25 de Abril. San Marcos evangelista: Mc 16, 15-20

Su nombre era Juan Marcos, según la costumbre en algunos ambientes de ponerles dos nombres, uno judío, Juan, y otro romano, Marcos. Parece que su madre era María, donde se hospedaban los apóstoles en Jerusalén y donde fue san Pedro al salir de la cárcel: “a la casa de María”. El padre de Marcos, que debía haber sido sacerdote del templo, parece que había muerto, pues no se le nombra.

Ese sería el lugar del cenáculo y de la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Parece ser que la familia tenía una casita cerca de Getsemaní, donde habría ido el joven Marcos a pasar la noche el jueves santo. Con el ruido habría salido envuelto en una sábana y habría tenido que huir desnudo. Por algo lo cuenta él mismo.

Todo eso no es cierto; pero lo cierto es que haciéndose algo mayor, fue bautizado por san Pedro en su misma casa. Por eso en la primera lectura de hoy san Pedro llama hijo a Marcos. Éste, creyéndose ya fuerte en la fe, decidió acompañar a su primo Bernabé en el apostolado, quien llevaba como compañero al mismo san Pablo.

Marcos, que todavía era débil, quizá en lo corporal y en lo espiritual, tuvo miedo a las dificultades de la misión y prefirió volverse con su madre. Cuando más tarde se arrepintió y quiso volver con Pablo y Bernabé, san Pablo, que era fuerte de temperamento, no le quiso admitir, y san Bernabé que confiaba en el arrepentimiento y la valía de su primo Marcos, decidió ir con él a otra misión diferente.

No duró mucho esa misión, pues pronto se hace acompañante de su padre espiritual, que era san Pedro, y va con él a Roma y es como su secretario, de modo que, como nos dice la tradición, personas importantes cristianas le impulsaron a Marcos a que escribiese lo que predicaba Pedro, de modo que, como dicen muchos, el evangelio de Marcos es como el escrito resumido de la predicación de san Pedro.

Con esto nos enseña san Marcos que el mérito de la fe no está sólo en las grandes figuras o principales predicadores, sino también e igualmente en aquellos que con su ayuda servicial de segundo plano hacen que el Evangelio pueda extenderse por todos los diferentes ambientes que puede haber en el mundo.

El evangelio de este día está tomado de las últimas palabras con las que se termina el evangelio de Marcos. Jesús se aparece a los once apóstoles, quizá sea la última vez, y les envía a predicar por todo el mundo. Con ello muestra el sentido universalista de la Buena Nueva de Jesús. Es un envío, no sólo determinado para aquellos once, sino para todos sus sucesores y en parte para todos los creyentes. La primera razón es porque es un mandato para ir por todo el mundo y aquellos once no lo pueden concluir.

El Evangelio de Jesús es de salvación. Para conseguirlo es necesario el creer y el bautizarse. Es decir que nos tenemos que entregar a él en cuerpo y en alma. Creer significa una entrega total. Y si hay verdadera fe, se verán unos signos prodigiosos.

Jesús promete unos signos especiales a los predicadores. Es verdad que mucho de ello es simbólico; pero también es verdad que se dieron y se dan muchas veces. Al principio parece que bastante más, pues era necesario comenzar con buenos cimientos. Pero signos externos extraordinarios siguen dándose con cierta frecuencia.

Dios manifestaba ya su presencia salvífica con Moisés y los profetas. Mucho más con Jesucristo. Ahora Él lo promete a la Iglesia. Cuando se realizan por medio de una persona viva o muerta, es una señal de que Dios está presente allí. El mayor milagro es el amor. Con el amor se trasforman los corazones.

San Marcos comienza el evangelio diciendo que no es “su evangelio” sino el evangelio de Jesús, que es el Mesías e Hijo de Dios. San Marcos es el trasmisor. Le pidamos que nosotros seamos también trasmisores del amor de Dios. Para ello primero debemos empaparnos de ese amor y de su doctrina. Después hacer que nuestra vida sea como un evangelio viviente en las manos del Señor.