«CRISTO
ES NUESTRA ESPERANZA»
Carta de
monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el Segundo
Domingo de Pascua
[23 de abril de
2017]
Durante el tiempo de Pascua, la liturgia de la Iglesia
nos propone leer los textos bíblicos que hacen referencia al encuentro de Jesús
resucitado con sus discípulos. También leemos el libro de los Hechos de los
Apóstoles en donde se relata la evangelización de la Iglesia en sus primeros
tiempos. Este domingo leemos en la primera lectura: «Todos se reunían asiduamente
para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en
la fracción del pan y en las oraciones» «Y cada día, el Señor acrecentaba la
comunidad con aquellos que debían salvarse». [Hech 2,
42.47]. Es importante señalar que, problemas y desafíos no faltan. En los Hechos se narra cómo la Iglesia desde el
principio padeció persecuciones y calumnias. Algunos de los primeros cristianos
dieron su vida sufriendo el martirio.
La Iglesia, en sus inicios, a través de los siglos y aún en
nuestro tiempo, sigue con la misma misión de anunciar a Jesucristo que murió y
resucitó. Este es el misterio de la Pascua. Cada tiempo tiene sus propios
desafíos. Pero tenemos la certeza de la presencia del Espíritu Santo, el
Paráclito prometido por Cristo. Él nos acompañará hasta el fin de los tiempos. Fundados
en esta esperanza podemos hacer frente con coraje a las complejidades que nos
presenta la realidad.
El tiempo pascual nos invita a cada uno y en comunidad a
encontrarnos con Jesucristo el Señor, reconociendo en esta experiencia fundante
que, el que murió, ¡resucitó!
Creo oportuno compartir algunas reflexiones del Papa
Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium sobre la acción misteriosa del Resucitado y de
su Espíritu. Dice el Papa: «Algunas personas no se entregan a la misión, pues
creen que nada puede cambiar y entonces para ellos es inútil esforzarse.
Piensan así: “¿Para qué me voy a privar de mis comodidades y placeres si no voy
a ver ningún resultado importante?”. Con esa actitud se vuelve imposible ser
misioneros. Tal actitud es precisamente una excusa maligna para quedarse
encerrados en la comodidad, la flojera, la tristeza insatisfecha, el vacío
egoísta. Se trata de una actitud autodestructiva porque el hombre no puede
vivir sin esperanza: su vida, condenada a la insignificancia, se volvería
insoportable. Si pensamos que las cosas no van a cambiar, recordemos que
Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder.
Jesucristo verdaderamente vive. De otro modo, “si Cristo no resucitó, nuestra
predicación está vacía” [1 Co 15,14]. El Evangelio nos relata que cuando los
primeros discípulos salieron a predicar, “el Señor colaboraba con ellos y
confirmaba la Palabra” (Mc 16,20). Eso también sucede hoy. Se nos invita a
descubrirlo, a vivirlo. Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de
nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos
encomienda». [EG 275]
«Su resurrección no es algo del pasado; entraña una
fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por
todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza
imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos
injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es
cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que
tarde o temprano produce un fruto. En un campo arrasado vuelve a aparecer la
vida, tozuda e invencible. Habrá muchas cosas negras, pero el bien siempre
tiende a volver a brotar y a difundirse. Cada día en el mundo renace la
belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia.
Los valores tienden siempre a reaparecer de nuevas maneras, y de hecho el ser
humano ha renacido muchas veces de lo que parecía irreversible. Ésa es la
fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese
dinamismo». [EG 276]
Como Pueblo de Dios que camina en este inicio de siglo
XXI deberemos evangelizar y humanizar nuestro tiempo con el ánimo del Espíritu
Santo y la certeza que nos da la esperanza en Jesucristo, el Señor que ha
resucitado!
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.