4ª semana de Pascua. Sábado: Jn 14, 7-14

Estaba Jesús hablando a sus discípulos en la Ultima Cena. Ya se había ido Judas y ahora Jesús habla a los once abriendo con más intimidad su corazón y dándose a conocer mejor en su divinidad. Va respondiendo a algunas preguntas que le hacen.

Primero es Tomás que le pregunta por el camino… Y Jesús le responde que él es el camino, la verdad y la vida.  Quiere decir que él es el camino seguro y verdadero para llegar al Padre. Ahora es Felipe quien le pide a Jesús la manera de poder conocer al padre. Y Jesús le enseña, y nos enseña a todos, con claridad su identidad, poniéndose a la altura del Padre. Verle a él es ver al Padre.

Y para que lo crean da fe con sus obras. Cuando está aludiendo a sus obras, podemos ver en primer lugar los milagros, hechos con su poder. Milagros maravillosos que sólo puede hacer Dios. Pero en sus obras podemos ver los actos de bondad y misericordia, que son reflejo de la misericordia de Dios. Es el anhelo de justicia y de paz y todo lo que Jesús nos enseña a través de su vida plasmada en las bienaventuranzas.

No es fácil llegar a la conclusión que Jesús es Dios. Los apóstoles tienen que recorrer un gran camino espiritual para llegar a aceptarlo con la venida del Espíritu Santo. Les era relativamente fácil concluir que Jesús era un enviado especial de Dios, un emisario o embajador del Padre; pero llegar a aceptar la divinidad de Jesús sería con la ayuda del Espíritu Santo.

Jesús les pide a sus discípulos un conocimiento interior, mucho más profundo que la mirada superficial, como veían externamente a Jesús. Para que nosotros podamos tener ese conocimiento de Jesús interior, necesitamos las buenas disposiciones, que esencialmente se centran en el amor.

Si conocer a Jesús no es fácil, tampoco lo es predicarlo o dar testimonio de esa presencia de Dios entre nosotros. Pablo y Bernabé querían predicar a Jesús en la sinagoga de Antioquia de Pisidia, como nos dice la primera lectura. Pero como encontraron entre los israelitas los corazones adversos, se marcharon para predicar el Evangelio a los gentiles.

Un anhelo del ser humano es ver a Dios. Venimos de Dios y, por lo tanto, en cuanto una persona se va formando en la rectitud, debe tender a su fin, que es el sumo bien, la suma hermosura y la totalidad de los anhelos que podemos tener. Por eso hoy encontramos muy esclarecedor el deseo que formula Felipe: “Muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le contesta, y nos enseña a todos, que viendo a Jesús vemos ya al Padre, poseyendo a Jesús, estamos en intimidad con el Padre.

Y nos enseña que esta presencia de Dios en este mundo se hace real a través de aquel que cree en Jesús. Cuando aquí se dice “creer” no se trata sólo de pensar o tener fe en unas verdades, sino tener una unión de vida y amor con Jesús, que resucitó, pero vive entre nosotros.

Por lo tanto las obras de un verdadero cristiano dan fe y son signo de la presencia de Dios en el mundo. Y una persona identificada con Cristo, nos dice Jesús, tiene un poder en su oración como la oración del mismo Jesús. La unión de esa persona con Dios es obra de un amor recíproco, en el cual continuamente debemos estar creciendo. El amor primero es el de Dios. El nuestro es imitador y sobre todo sigue sostenido por el inmenso amor de Dios.

Claro que en esta vida nunca llegaremos a la unión total. Por eso está la tarea de ir creciendo cada vez más hasta poder decir como san Pablo: “Vivo yo, pero es Cristo quien vive en mi”. Aunque no sea con toda la perfección, una persona que viva con esa presencia de Dios en su alma podrá decir:”Creed en mis obras”, porque esas obras serán más obras de Dios.