El rostro del Padre

La contemporaneidad marca un hito sin precedentes: La sociedad sin padre. Poco a poco se ha ido borrando la idea o la imagen del padre para las nuevas generaciones. Hemos perdido la dimensión paterna. Y la respuesta que vamos obteniendo progresivamente es la del niño o niña que mandan en el hogar. Sus actitudes son antojadizas, caprichosas, irreverentes. Ellos y Ellas son la ley, normativa solo existente para el momento y la necesidad presentes.

Jesús ha venido a revelarnos el rostro del Padre. Los Apóstoles poco o nada entienden este lenguaje. Tampoco lo aceptan muchas religiones hoy. El Islam, por ejemplo, no cuenta el nombre de Padre en su oración letánica de los noventa nueve nombres de Alá. Todo depende del concepto que tengamos de Dios. O un Dios lejano o cercano. “Quien me ve a mí, ve al Padre”. Difícilmente nos creemos este lenguaje. Estamos lejos de aceptarlo.

¿“No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Aceptar que Dios está en Jesús implica un cambio copernicano en nuestras convicciones de fe. Es decir, que en Jesús lo divino se ha unido a lo humano. Que todo lo que Jesús hace responde a las preferencias del Padre, que su conducta sigue los parámetros del corazón del Padre y que Jesús encarna todo el proyecto  de humanización, de liberación del Padre.

La réplica de Jesús a Felipe: ¡“Tanto tiempo conmigo y no me conoces”! podría muy bien endilgársenos como una bofetada, a las generaciones contemporáneas que dicen llamarse cristianas. Todavía no se conoce a Jesús y por lo mismo no se conoce al Padre. Lo queremos lejos y está tan cerca, es el mismo Jesús. Lo buscamos en cultos y rituales que nos tranquilizan y nos dejan en la paz de los cementerios. Y Jesús es fuego, huracán, tsunami que transforma, cambia y rectifica nuestra caminada actual.

Cochabamba 14.05.17

jesús e. osorno g. mxy

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