PASCUA
– DOMINGO V A
(14-mayo-2017)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Somos
estirpe elegida, sacerdocio real y nación consagrada
ü Lecturas:
o
Hechos de los Apóstoles
6, 1-7
o
I Carta de san Pedro 2,
4-9
o
Juan 1-12
ü En
su ministerio apostólico, Jesús tuvo dos grupos a los cuales dirigió sus
enseñanzas. El primer grupo estaba constituido por las multitudes que lo
seguían por la fascinación que ejercían sus enseñanzas, sencillas y profundas,
que les tocaban las fibras más hondas del corazón; igualmente, se sentían
atraídos por los milagros que hacía. El segundo grupo, mucho más reducido, lo
constituían sus discípulos; poco a poco los fue formando; con ellos profundizaba
los temas que había desarrollado en las parábolas y respondía a sus dudas.
ü Recordemos
que los discípulos solamente entendieron plenamente el alcance de las
enseñanzas de Jesús después de la resurrección, cuando todos los
acontecimientos fueron reinterpretados
por esta experiencia transformadora, y gracias a la sabiduría que les
concedió el Espíritu Santo.
ü La
escena que nos describe el evangelista Juan en el texto que acabamos de
escuchar, muestra uno de los diálogos de Jesús con sus discípulos sobre un tema
particularmente intenso: la especialísima relación entre Jesús y su Padre del
cielo. En esta conversación, el evangelista llama la atención sobre los aportes
de dos de ellos, Tomás y Felipe.
ü Lo
primero que nos transmite el evangelista en su relato es el ambiente que se
respiraba, que era tenso. Los discípulos estaban nerviosos; y para tranquilizarlos, el Maestro
les había dicho que no perdieran la paz. ¿Por qué habían de perderla? Porque
Jesús había hecho referencia a su inminente partida; se había referido a la
casa de su Padre en la que había muchas habitaciones; les anunció que les
prepararía allí un lugar. Como es de suponer, todos estos anuncios del Señor
los llenaron de preocupación. No entendían nada de lo que Jesús les decía. Por
eso quiere aplacar los ánimos: “No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean
también en mí”.
ü Después
de esta introducción general que nos permite conocer el estado de ánimo de los
discípulos, el evangelista Juan introduce a dos protagonistas que serán clave
para que Jesús siga avanzando en su conversación. Estos dos personajes son
Tomás y Felipe, quienes hacen unos comentarios que nos sorprenden, pero que
eran totalmente honestos.
ü Tomás
exclama: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” En
este momento de su proceso de maduración de la fe, ninguno de los discípulos
del Señor tenía una idea clara hacia dónde conducía el camino de Jesús, el cual
se verá brutalmente interrumpido el Viernes Santo. Esta intervención de Tomás
da lugar a una de las revelaciones de Jesús que mejor ilumina nuestra
existencia: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre si no es
por mí”. Estas breves palabras de Jesús son fuente inagotable de contemplación.
ü Frente
a nuestra libertad se abren muchas alternativas. Resuenan en nuestros oídos los
cantos de mil sirenas que nos ofrecen la
felicidad. No nos dejemos distraer. Busquemos a Jesús que es Camino, Verdad y Vida. En él
encontraremos la satisfacción de todos nuestros anhelos.
ü Inmediatamente
después entra en escena Felipe, quien hace una petición que conmueve por su
ingenuidad: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. La respuesta de
Jesús, que parece de gran sencillez, abre un horizonte infinito: “Quien me ha
visto a mí, ha visto al Padre”. Es el misterio profundísimo de la relación
entre el Padre y el Hijo. Estas palabras de Jesús apuntan a lo más hondo del
misterio trinitario. Jesús, con sus enseñanzas y testimonio de vida, nos ha
abierto esta ventana que nos permite avizorar la inmensidad del misterio por
excelencia, el misterio de Dios, que es trino y uno.
ü Como
lo recordábamos al principio de esta meditación, sólo logran captar el alcance
de las palabras de Jesús cuando, llenos del Espíritu Santo, viven la alegría de
la Pascua. Entonces Tomás, Felipe y los demás discípulos descubrieron, en la fe,
la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
ü A
esta comunidad pascual, cuyas mentes y
corazones han sido transformados por la acción de la gracia, el apóstol Pedro
les dice en su Carta: “Ustedes son estirpe elegida, sacerdocio real, nación
consagrada a Dios y pueblo de su propiedad, para que proclamen las obras
maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Y no
solo los discípulos de Jesús integran esa comunidad de honor. Todos los bautizados hemos alcanzado la misma
dignidad, por los méritos de Jesucristo. De ahí surge la necesidad de anunciar
a todos los pueblos esta maravillosa noticia.