No me invento las Escrituras ni soy parcial si te digo que todo lo que
existe ha sido creado por amor, y que todo existe y se mantiene porque Dios lo
sostiene y lo ama. Tú y yo existimos y nos hemos encontrado en la vida, gracias
a una providencia amorosa de Dios. “y vio Dios todo lo que había hecho y era
muy bueno”.
No me invento ni te engaño si te anuncio que el devenir de la historia
tiene un origen y un fin, y que el Señor conduce los días y en cada
acontecimiento cabe descubrir semillas de luz, signos de salvación, pues todo
ha sido hecho bueno y para bien. El que cree, ve y descubre la bondad y la
belleza de todo lo que existe y se convierte en sacerdote del universo al
cantar: “Criaturas toda del Señor bendecid al Señor”. “Sabemos que a los que
aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rom 8, 28)
Es un verdadero don descubrir y ver la tendencia de la historia, que
avanza hacia su único Señor, y aun en medio de la noche, de la posible
confusión, dentro de lo que se puede sentir adverso y doloroso, el creyente es profeta
cuando se atreve a intuir, en plena oscuridad, la luz y el dominio del día
sobre la noche, y de la vida sobre la muerte. “Ni la tiniebla es oscura para
ti, | la noche es clara como el día” (Sal 138, 12).
No te impongo la certeza, ni deseo avasallar tu pensamiento, y menos tu
conciencia, sobre todo si vives circunstancias penosas. Pero quienes se han
atrevido a esperar y a confiar, han llegado a ser testigos del cambio de su
tristeza en gozo; de sus lágrimas, en cantares; de su esclavitud, en libertad;
de su exilio, en habitar en tierra propia. “Les parecía soñar. Al ir lloraban
llevando la semilla, al volver cantaban, trayendo las gavillas” (Sal 125).
Con el mayor respeto te aseguro que tú has sido creado por amor, que no
existes por casualidad, que tu vida y toda tu historia son conocidas y
acompañadas por quien en su designio amoroso quiso que existieras y puso en tu
corazón una llamada concreta, única, que si la escuchas y obedeces te hace
sentir anchura en el corazón, alegría en tus huesos, respiración dilatada, paz
estable en lo más profundo de tu ser. “Te ha formado desde el seno materno” (Is
44, 24). ·Yo soy el Señor, el Dios de Israel, que te llamo por tu nombre” (Is
45, 3).
Si quieres que te demuestre estas verdades, te anuncio, con inmensa
alegría y sobrecogimiento, que Jesucristo tenía razón cuando enseñaba las
paradojas del Evangelio, las bienaventuranzas. Él mismo, que padeció sed, se ha
convertido en manantial. Quien fue despojado hasta de su propia vida es el viviente,
porque ha resucitado, ha vencido a la muerte y está revestido de luz; es aquel
a quien confesamos como nuestro Señor. «Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a
Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a
ver el sitio donde yacía” (Mt 28, 5-6)
Ya solo me queda compartir contigo, y no pienses que te lo digo por
vanidad - Dios sabe que no miento -, que el mayor tesoro en esta vida es la
gracia de la fe, por la que, unidos a Jesucristo, se puede detener todo
pensamiento oscuro y toda desesperanza, porque Él ha superado la muerte y vive
a la vez glorioso y discreto a nuestro lado. Gracias a la fe, se puede acceder
a su perdón y a su misericordia. “Porque yo os transmití en primer lugar, lo
que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las
Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras2 (1Co 15, 3-4).
Con sinceridad te deseo que tú también sientas esta verdad en ti, porque
Jesucristo ha resucitado y está en medio de nosotros, dentro de nosotros y
hasta desea mostrarse a los demás a través de nosotros. «No temáis: id a
comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». (Mt 28, 10)