2ª semana de Pascua. Domingo
A: Jn 20, 19-31
Todos los años en
este segundo domingo de Pascua
Los apóstoles
estaban cerrados por miedo a los que habían matado a Jesús. San Juan no nos
dice si ya estaban algo consolados, aunque sin creer del todo, por lo que les
había dicho san Pedro y los dos de Emaús. El hecho es que Jesús viene a
consolarles y a darles unos cuantos regalos. El primero que les da es el de la paz.
La necesitan de verdad. Una paz, que no es sólo una tranquilidad externa, como
para quitar el miedo, sino algo que permanece en lo más íntimo de la persona,
como persuasión de que la vida tiene un gran sentido, porque Cristo vive entre
nosotros. Ese sentimiento de paz nos la desea
Y con la paz les da
la alegría, que es un fruto del Espíritu Santo. Por eso les da el Espíritu
Santo. Sabemos que el día de Pentecostés lo recibirían de una manera más
palpable; pero todo acto bueno, como la celebración eucarística, puede hacer
que el Espíritu Santo venga más íntima y plenamente a nosotros. También les da
el poder de perdonar pecados. Nunca podremos tener el Espíritu de Dios
si en nosotros domina el pecado. Por eso, si tenemos conciencia de pecado,
debemos recibir
Pero
Tomás no estaba con ellos. Habría tenido que marcharse el mismo domingo quizá
antes de que las mujeres dieran la primera gran noticia. Nos parece demasiada
terquedad y demasiada exigencia por parte de Tomás. Tardaría unos cuantos días
en unirse a sus compañeros. Tomás amaba mucho a Jesús. En una ocasión había
dicho que estaba dispuesto a morir con El. Por eso en aquellos días, después de
los trágicos sucesos del Viernes Santo, su alma estaría como sin vida, pensando
que todo se había terminado. Cuando sus compañeros le dijeron que Jesús había
resucitado le parecería demasiado hermoso y casi como un complot contra él. Por
eso se encerró en su idea. Aquí aparece la infinita bondad de Jesús que
condesciende a los deseos de Tomás. También parece como decirle que la fe no se
aumenta por hechos externos, como el tocar, sino por la aceptación de la
palabra de Dios. Y en ese momento Tomás pronuncia una de las exclamaciones más
bellas del evangelio: “Señor mío y Dios mío”.
Hay muchas personas
que pronuncian esa exclamación llena de fe en el momento de la elevación de
Jesús en
En este ciclo A, en
la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, se nos habla de la vida de
caridad y unión de la primitiva cristiandad como signos concretos de la
presencia de Cristo resucitado entre los fieles. Todos perseveraban en la
oración de alabanza al Señor, especialmente en la “fracción del pan”.
San Pedro en la
segunda lectura nos invita a alabar a Dios Padre por la fe en la resurrección
de Cristo y la esperanza en nuestra propia resurrección. En esta vida, por
medio de la fe, ya podemos vivir una vida de resucitados, que se convertirá en
gozo inefable y transfigurado por la salvación.