4ª semana de Pascua. Martes: Jn 10,22-30

Jesús había tenido una enseñanza polémica con los judíos sobre la alegoría del “buen pastor”. Jesús les dice que él es el buen pastor que, a diferencia con los mercenarios que buscan su propio interés, él está dispuesto a dar su vida por nosotros. Les decía también que nosotros debemos conocer su voz y debemos seguirle. Estas palabras suscitaban un desacuerdo entre los judíos. Unos no estaban dispuestos a escuchar su voz, roídos como estaban por el odio y la envidia. Otros sí estaban dispuestos a escucharle debido a las obras que realizaba.

Hoy el evangelio nos recuerda que era la fiesta de la Dedicación en invierno. Los judíos celebraban el hecho de que Judas Macabeo en el año 165 a.C. había purificado el templo quitando las imágenes idolátricas que habían puesto los conquistadores extranjeros. La gente solía estar en los pórticos del templo, que estaban sostenidos por grandes columnas de mármol, y donde, protegidos de la lluvia y del sol, enseñaban o recibían enseñanzas o tenían sus discusiones.

Aunque había sido purificado el templo, había una creencia de que viniendo el Mesías esperado, lo purificaría más dignamente. Por eso en la fiesta estaba presente la idea del Mesías. Y por eso los judíos le rodean a Jesús para que les diga abiertamente si El es el Mesías. Jesús no lo puede decir abiertamente porque aquellos judíos no están dispuestos a aceptar sus palabras, ya que las interpretarían de modo diverso. Si han preguntado si es el Mesías, es porque están pensando en un mesías patriótico, es decir sólo para ellos, excluyendo a todos los extranjeros y mucho más a los enemigos. Por lo tanto Jesús no se atiene a razonamientos que ellos no van a aceptar, sino a los hechos de vida. Les dice Jesús que examinen las obras que hace: ésas son las que dan testimonio a favor suyo. Es casi lo mismo que lo que había respondido cuando san Juan Bautista había enviado a unos discípulos a preguntarle si era “el esperado”. Jesús se atuvo a las obras de bien, como lo habían anunciado los profetas.

En realidad nos cuesta a veces aceptar lo que dice la palabra de Dios por medio de la Iglesia, porque llevamos nuestro juicio ya formado y pensamos que sabemos demasiado, cuando en verdad Dios lo que quiere son corazones sencillos y libres de prejuicios humanos y sobre todo libres de vicios que nos atan al mundo.

Jesús hacía verdaderos milagros, que eran testimonio de sus palabras. Los milagros no se terminaron con Jesús ni con la primitiva cristiandad. Continuamente hay verdaderos milagros en la Iglesia y a veces no lo tenemos en cuenta. Constantemente el Papa declara a ciertas personas beatos o santos. Para ello debe constar al menos un milagro que esté científicamente probado como algo que supera las fuerzas naturales. Luego está el testimonio de tantos que siguen la vida de Jesucristo.

Las palabras siguientes de Jesús son un cántico a su misericordia. El nos conoce y esto nos tiene que llenar el corazón de alegría y de paz. El da su vida por nosotros y nadie nos podrá arrebatar de su lado. Su misericordia es infinita, porque El es la misma misericordia de Dios Padre.

Termina hoy con la proclamación más clara de su divinidad: “El Padre y Yo somos una misma cosa”. Es la manifestación de la unidad más perfecta entre el Padre y el Hijo dentro de la Santísima Trinidad. Por eso cuanto más conozcamos y amemos a Jesús, estamos conociendo y amando más a Dios Padre.

Hacia esa unidad tendemos como un ideal. Es la invitación a vivir como familia de Dios. Dios no es un ser lejano, sino cercano que vive en nosotros, y la felicidad está en saber vivir en intimidad con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios no niega a nadie su gracia, porque no quiere que nadie se pierda, pero nos deja en libertad. Unos le siguen y otros no. Sólo los humildes, los que ponen su corazón en las manos de Dios, están capacitados para recibir el don de Dios.