DOMINGO IV DE PASCUA    ( A )   (Juan, 10, 1-10)

“Yo soy el buen Pastor y conozco a mis ovejas y ellas me conocen a Mi”

 

El entrañable amor de Dios .

  -  ¡Con que lenguaje tan sencillo, (tan asequible para aquella gente familiarizada con el mundo pastoril), nos expresa hoy el Señor el entrañable  amor que nos tiene!

  - Para captar, en toda su hondura, la riqueza de esta alegoría del Buen Pastor quizás sea necesaria la experiencia de haber vivido los encantos de la vida rural y haber conocido esa entrañable relación, de conocimiento y afecto, que se establece entre el pastor y su rebaño. (Anécdota de la “Epidemia de la Lengua Azul”).  (1) En 2ª página.

   -  "El buen pastor- nos dice hoy Jesús- conoce a sus ovejas y las llama por su nombre".

    Con esa frase el Señor quiere hacernos comprender que el conocimiento y amor que El nos tiene es íntimo y personal. Con el mismo amor infinito que ama a la Humanidad nos ama a cada uno de nosotros.

    La sociedad, para podernos identificar a los hombres, nos señala con un número, el del D.N.I.

   ¡Para Dios no somos un número, no somos una simple parte de la masa!

   Para El, cada uno de nosotros, ¡hemos sido objeto de un singular amor suyo y somos como … ¡”una personal artesanía de Dios"!

   ¡El nos conoce y nos ama a cada uno con amor singular y personal! “Te llamé por tu nombre...”, nos recuerda El en la Escritura.

   Porque es Dios, ¡El está en lo grande y en lo pequeño de nuestras vidas!

 

"Yo soy la puerta”

 

  -  Jesús, en otras ocasiones, nos había dicho: Yo soy la verdad, Yo soy el camino, Yo soy la luz...."

  -  Hoy, al hilo de la alegoría del pastor y las ovejas y tras advertirnos de los  falsos pastores, nos dice: “Yo soy la puerta”.Y, nos invita a entrar por ella. Entrar por esa puerta es:

  -  Seguir a Cristo en la voz de los verdaderos Pastores en su Iglesia.

  -  Luchar por identificarnos con El en el fiel cumplimiento de su  voluntad.

  -  Tratar de empaparnos de sus sentimientos y actitudes.

  -  Y vivir los valores del Evangelio.

                                                                                                   Guillermo Soto

 

 

 

(1)   Por los años sesenta, siendo Párroco de Santa María de Navas, un pueblecito eminentemente rural,  ocurrió la epidemia ovina de la Lengua Azul. La drástica medida para evitar su propagación fue, sacrificar, quemando, todo el rebaño donde aparecía un brote de la misma. Tuve ocasión de ver cómo, ante aquel dantesco sacrificio, lloraba ¡un pastor! El no era el dueño, al que le afectaba aquella pérdida material. Pero, ¡eran “sus” ovejas, aquellas con las que el estaba familiarizado, con las que el convivía a diario y a las que conocía y llamaba por sus nombres! ¡Aquella escena me conmovió!