4ª semana de Pascua. Jueves: Jn 13, 16-20

Desde este día hasta que acabe el tiempo pascual la Iglesia nos trae a nuestra consideración palabras de Jesús en la Ultima Cena, según el evangelio de san Juan. Hoy comienza con las consideraciones que hace Jesús después que les ha dado a los apóstoles un gran ejemplo de servicio y amor en el “lavatorio de los pies”.

El problema que se suscita en ese momento, y que constantemente se puede suscitar entre nosotros, es si hay ciertos trabajos indignos para algunas “dignidades” humanas. En aquel momento los apóstoles, con Pedro a la cabeza, creen que no es compatible el oficio de lavar los pies, que piensan ser propio de los esclavos, con la dignidad personal de Jesús. Para ellos Jesús no sólo es el compañero líder en el grupo, sino que, como El mismo les recuerda, es “el Maestro y Señor”. Entonces ¿Cómo es que está realizando el oficio de esclavo? Esta ha sido y sigue siendo una gran tentación: el creer que por tener una persona cierta dignidad humana no puede “rebajarse” a realizar alguna obra, suponiendo que sea una obra de caridad. También se dan formas externas de humillarse que son farisaicas o falsas.

Si Jesús se llama a sí mismo Maestro y Señor es porque en ese momento quiere dar a los apóstoles, y a nosotros, una gran lección. Y es que el realizar libremente un acto de servicio por amor no rebaja sino que ennoblece. De hecho nadie es mayor en la vida, la verdadera, por el hecho de que uno sea criado o sea señor. Jesús nos impulsa a seguirle, a imitarle. No se trata sólo de que nos guste o sea bonita la escena de Jesús. El seguirle con los hechos de la vida es un deber, una obligación.

También es una alegría. Hoy nos dice Jesús: “Seréis dichosos si lo ponéis en práctica”. Si no lo creemos es porque en realidad no lo hemos puesto en práctica. Jesús nos dice que tener la actitud y la práctica de hacer el bien, sirviendo a los demás es una fuente de felicidad. Pongámoslo en práctica y lo experimentaremos.

El “lavatorio de pies” es, por lo tanto, una gran lección de fraternidad y de servicio para con los demás. No es que se nos pida que haya que lavar los pies exactamente. Quizá alguno tenga que hacerlo en hospitales u otros centros, como lo hacía la madre Teresa de Calcuta. Se trata de una actitud: es la imitación a Jesús en algo que El pone toda la importancia, como es el mandamiento del amor.

Para Jesús es tan importante esta lección, que en ese momento, en que debe expresar una gran autoridad, declara su personalidad divina. Esto es lo que significa cuando dice: “para que creáis que YO SOY”. Esta es la fórmula que emplea sobre todo el evangelista san Juan para testimoniar que Jesús es Dios. Son las palabras que Dios le había revelado a Moisés en la zarza ardiendo. Pues El nos muestra su amor hasta morir. El sabe que va a ser entregado, El es poderoso, pero afirma que ese poder lo manifiesta en el servir a aquel que El podría juzgar y derribar. Qué diferencia con la mentalidad mundana que pone el poder en humillar y pisar a los demás. Para Jesús, y debe ser para nosotros, la grandeza está en ser servidores con libertad y amor.

Termina hoy el evangelio con otra frase importante; “Quien recibe a quien yo enviare, me recibe a mi, y el que me recibe a mi, recibe a quien me ha enviado”. Dios se abaja de manera que está en el prójimo; pero de una manera especial está en el enviado de Dios. No es fácil muchas veces saber de pronto quién es enviado de Dios, ya que hay muchos que falsamente se lo llaman a sí mismos. Jesús decía que hay muchos “lobos con piel de ovejas”. Hay quienes se dicen inspirados por el Espíritu Santo y lo que les inspira es su vanidad y deseo de gloria mundana. El verdadero enviado de Jesús debe sintonizar con Su vida, debe brillar por la humildad y por un auténtico servicio a los demás. Recibirle a él será como recibir a Jesús, que es recibir al mismo Dios. Como muchas veces nos será muy difícil distinguir a un verdadero enviado, recibamos a todos con amor, pues en cualquier prójimo está el Señor.