o en
diminutos embalses, las diferentes sales de sus aguas, ocupando capas separadas,
que los expertos sabían diferenciar. Para su transporte, acudían a apelmazar
nuestro aderezo, en bloques de arcilla. La sal, muchos de vosotros lo sabréis, es
hidrófila, es decir tiende a absorber el agua en la que se disuelve y posteriormente
se escurre, manchándolo todo y perdiéndose por el suelo. Pues bien, muy cerca de
donde estaba hablando el Maestro, existía Mágdala, una población dedicada a la
salación del pescado para su conservación y transporte. Tenía lo que llamaríamos
una industria de exportación que se extendía hasta la misma ciudad de Roma, que
no es moco de pavo. Allí llegaban los pescados que los marineros del Lago no
consumían en casa, los sometían a limpiado y los salazón. Los peces eran de allí
mismo, la sal venía de lejos, debía asegurarse su conservación para la economía de
la ciudad. Un mal transporte o almacenamiento frustraban el proceso.
5.– Si la sal deja de serlo, ¿cómo salaremos el pescado? Podría haber dicho Jesús, y
a María, aquella de entre las mujeres que le acompañaban, natural de la villa, lo
entendería mejor que los demás del grupo.
(No es materia del evangelio de hoy, pero quiero advertiros que, si bien lo que os
he explicado es verdad, también lo es un aspecto interesante. En algunos lugares
como en el que resido, la sal, como ya os he dicho abunda y se llega a echar por la
carretera cuando nieva, para que no se hiele y se patine. Los mismos
ayuntamientos la proporcionan gratuitamente. Pero en otros lugares, centro de
África por ejemplo, resulta difícil y cara su adquisición, ya que ni hay yacimientos,
ni mares próximos donde obtenerla)
6.– Abusar de la sal en las comidas perjudica la salud. La sal, en este aspecto, es un
vicio de los países ricos. Ahora bien, resulta tan importante e insustituible en
algunos casos, que antiguamente, una parte de la paga que recibía un siervo la
recibía en sal. De este hecho se deriva la palabra salario. La sal en nuestro idioma
puede tener otro sentido, de una chiquilla simpática, se dice también que es una
niña salada. ¿De qué le sirve a la chica serlo, si está sola? ¿De qué le sirve, si es
holgazana? ¿De qué le sirve, si no sabe hacer nada? Poco a poco la irán
abandonando y se quedará sola con su inútil simpatía. Si en un almacén donde
guardaban la sal, la humedad ambiente la había arrebatado ¿de qué le servirá al
propietario, conservar la briqueta arcillosa apelmazante? Con seguridad lo tiraría.
7.– La segunda parte se refiere a la luz individual, a la luz que desprendía una
lámpara de aceite. Candil se llamaba el que ha llegado hasta nosotros y era
metálico, lucerna recibe este nombre las de aquel tiempo hechas de cerámica, que
cabían en el cuenco de la mano. Al elevarlas, unas y otros, iluminaban en su
entorno. ¿de que serviría tener una encendida, si la ocultásemos debajo de la
cama? Seguramente el Maestros os diría a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, si os hablara fonéticamente hoy: tenéis una linterna en el bolsillo o un farol de
ledes. Si no lo usáis, las pilas o las baterías, se alterarán y cuando queráis
encenderla, no podréis conseguirlo porque se habrán sulfatado o agotado.
8.– El texto evangélico de hoy es exigente. No se trata de tener Fe y que nadie lo
sepa, que a nadie se la comuniquéis. Si la guardáis en lo más profundo de vuestro
espíritu, la olvidaréis, la perderéis. Un terreno que no se cultiva se pierde invadido
por las zarzas. El Maestro lo dice claramente al final del texto de hoy: alumbre así
vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a
vuestro Padre que está en el Cielo