DOMINGO II DE PASCUA  CICLO A

 

DE LA SEMANA SANTA A LA PASCUA

 

Es general la complacencia de fieles y pastores con la amplia participación del pueblo de Dios en los días de la semana santa. Aunque la fe que se apoye en una semana santa que enfatiza lo externo, puede ser débil e insuficiente, no se puede dejar de lado, por su fervor, recta intención y posibilidad pastoral de un inicio en el proceso de la fe. A Tomás no le pareció suficiente el testimonio de sus amigos por ello no estuvo dispuesto a creer en la resurrección de Jesús. A pesar de todo, el resucitado acepta esperar ocho días más cuando esté con la comunidad para darle la oportunidad de superar sus primeras dificultades, obteniendo, aunque fuera un poco más tarde, una excelente profesión de fe, estando en comunidad: “Señor mío y Dios mío” Jesús añadió: Tú crees porque has visto, dichosos los que creen sin haber visto” (evangelio). Nosotros las comunidades actuales somos los que creemos sin haber visto. El resucitado siempre se ha encargado de esparcir nuestras dudas, alimentadas por la suficiencia, para convertirlas en creencias por la experiencia de la fe; porque solo desde su experiencia de resucitado   el hombre cree realmente 

 

DE LAS HERIDAS A LAS CICATRICES.

 

La muestra de las heridas en las manos y el costado tiende a la identificación personal; es el mismo Jesús con quien habían convivido antes de la pasión, que sin tenerlo como impostor sí pensaban que habían sido sometidos a un cierto engaño, porque el maravilloso sueño de la restauración del reino de Israel por el Mesías y el cambio de suerte para los pobres, había desaparecido; solo que el paso de las heridas a las cicatrices, de  la muerte a la resurrección, entrañaran una nueva perspectiva de la vida sobre la muerte y sus signos. De hecho, la repetición de la paz en tres momentos sucesivos podría indicar la necesidad de sanar los temores, signos de la muerte, antes de ir a la misión de anunciar la resurrección: “Como el Padre me ha enviado así también los envío yo, reciban el Espíritu Santo”. A los que perdonen los pecados les serán perdonados y a quienes no se los perdonen les quedarán retenidos” (evangelio).

 

LO QUE PUEDE OCURIR EN PASCUA

 

Todo lo anterior ocurrió en pascua como signo de la resurrección de Jesús y tiempo decisivo para fortalecer lo que Pablo llamaba “el hombre interior” (Rm 7,22), originado por la acción del Espíritu en el bautismo; cuyas promesas renovamos en la noche pascual. Nos corresponde que el Espíritu santo gane en nuestro interior la batalla contra el mal, la muerte, y sus tendencias de violencia, rencor, retaliación, polarización y egoísmo, enemigos del perdón y la reconciliación para la paz, primeros signos de la resurrección de Jesús. La paz es el signo de las heridas convertidas en cicatrices sin más desilusiones: “mi paz os dejo, mi paz os doy; y no se las doy como la da el mundo”. (Jn 14,27). ¡Qué mensaje tienen estas palabras para nuestro proceso de paz!

 

VULNERABLES PERO RESUCITADOS

 

Ante la victoria definitiva del resucitado el espíritu del mal siempre será temporal. A Jesús no le interesan los caprichos, prejuicios, lentitudes o ímpetus de nosotros sus discípulos; Él sabe que nuestra fe es tan frágil como la piel y nuestras heridas son gloriosas, como las del crucificado, a pesar de notarse su vulnerabilidad. La sanación de una herida no supone que desaparezca del todo la cicatriz como huella del sufrimiento. La herida esta sanada cuando en lugar de respirar resentimiento o murmuración da signos de paz y mantiene viva en la memoria la muerte y resurrección de Jesús como fuente de perdón y reconciliación. Debemos tener cuidado pastoral con el memorial de la muerte y resurrección de Jesús para que no se relativice o pierda por las intenciones y ofrendas de cada eucaristía.

 

Lo que nos constituye como personas es lo que decidimos perdonar y el modo como decidimos recordarlo. No ser capaces de recordar es no saber quiénes somos y el evitar recordar es otra forma de violencia. “Bendito sea Dios Padre de nuestro señor Jesucristo, por su gran misericordia, porque al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva… por eso alégrense, aunque ahora tenga que sufrir un poco por adversidades de toda clase. A Cristo Jesús no lo han visto y sin embargo, lo aman; al creer en Él ahora, sin verlo, se llenan de una paz alegre e indescriptible” ( segunda lectura)

 

SABER ABRIR Y CERRAR

 

Si las puertas estaban cerradas por miedo a los romanos y judíos Jesús nunca dijo: “déjenlas cerradas”; es misión de la comunidad abrir todas las puertas para que entre el resucitado. El capítulo sexto de la carta a los Romanos nos indica cómo se pueden abrir las puertas al resucitado por medio del bautismo y cerrarlas al mal por la acción del perdón y la reconciliación.

Lucas ha indicado que sólo el Espíritu del Resucitado puede abrir las puertas para dar vida a una comunidad auténticamente cristiana.

“Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Los que eran dueños de bienes o propiedades los vendían, y el producto era distribuido entre todos, según las necesidades de cada uno. Diariamente se reunían en el templo y en las casas, compartían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y toda la gente los estimaba. Y el Señor aumentaba cada día el número de los que habían de salvarse” (Primera lectura).

 

La celebración eucarística de hoy es una fuente de discernimiento para saber abrir las puertas de la paz, compartiendo la pascua con la sociedad y particularmente con la familia; cuidando nuestro interior para no perder la paz por propuestas u opciones que nos encierran y polarizan. Dios quiera que esto no suceda para que nuestro conflicto no sea más largo y penoso por falta de perdón y reconciliación; además por el riesgo de no poder contar con una comunidad cristiana reconciliada en su interior; responsabilidad que compete primordialmente a sus guías espirituales.