COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires)
Séptimo durante el año, Ciclo A
Evangelio según San Mateo 5,38–48 – ciclo A
Jesús, dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por
diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si
alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que
quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te
exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le
vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado. Ustedes han oído que se
dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus
enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el
cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre
justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa
merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus
hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo
tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
“EL SABE LO QUE HACE”
En el antiguo Israel, la Ley del Talión –“ojo por ojo y diente por diente”– era una
aplicación tal que si te hacían un mal –un ojo– podrías hacer el mal a otro ojo, pero
no dos ojos sino el límite, es decir ojo por ojo y diente por diente, y no había que
pasarse de más ni tampoco de menos. Ese era el espíritu de la Ley del Talión. Una
ley que restringía una venganza mayor. Tenía que ser igual.
Pero la presencia de Cristo en nosotros, que hace superar la adversidad y el mal,
nos dice que tenemos que tener una actitud distinta: en la bofetada poner la otra
mejilla; al que te pide algo no darle la espalda, etc. Y así nos pide amar con el
mismo amor de Dios, amar de una manera superior, de una manera nueva,
distinta; como la novedad que, de alguna forma, es capaz de recrear nuevos
ámbitos, nuevos vínculos.
Es cierto que nuestra sociedad está tan fragmentada, tan atomizada, que sólo ve la
cosa individual y particular: no hay que preocuparse demasiado por el otro, hay
que “sacarse a la gente de encima”, no hay que sufrir por los demás, hay que hacer
lo que uno siente, lo que uno tiene ganas. Y por otro lado está el tema del DEBER
SER: por eso mismo tengo que hacer tal cosa, como si fuera un decreto o un
imperativo categórico.
El amor de Cristo nos da fuerza para que, en todas nuestras relaciones con los
demás, podamos dar buenas obras, producir buenos resultados y servir
sinceramente, sin segundas intenciones.
Comparto con ustedes una oración del Cardenal Newman: “El (Cristo) no hace nada
en vano, puede prolongar mi vida, puede acortarla; Él sabe lo que hace, puede
llevarse a mis amigos, puede lanzarme entre extraños, puede hacerme sentir
desolado, puede hacer que mi ánimo se hunda, puede ocultarme el futuro; pero
aun así, Él sabe lo que hace.”
Dios sabe lo que hace y Él es quien paga toda nuestra entrega, todo nuestro
sacrificio. No tengamos duda, ni temor, ni miedo, ni desconfianza de hacer las
cosas por Dios a nuestros hermanos.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén